Guerra Rusia-Ucrania: la ola de refugiados que huye de la masacre de civiles en las ciudades ucranianas
La odisea de Karina, una ucraniana de 35 años, y su familia para lograr escapar de Odessa y refugiarse en Rumania; la oleada de desplazados ucranianos despertó la solidaridad en los países vecinos
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BUCAREST.- Así como las de Kiev, tampoco las mujeres de Odessa lloran. Lo demuestra Karina, economista de 35 años de esa ciudad. Junto a su hermana, Anna, de 32 años y los hijitos de las dos, Boris, de 10 y Katya, de 4, acaba de llegar a la sede que el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS, por sus siglas en inglés) tiene en el barrio Berceni de Bucarest, capital de otro país vecino de Ucrania que está sintiendo con fuerza el impacto de la insensata guerra lanzada por Vladimir Putin, que ha desatado una crisis de refugiados que podría afectar a más de 4 millones de personas.
Economista, pelo recogido en una cola de caballo, polar verde y anteojos, Karina, que habla inglés, cuenta que fue una odisea escapar de Odessa, importante ciudad del sur de Ucrania cuyo estratégico puerto podría ser bombardeado por fuerzas rusas, según advirtió hoy el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky.
Todo el mundo sabe que, si Odessa cayera en manos del ejército del Kremlin, para Putin sería más fácil completar la toma de toda la parte sur de Ucrania, que perdería la salida al mar Negro, como ya ha sucedido con el de Azov. Justamente por eso en los últimos días, quienes no han emprendido desde allí el escape hacia Rumania, trabajaron para preparar la resistencia, poniendo sacos de arena en la primera línea de playa ante la hipótesis de un ataque anfibio.
Aunque Odessa queda a tan sólo 555 kilómetros de esta capital, una distancia que se recorre en unas ocho horas de auto y media hora de avión, el viaje de Karina, su hermana y los dos chicos fue infinito. Tardaron dos días. Primero viajaron en su auto hasta un pueblo cercano a la frontera, donde pasaron la noche un hotel y, al día siguiente enfrentaron la pesadilla del cruce a Rumania.
“Cuando vimos que había una cola kilométrica, calculamos que si nos quedábamos en el auto podíamos llegar a tardar 4 o 5 días para cruzar. Así, que decidimos dejar el auto a la vera del camino y cruzar a pie, con los chicos”, cuenta Karina, que destaca que está embarazada de 11 semanas. “Sí, necesito ir a un hospital en Bucarest para que controlen que el bebé está bien”, agrega, tocándose una panza incipiente. Será otro bebe de la guerra.
Karina afirma que “quizás” unos amigos irán a buscar el auto que dejó ahí, en la frontera. “Pero cuando está en juego la vida de tus hijos ¿Qué te importa un auto?”, se pregunta, con rostro desencajado.
Karina y su hermana emprendieron el viaje de escape totalmente solas porque, debido a la ley marcial, los hombres de entre 19 y 60 años tienen prohibido dejar el país. Tienen que quedarse y luchar contra el enemigo, como hará el marido de Anna, que no habla inglés pero que entiende que estamos hablando de él y no oculta ojos de terror. “Mi marido es marino, trabaja en una nave comerciante, está en alta mar ahora, no sé exactamente dónde está porque en los últimos días los únicos mensajes que intercambiamos eran para decirle que estábamos bien, tiene contrato hasta mayo, así que por el momento no le toca... Mi cuñado tiene 41 y tendrá que combatir”, dice.
¿Qué harán ahora? “No sé, esperamos quedarnos acá en algún departamento y esperar a ver qué pasa... A los chiquitos les dijimos que nos íbamos de viaje de vacaciones, pero es muy difícil que se lo crean... No pueden entender por qué en este viaje de vacaciones las noches son tan cortas... Tuvieron que despertarse a las cinco de la mañana y nunca pudimos detenernos para tomar un respiro, nunca paramos”, cuenta. “Además, no les gusta la comida, que es muy distinta a lo que comen en casa, están muy muy cansados y todos los días preguntan cuándo volvemos a casa”, agrega, con los ojos llenos de lágrimas, pero sin quebrarse. Los chicos, de hecho, están ahí, a unos metros, esperando a ver cuál es el próximo paso y seguramente no quiere que la vean llorando. Tiene que mostrarse fuerte.
En el cuartel general del JRS, su directora, Irene Teodor, explica a LA NACION que tuvimos suerte en poder hablar con Karina. “La mayoría de los refugiados que están llegando a Rumania -más de 85.000 cada día-, no quieren hablar con periodistas porque está muy traumatizados. Vivieron bombardeos, el tener que refugiarse y lo tienen demasiado fresco. Podés ver aún el miedo en sus rostros, no hablan, son muy silenciosos, cautos... Lloran y llegan con muchos niños”, afirma. “Es muy distinto de lo que pasa con los refugiados iraquíes o sirios que también recibimos aquí, que para llegar atraviesan varios países y no tienen el drama tan fresco y, psicológicamente, estaban mejor”, añade.
