Guerra Rusia-Ucrania. Destruyeron su casa en Mariupol, logró escapar y ahora bombardearon su departamento en Odessa: “No sé cómo logramos sobrevivir”
Irina huyó de esa ciudad martirizada buscando refugio en Odessa, donde volvió a ser víctima de ataques; su padre murió y no sabe qué hicieron con su cuerpo
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ODESSA.- La guerra parece perseguir a Irina. Pelo corto castaño, ojos claros, esta mujer de 54 años logró escapar el 24 de marzo pasado de Mariupol, la ciudad portuaria mártir sobre el Mar de Azov arrasada por los rusos, donde un puñado de milicianos ucranianos siguen atrincherados en una fábrica de acero.
Junto a su marido, Alexander, de 56 años e inválido por la planta nuclear de Chernobyl, pudo llegar con grandes esfuerzos hasta Odessa, donde, tras haber perdido todo en su ciudad, alquiló un departamento en uno de los flamantes edificios adyacentes al shopping center Riviera.
Gracias a las ayudas del gobierno, todo comenzaba a encaminarse en Odessa, ciudad también portuaria, donde estaba comenzando a dejar atrás el infierno vivido en Mariupol. Todo esto, hasta anoche, cuando dos misiles lanzados por aviones rusos, como en un terrible déjà vu, volvieron a catapultarla a la realidad de una cruda guerra que sigue cosechando muertes y destrucción, que nadie sabe cuándo terminará.
“Necesitamos paz, paz, paz”, dice sollozando Irina, que invita a LA NACION a ver los destrozos de su departamento del tercer piso de un flamante complejo de edificios recién construido a unos trescientos metros del shopping bombardeado.
“Por las explosiones, terribles, nuestras ventanas saltaron en mil pedazos, la onda expansiva nos sacudió de la cama, la luz dejó de funcionar y nos tiramos al piso”, cuenta ahora, aun temblando por la noche de pesadilla vivida. “Nos tiramos cuerpo a tierra y, en la oscuridad, salimos gateando hasta el pasillo del edificio, en ropa interior. Solo más tarde pudimos volver a buscar nuestra ropa, nuestros documentos y bajar con pequeñas valijas”, precisa.
El pánico la volvió a llevar, sin escalas, a sus vivencias en Mariupol. “Todo es como en la neblina ahora. Mis manos aún tiemblan. Es tan duro vivir otra vez lo que vivimos en Mariupol. Nuestros hijos nos dijeron de huir de Odessa, pero no podemos, nos recuerda a nuestra Mariupol”, dice, hablando rápido, shockeada.
En la ciudad mártir, que se levanta sobre el Mar de Azov y es clave porque le permite a Rusia tener un corredor terrestre desde la disputada región del Donbass hasta la península de Crimea -anexada por el Kremlin en 2014-, las cosas se desencadenaron en forma muy rápida, cuenta Irina.
“Vivíamos en el quinto piso de un edificio y cuando la primera bomba lo alcanzó, junto a mi marido fuimos arrojados varios metros desde el sillón en el que nos encontrábamos. Después, decidimos irnos a lo de nuestra hija, que vivía junto a su hijo pequeño del otro lado de la calle, en el sótano del edificio. Vivimos cuatro días ahí, bajo constantes bombardeos, sin electricidad, sin calefacción y sin agua. Mi nieta y mi nieto lloraban todo el tiempo”, evoca.
“Todo se parecía a una película de terror. Después, decidimos volver a nuestra casa todos juntos y bajar de inmediato al sótano, donde vivimos casi un mes, sin comida y sin agua. Yo cuidaba a mi nieto y mi hija, junto a mi marido, que es inválido de Chernobyl, salían a buscar agua. Hacía mucho frío en el sótano y a veces la temperatura bajaba a menos diez grados”, agrega.
Fue muy difícil huir de esa trampa mortal en la que se convirtió Mariupol, algo que logró hacer gracias a la ayuda de su yerno, que es oriundo de Odessa. “Tuvimos suerte de poder escapar en un auto de unos amigos, en medio de los bombardeos y por una zona totalmente minada”, recuerda. “Al llegar a Odessa nos relajamos, pero después de lo que pasó anoche todavía no logro recuperarme. No sé cómo logramos sobrevivir”, añade.
Mientras su marido, martillo en mano y musculosa, ya está intentando arreglar las ventanas que saltaron por la onda expansiva de los misiles rusos que devastaron una buena parte del shopping que tienen en frente -otro fiel reflejo de la resiliencia ucraniana-, Irina cuenta más detalles de su historia.
Ya estando en Odessa, se enteró de que su padre murió en Mariupol -no sabe si por un bombardeo o por qué- y que su cuerpo quedó diez días tirado en la calle. “Nadie pudo sepultarlo. Y cuando finalmente mi madre y mi hermano pudieron enterrarlo, militares separatistas de la República Popular de Donetsk desenterraron su cuerpo y se lo llevaron”, denuncia.
“Así que ahora nadie sabe dónde está el cuerpo de mi padre, si fue cremado por los rusos que no quieren que se sepa cuántos civiles mataron en Mariupol o si fue tirado en una fosa común... Y como resultado de todo esto mi mamá perdió la cabeza. Me contaban que se reía y no entendía qué estaba pasando y por eso nunca pudo evacuar... Ahora está en Mariupol con mi hermano y no sé nada de ellos”, precisa, en lágrimas.
Perseguida por una guerra que trastocó su vida, cuando le pregunto si alguna vez pensó en irse del país, Irina contesta sin titubear: “No quiero irme de Ucrania, es mi patria. Quiero vivir aquí, ver crecer a mis nietos aquí, amar a mis hijos y que haya paz, paz, paz”.
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