La esperada respuesta del gobierno de Zelensky aún no ha alcanzado la velocidad y el impulso que algunos esperaban; varios soldados lo atribuyen, en parte, a los obstáculos puestos por los soldados rusos
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Un soldado ucraniano se arrastra entre la hierba alta con una pierna herida.
Segundos después, un brillante destello naranja y una nube de humo blanco marcan el lugar, a pocos metros de distancia, donde detona otra mina terrestre.
Un segundo soldado gravemente herido sube a un vehículo blindado de transporte de personal agitando los brazos y dejando una gruesa mancha de sangre.
Todo esto lo grabó en vivo la semana pasada un dron del ejército ucraniano que sobrevolaba el frente al sur de la ciudad de Bajmut, en el Donbás. Visto desde arriba, el campo de minas lleno de cráteres parecía una serie irregular de círculos de color marrón oscuro.
“Las minas son aterradoras. Me asustan más que cualquier otra cosa”, asegura Artyom, un soldado de 36 años de la Brigada de Defensa Territorial 108 de Ucrania.
Dos días antes, dos de sus colegas se habían parado sobre “pétalos” -pequeñas minas antipersonales verdes- esparcidas recientemente por cohetes rusos.
“Nuestros muchachos tenían experiencia, pero es difícil poner los ojos en todas partes. Les han amputado una pierna a cada uno. Tenemos heridos de mina después de cada combate”, afirma Artyom, un veterano zapador, los soldados que se encargan de abrir trincheras durante un conflicto.
Artyom explica que las fuerzas rusas colocan nuevas minas mediante el lanzamiento de cohetes en lugares que ya habían sido liberados y limpiados por las fuerzas ucranianas.
Minas para ralentizar avances
La esperada contraofensiva de Ucrania aún no ha alcanzado la velocidad y el impulso que algunos esperaban, incluido el presidente Volodymyr Zelensky, quien admitió que fue “más lentamente de lo deseado”.
Varios soldados con los que conversamos en diferentes secciones del frente lo atribuyen, en parte, a los campos de minas rusos.
“Por supuesto, ralentiza el movimiento de las tropas”, sostiene Dill, el comandante de un escuadrón de zapadores de nueve hombres.
Acaba de terminar una misión de remoción de minas en el frente cercano al este de la pequeña y arruinada aldea de Predtechyne, en las afueras de Bajmut. Coloca en el suelo, debajo de un árbol, varias minas rusas desactivadas tras asegurarse de que los drones rusos no pudieran verlo.
“El enemigo no tiene piedad de sus propios soldados. Son usados como carne de cañón. Pero nosotros estamos tratando de avanzar con el mínimo número de bajas”, declara el teniente Serhii Tyshenko, de la III Brigada de Asalto, desde un búnker cercano.
“Odio este trabajo”
Unas tres horas de viaje más al sur, a través de una sucesión de pontones, varios zapadores ucranianos están agachados al costado de una carretera llena de cráteres. Desactivan cuidadosamente una poderosa mina antipersonal Claymore escondida cerca de un poste de electricidad.
“Odio este trabajo”, confiesa Artyom, quien es exmecánico de automóviles, momentos después de desactivar la mina. Se escucha un silbido, luego un estruendo, cuando un proyectil de artillería ruso golpea los campos cercanos.
Por el borde de una colina, la infantería ucraniana avanza lentamente hacia el sur, más allá del pueblo recién capturado de Rivnopil.
La ira de Artyom no solo responde a los peligros de los campos minados, sino a lo que supone colocar minas y trampas explosivas en lugar de luchar contra el enemigo “de hombre a hombre”.
Más tarde, en su base temporal en una cabaña a varios kilómetros de distancia, los soldados expresan su frustración por la escasez de equipos de remoción de minas y de zapadores, de los cuales cuatro resultaron heridos en las últimas semanas.
Pero luego Artyom nos muestra una gran antena y saca una computadora portátil para comenzar a reproducir grabaciones recientes de supuestas interceptaciones de radio de soldados rusos.
Los mensajes llenos de improperios parecían indicar cierto grado de caos y una baja moral.
“Nuestro dron kamikaze golpeó nuestro propio vehículo. Tenemos un muerto, otro herido”.
“Los soldados se están escapando. Algunos están robando autos. 50 personas han huido”.
La intercepción de radio sugiere que los soldados rusos estaban abandonando sus posiciones tras un bombardeo de la artillería ucraniana.
“Esto sucede de vez en cuando. En grupos de 10 o 20 personas desaparecen y se van sin permiso. Los rusos saben que podemos espiar sus comunicaciones, pero a veces se olvidan”, dice Artyom.
Optimismo sobre el avance
Él se describe a sí mismo como “realista” sobre la contraofensiva de Ucrania. Alega que demasiadas personas “en los medios y en la sociedad tienen prisa” y esperan un progreso rápido.
Dos aviones de combate ucranianos vuelan a baja altura con un rugido ensordecedor, seguidos de una sucesión de estruendos desde el frente, más al sur. Poco después escuchamos artillería y lo que suena como un sistema de cohetes HIMARS de largo alcance golpeando posiciones rusas.
La contraofensiva de Ucrania puede ser lenta y relativamente silenciosa en esta etapa. Pero un alto mando, hablando de forma extraoficial, sugiere que este enfoque paciente pronto dará sus frutos, ya que los ataques de largo alcance han destruido la capacidad de Rusia para rearmar a sus unidades de primera línea, y la baja moral de las tropas de Putin abre oportunidades para avances estratégicos de las fuerzas ucranianas.
“Esto lo verás pronto”, asegura.
En cuanto a las vastas extensiones de campos minados que aún esperan al contraataque de Ucrania, Dill, el comandante del escuadrón de zapadores cerca de Bajmut, se muestra tranquilo y confiado.
“Estamos aprendiendo a improvisar y a inventar formas de abrir caminos rápidos y seguros a través de los campos minados. Pero estamos luchando contra un enemigo muy feroz”, reconoce.
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