Guerra Rusia-Ucrania. Desde un sótano del Donbass: casi rodeado, el último bastión ucraniano en Lugansk resiste la ofensiva rusa
Sin luz, agua, señal de celular o acceso a las noticias, algunos se esconden en los sótanos de una pequeña ciudad de Lugansk, con la esperanza de sobrevivir
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SEVERODONETSK, Ucrania.- Las 26 personas, cuatro perros y un gato que se esconden de la guerra en el sótano de una funeraria de la ciudad de Severodonetsk, en la región del Donbass, no tienen idea de cómo avanza el conflicto armado y hace una semana que no tienen noticias del mundo exterior.
Hace efectivamente una semana que Severodonetsk y el resto de la región de Lugansk que todavía controlan los ucranianos no tienen señal de celular. El agua y la electricidad ya se habían cortado mucho antes, y los almacenes y demás comercios estaban cerrados desde hace más de dos meses, cuando el veloz avance de las tropas rusas encontró freno en Severondonetsk y las localidades cercanas.
“Ni siquiera sabemos qué les pasó a nuestros familiares que viven en esta misma ciudad, así que menos todavía lo que pasa en el mundo”, dice una de las mujeres refugiadas en el sótano de la funeraria con su esposo y su hijo. “No salimos nunca de acá, por miedo a lo que pasa afuera. Nos despertamos y los volvemos a dormir todos juntos.”
“La única noticia que nos importa es si la guerra terminó, para poder volver a nuestras casas”, dice Natasha Lashko, que se quedó a manejar el refugio y la funeraria cuando el dueño se mudó a la relativa seguridad de Ucrania Occidental. La voz de Natasha queda ahogada por el zumbido de los morteros disparados desde las posiciones rusas, a menos de 20 cuadras de distancia. Las paredes del sótano se sacuden.
A fines de marzo, tras retirarse de las regiones de Kiev, Chernígov y Sumy, en el norte de Ucrania, la campaña militar de Rusia se enfocó en la captura de la región del Donbass, en el este del país. Rusia se refiere oficialmente a la invasión como “operación especial de protección del Donbass”. En febrero, Moscú dejó de considerar al Donbass como parte del territorio ucraniano, al reconocer la independencia de Donestsk y Lugansk, dos republiquetas populares creadas por delegados rusos en 2014. Por entonces, Donestsk y Lugansk controlaban apenas un tercio de la región del Donbass.
En esta segunda fase de la guerra, las tropas ucranianas han logrado anotarse algunos éxitos importantes, y en las últimas semanas lanzaron una contraofensiva que le dio respiro a Kharkiv, segunda ciudad del país, y liberó a una hilera de localidades de los alrededores.
Pero en el Donbass, sin embargo, Rusia está haciendo avances lentos pero significativos. Y Severodonetsk tal vez sea el punto más vulnerable de todo el frente de batalla. Última zona de Lugansk que sigue bajo control ucraniano, esta franja de terreno urbano salpicado de fábricas derruidas está rodeada por las fuerzas rusas desde tres flancos. Las tropas invasoras tienen bajo fuego constante la única ruta de ingreso y salida de la ciudad, y en los últimos días han intentado avanzar hacia el centro.
“La situación es un total desastre”, dice Oleg Hryhorov, jefe regional de la policía ucraniana en Lugansk, uno de los pocos representantes del gobierno que siguen en el lugar. “La región de Lugansk es la posición más difícil, y toda la zona está bajo fuego de artillería y de morteros. El enemigo intenta rodearnos y cerrar la ruta. Para ser totalmente honesto, en realidad puede decirse que ya han cerrado el cerco táctico, porque el enemigo puede atacar la ruta con artillería.”
El puesto de control policial que había sobre la ruta fue atacado hace unos días y ya no hay personal a cargo. El lunes por la tarde, hacia el este y el oeste se elevaban las columnas de humo de los bombardeos, que finalmente se unían a la gigantesca nube de humo negro que exhalaba la refinería de petróleo de Lysychansk, extendiéndose hasta el horizonte. La refinería fue atacada repetidamente por Rusia y está en llamas desde hace más de dos meses.
Severodonetsk y Lysychansk, separadas por el caudaloso río Donets, son las únicas ciudades importantes de la región de Lugansk que están totalmente bajo control ucraniano. De los 230.000 habitantes que tenían en total ambas ciudades antes de la guerra, solo quedan unos 35.000 civiles, la mayoría de ellos escondidos en sótanos y refugios, según los funcionarios regionales.
El resto de los habitantes ha hecho caso a los insistentes pedidos del gobierno para que se trasladen a zonas más seguras del país o de la Unión Europea, mientras siga siendo posible. Esas evacuaciones se frenaron en los últimos días porque la ruta de escape ya es considerada demasiado peligrosa. Lo mismo ocurre con las entregas regulares de alimentos o combustible, porque los camioneros civiles tienen miedo de viajar a la zona, dicen los funcionarios regionales.
Las personas refugiadas en el sótano sobreviven con alimentos que envía el dueño de la funeraria cada vez que puede, dice Lashko. Y el agua la traen de un arroyo que corre cerca del cementerio cada vez que hay un funeral. Desde marzo, la funeraria ha realizado 160 entierros, en su gran mayoría de víctimas de los bombardeos. “Salimos de vez en cuando a tomar aire fresco, pero me da miedo volver a mi departamento, aunque sea por un rato. Caen proyectiles todo el tiempo”, dice uno de los vecinos, un jubilado de 63 años.