En este marco, Teodor cuenta que hace unos días hasta asistió el caso de un hombre que -como en verdad tenía prohibido irse del país-, decidió cruzar ilegalmente nadando por el delta del río Danubio que separa la frontera. “Nunca me esperé algo así, nadie se esperó esto”, reconoce esta asistente social rumana, que destaca que en esta primera oleada de refugiados puede notarse que se trata de gente que evidentemente podía huir, que tenía plata, auto y combustible para hacerlo. Y que llega a Rumania como de paso, para luego ir hacia otros países de Europa donde tienen parientes o amigos. “Pero con el pasar de los días iremos viendo otro tipo de desplazados, mucho más vulnerables”, apunta.
Aunque el JRS está trabajando en los poblados de Raudati, Glati, Constanta, Timisoara, Maramures, cercanos a los puntos fronterizos de Isaccea, en el oeste (por donde pasaron Karina y la hermana), Sighet y Siret, en el norte, desde que comenzó este inimaginable éxodo ya atendieron en Bucarest a más de 500 personas.
“Les damos asistencia como techo y comida, pero sobre todo counseling de tipo legal: muchos no saben si aplicar para pedir asilo en Rumania o ir a otra parte. Y la sugerencia que les damos depende de qué tipo de documento tienen: si tienen pasaporte biométrico, por ejemplo, pueden seguir viajando a otros países de la Unión Europea (UE), mientras que, si tienen un normal documento de identidad, pueden quedarse tres meses en Rumania”, explica. “Si aplican para quedarse en Rumania, no pueden irse, por lo que a veces les aconsejamos esperar, porque con las nuevas reglas adoptadas por la UE en verdad pueden quedarse un año, recibir beneficios sociales y trabajar, pero recién se está aplicando esta nueva directiva”, agrega.
A Tedor incluso le tocó a ayudar a algunos ucranianos a conseguir pasaportes para sus mascotas. “Los llevamos al veterinario para que obtengan los documentos de viaje y ya logramos mandar a un gato y cuatro perros a Europa”, comenta, haciendo un gesto de victoria.
También llegaron muchos no ucranianos, extranjeros extracomunitarios, que sólo tienen posibilidad de quedarse cinco días en Rumania. Y es por esto que, en los últimos tres días, ha habido más de 60 puentes aéreos para repatriar a miles de estudiantes de la India, de Túnez, Marruecos, Georgia, México y otros países, que también se vieron obligados a huir de ciudades con grandes universidades como Odessa y Kharson.
“Nunca habían aterrizado en el aeropuerto de Bucarest líneas aéreas como Royal Air Maroc, Air India y demás”, comenta el padre Andrei, sacerdote de la minoría greco-católica de este país, que subrayó, por otro lado, que esta oleada de refugiados desencadenó en Rumania una oleada de solidaridad nunca antes vista. “Estamos shockeados porque en este país normalmente se ve muy poco voluntariado. Pero en estos días en este sentido vemos que ha habido un cambio impresionante: estamos viendo gente que abre su casa para hospedar a los refugiados, que responde a los pedidos de colectas para ellos, dona mantas, dinero, bolsas de dormir... Hay una movilización por nuestros vecinos que nos ha sorprendido”, apunta. Como sucede en Polonia, el país que más refugiados ucranianos está recibiendo, debido a una cuestión geográfica pero también a que allí hay un idioma más similar, en Rumania también las líneas ferroviarias y de buses están regalando gratis los pasajes a los ucranianos.
¿A qué se debe esta oleada de solidaridad? “Tiene que ver, creo, con que los rumanos ven que se trata de una agresión, una guerra contra nuestros vecinos de casa, desencadenada de un día al otro por Rusia, totalmente injusta... Y tiene que ver con que nuestros abuelos recuerdan cuando los rusos llegaron acá en 1944, al final de la Segunda Guerra Mundial y se quedaron diez años”, afirma este sacerdote. “Fue un período muy difícil, hubo una hambruna porque los rusos sacaban todo para llevarlo a la entonces URSS y los ancianos lo recuerdan muy bien”, explica.
¿Hay miedo en Rumania? “No sé si podemos hablar de miedo, porque Rumania se unió a la OTAN en 2004 y a la UE en 2007, pero el clima es muy preocupante también a nivel bancario, porque llegan los ucranianos a quienes les permiten sacar sólo una cantidad de plata limitada, el euro está cada vez más caro, sin contar que el Covid ya había causado un aumento de la inflación, también ha subido y esto complica más las cosas”, contesta.
Lo cierto es que en la base que tiene la OTAN en el puerto de Constanza, 189 kilómetros al sureste de esta capital, sobre el Mar Negro, hay 1000 soldados franceses y al menos cuatro aviones de guerra de Italia. “Y esto nos da algo de tranquilidad”.
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