Guerra en Ucrania: Rusia vuelve a aplicar su manual de brutalidad en Ucrania
Los bombardeos, ciudades sitiadas, ataques a civiles, detenciones y reclutamiento de colaboradores recuerdan la guerra del Ejército ruso cuando Chechenia declaró su independencia
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KIEV.- Aquí en Kiev, el mortal estruendo de la implacable artillería rusa me resulta muy familiar, incluido este miedo aterrador. Hace casi 30 años yo estaba en Grozny, capital de Chechenia, un territorio al sur de Rusia que osó declararse independiente de Moscú cuando se cayó a pedazos la Unión Soviética.
Los chechenos pagaron muy caro su atrevimiento. Dos veces los invadió el Ejército ruso y las dos veces sus tanques pasaron como aplanadora por la capital chechena, una táctica que pasó a integrar el manual de Rusia para imponer su control sobre las regiones periféricas del antiguo Imperio Ruso y someter a sus pueblos a garrotazos.
Ucrania es muy diferente de Chechenia, que era un pequeño territorio de apenas 1 millón de personas al norte del Cáucaso. Ucrania es una nación soberana con más de 40 millones de habitantes, fuerzas armadas con 200.000 soldados y una ciudad capital con una población de 3 millones de personas.
Pero vale la pena recordar la experiencia de Chechenia porque fue la primera que pudimos ver en acción el plan de juego de Putin para asegurarse el dominio de Rusia en cualquier lugar que a él se le ocurriera. Sus métodos son la fuerza bruta y el terror: bombardeos y ciudades sitiadas, ataques deliberados contra civiles, y la detención y encarcelamiento sumario de las autoridades y periodistas locales para reemplazarlos por colaboracionistas leales. Las tácticas parecen salidas del manual de prácticas de Stalin, como lo describió la exsecretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright poco antes de morir.
La guerra en Chechenia arrancó con una impactante demostración de la incompetencia rusa. En la víspera de Año Nuevo de 1994, las tropas rusas fueron despachadas a Grozny a los tumbos. Compuestas básicamente por reclutas que no sabían lo que les esperaba, las fuerzas rusas condujeron largas columnas de tanques y vehículos blindados hacia la ciudad, en lo que supuestamente iba a ser un rápido derrocamiento de los líderes chechenos.
Fueron recibidos por unidades altamente motivadas de combatientes chechenos, armados con cohetes antitanque, que emboscaron a los convoyes rusos, atrapando y haciendo arder a cientos y blindados rusos en una misma noche. La brigada Maikop, por ejemplo, fue aniquilada hasta quedar reducida a un hombre.
En los días siguientes, con un silencio atronador, el Kremlin hizo un balance de lo sucedido y envió refuerzos. Los chechenos celebraron su victoria y permitieron que los soldados rusos capturados llamaran por teléfono a sus madres en Rusia, para que le pidieran al Kremlin que retirara sus tropas. Pero la calma no duró.
El Ejército ruso se movió para sitiar Grozny desde tres lados y desató una aterradora avalancha de ataques aéreos y de artillería sobre la ciudad. Las fuerzas rusas aplastaron los suburbios, los parques industriales y luego los barrios residenciales, manzana por manzana, avanzando poco a poco mientras obligaban a los combatientes chechenos a retirarse bajo una lluvia de proyectiles.
Lo vi de cerca desde ambos lados, ya que entonces era corresponsal detrás de las líneas rusas, mientras sus grandes armas golpeaban la ciudad de Grozny y las bombas estallaban en los búnkeres donde vivían los civiles sitiados. En cuestión de días, una moderna ciudad europea se convirtió en un paisaje lunar devastado. Recuerdo los edificios partidos al medio y el contenido de la vida de las personas derramándose piso por piso entre los escombros.
Los combatientes chechenos estaban por todas partes, se movían en autos civiles por la línea de frente, corrían por los callejones y edificios destruidos. Se convirtieron en maestros de la guerra de guerrillas y resistieron durante semanas en abrumadoras condiciones de inferioridad. Tenían un amplio apoyo de la población civil, que estaba furiosa por el uso de la fuerza bruta por parte de Moscú. Los chechenos, un pueblo musulmán, habían sufrido la represión y las deportaciones masivas bajo el gobierno de Stalin y tenían una larga historia de resistencia al dominio ruso.
Bombas de racimo
Cuando los rusos encontraban un foco de resistencia particularmente contumaz, lanzaban letales bombas de racimo que atravesaban a cualquier persona o vehículo en las calles, ya fueran combatientes, civiles a la fuga o jubilados que habían salido a buscar agua.