Sin embargo, el tráfico militar en la ruta continúa, ya que Ucrania sigue enviando refuerzos a la resistencia de Severodonetsk. Kiev intenta apuntalar las unidades desgastadas y exigidas unidades que están en combate desde hace meses, y ha desplegado algunos de los obuses M777 estadounidenses recién llegados al frente de Lugansk. Según el Pentágono, la mayoría de estas 90 piezas de artillería, mucho más precisas que las armas del legado soviético, ya llegaron a Ucrania. Los combates de los próximos días mostrarán hasta qué punto estos y otros sistemas de armas occidentales enviados por Estados Unidos y sus aliados llegan a compensar la superioridad de Rusia en artillería y aviación.
La batalla por Severodonetsk entraña una fuerte importancia política para ambos bandos. La ciudad ha sido la capital de la región de Lugansk administrada por Ucrania desde 2014, y su caída supondría una gran victoria política para Moscú, que podría adjudicarse la “liberación” total de una de las dos autodenominadas “repúblicas populares” del Donbass. Solo una capital regional de Ucrania, Kherson, cayó bajo el dominio ruso desde que comenzó la guerra.
El primer éxito de la ofensiva rusa en el Donbass llegó a mediados de abril con la toma de la ciudad de Kreminna, cerca de Severodonetsk. En las semanas recientes, Rusia libra una guerra urbana para capturar la ciudad de Rubizhne, al noroeste del lugar. Y en los últimos días, las tropas rusas lideradas por el Grupo Wagner, conformado por mercenarios, también tomaron la ciudad de Popasna, hacia el sur. Otras unidades rusas instalaron puentes de pontones para cruzar el cauce del Donets cerca del pueblo de Bilohorivka y obstruir la ruta de suministros de los ucranianos.
El gobernador ucraniano de Lugansk, Serhiy Haidai, dijo el martes por televisión que las tropas ucranianas ya contratacaron y eliminaron la cabecera de playa rusa. “Destruimos todos los puentes de pontones y los vehículos blindados rusos, y las tropas restantes fueron aniquiladas o escaparon nadando hasta la otra orilla”, describió.
Durante ese intento de apoderarse de Bilohorivka, el sábado Rusia lanzó una bomba en un edificio escolar donde en ese momento estaba refugiada gran parte de la población local. Según el gobierno regional de Lugansk, en el lugar habían muerto unas 60 personas.
“No queda nada”
Roman es un habitante de Bilohorivka de 30 años que esa noche escapó a Lysychansk, donde ahora deambula por las calles vacías, entre automóviles retorcidos y vidrieras rotas, mientras busca la manera de salir también de esta ciudad. Sus vecinos murieron en el sótano de la escuela, dice Roman. “No hay calles, no hay casas: allá no queda nada… Es el infierno”, dice Roman, que prefiere no revelar su apellido. “Salí corriendo así, con lo que tenía puesto. No pude llevarme nada.”
Las autoridades ucranianas intentan restablecer el suministro eléctrico a Severodonetsk y Lysychansk, pero se ven impedidas por los constantes bombardeos, dice el jefe de policía Hryhorov, y agrega que por un tiempo tendrán que despedirse de la red de agua potable. En los patios que separan los bloques de departamentos de ambas ciudades marcadas por la metralla, se acumulan montañas de basura en descomposición.
“Básicamente no hay empleados y los servicios municipales dejaron de funcionar, porque todos los obreros calificados y los profesionales se autoevacuaron”, dice Oleksandr Senkevich, jefe de transporte y logística del municipio de Lysychansk y uno de los pocos representantes civiles del estado ucraniano que siguen en el terreno. Pero Senkevich aclara que no tiene pensado huir: “Alguien tiene que quedarse en su puesto.”
Marina tiene 45 años, era empleada de la ahora destruida refinería de Lysychansk, y también decidió quedarse, a pesar del temor a que la ciudad sea sitiada y arrasada por la guerra de guerrillas, como ocurrió en Mariúpol, más al sur. Marina tiene una madre anciana a quien cuidar y varios vecinos mayores que ahora dependen de que ella les alcance agua y alimentos. También se ha hecho cargo de decenas de perros y gatos que fueron abandonados por los vecinos que tuvieron que escapar.
“Por supuesto que tengo miedo, pero sigo tratando de ayudar a la mayor cantidad de gente que puedo”, dice Marina, y a continuación pide noticias de la guerra. Hace dos meses que no cobra ni su sueldo ni la jubilación de su madre. “Estamos tratando de sobrevivir. Lo único que queremos es un poco de paz.”
Pero no todos tienen intenciones tan nobles, dice el jefe de policía Hryhorov. En 2014, esta parte del país estuvo brevemente bajo el control de fuerzas prorrusas, y hay unos pocos lugareños que colaboran activamente con los rusos, y otros que sin ser colaboracionistas, anhelan fervientemente que Rusia tome el poder. A los demás, dice Hryhorov, “les importa poco y nada quién los gobierne.”
Yaroslav Trofimov
The Wall Street Journal
(Traducción de Jaime Arrambide)
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