Después de tres meses, las fuerzas rusas tomaron el centro de la ciudad y los soldados se sentaron en sillas de plástico a custodiar un terreno baldío de edificios destruidos, tierra levantada y tocones de árboles derribados por las bombas. La lucha se trasladó a los suburbios del sur, donde las fuerzas rusas acabaron con el último foco de resistencia con bombas antibúnkeres —capaces de atravesar edificios de ocho pisos y hundirse en los sótanos repletos de civiles—, y bombas termobáricas, que estallan sobre los tejados y provocan una poderosa onda de choque.
Mucho de aquella experiencia resuena hoy en Ucrania. A pesar de los casi 30 años transcurridos, resulta pasmoso ver que Rusia emplea muchas de las mismas tácticas y comete los mismos errores en Ucrania. A pesar de las duras lecciones aprendidas en Chechenia, y antes en Afganistán, las tropas rusas avanzaron otra vez con sus tanques y camiones de combustible por las principales rutas de Ucrania, en un intento de tomar el control de la capital en las primeras semanas del conflicto.
Las tropas ucranianas los estaban esperando y montaron sucesivas emboscadas. Destruyeron tanques y vehículos blindados, y dejaron tanta chatarra en el camino que terminaron bloqueando el avance ruso. Decenas de soldados rusos fueron asesinados o capturados. Los sobrevivientes se vieron obligados a escapar a los bosques circundantes. En los accesos a Kiev desde el este, fueron destruidas otras varias columnas de tanques. Después vino una especie de calma.
Breve respiro
Kiev volvió a respirar, y hasta reabrieron algunos cafés. Ahora, en el segundo mes de la guerra, los funcionarios ucranianos dicen que los rusos parecen haber desviado su foco de atención de la capital hacia otros lugares, pero los analistas occidentales advierten que Kiev sigue siendo un objetivo de Putin, y que ya estamos presenciando horribles bombardeos en otras ciudades.
Aunque muchas fuerzas rusas se han retirado de Kiev para reagruparse, otras ya se han dispersado y empezaron a flanquear la ciudad. En el interminable convoy de blindados rusos que había avanzado hacia la capital, los analistas militares identificaron múltiples lanzacohetes, artillería pesada e incluso armas termobáricas. Los intensos combates son implacables en varios suburbios del norte, y la ciudad ha sido objeto de ataques casi todas las noches, y más recientemente todos los días, con misiles de crucero y ataques de artillería.
El comandante checheno Muslim Cheberloevsky, que luchó contra el Ejército ruso en su tierra natal durante más de una década, conoce muy bien los métodos rusos. Cheberloevsky llegó con algunos de sus combatientes para apoyar a Ucrania cuando Putin se anexó Crimea, en 2014, y ahora está al mando de un batallón de voluntarios chechenos cerca de Kiev.
El comandante checheno describe la lucha en las afueras de Kiev como un juego del gato y el ratón: las fuerzas rusas avanzan lentamente con media docena de vehículos blindados hacia una aldea, y los voluntarios chechenos, junto con los ucranianos, intentan atacarlos antes de que logren atrincherarse. Los rusos tratan de avanzar, “pero sus ruedas giran en el aire”, dice.
Y se burla de las fuerzas armadas rusas. “Tienen tácticas estúpidas de la época del imperio ruso; no han cambiado”, dice Cheberloevsky. “Su táctica básica es enviar cuerpos a la muerte: no les importan sus propios soldados”.
Y el manual de jugadas de Putin tiene otro capítulo que los chechenos conocen muy bien. A medida que tomaban el control de algunas zonas de Chechenia, las tropas rusas iban aplastando cualquier disidencia residual y transformando y empoderando a los protegidos y colaboracionistas locales.
Después de desatar su horrendo poder de fuego, el golpe decisivo contra Chechenia fue el uso de colaboracionistas chechenos para imponer el control ruso. Seis años después de la guerra, Putin corrompió al jefe muftí de Chechenia para que traicionara la causa rebelde. El hijo del mufti, Ramzan Kadyrov, se convirtió en el principal secuaz de Putin y ha contribuido con combatientes chechenos para apoyar a las fuerzas rusas en la guerra en Siria, y ahora en Ucrania.
Ya hay señales de esa metodología en Ucrania: el arresto y desaparición de funcionarios locales, detenciones y amenazas contra periodistas locales, y la evacuación masiva de civiles a Rusia.
Los métodos empleados durante los últimos ocho años por los delegados rusos en los distritos separatistas del este de Ucrania —su rígida represión y sus ominosas cárceles— son un buen anticipo de la forma de gobierno que podría tener el país bajo la ocupación rusa.
Carlotta Gall
(Traducción de Jaime Arrambide)
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