“La seguridad energética para este invierno está garantizada”, dijo Scholz este miércoles, para aplacar los temores de un invierno plagado de apagones
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Cuando Vladimir Putin cerró los grifos de gas a Europa, Alemania temió más que nadie un invierno plagado de apagones.
Las autoridades germanas se apresuraron a asegurar suministros alternativos, conscientes de que la fuerte dependencia del gas ruso había dejado al motor económico europeo lamentablemente expuesto.
Sin embargo, apenas unos meses después las luces brillan en los mercados navideños, se respira un tímido optimismo en el aire aderezado con Glühwein (vino caliente). La estrategia que Alemania ha montado apresuradamente para arreglárselas sin el gas ruso parece estar funcionando, al menos por ahora.
“La seguridad energética para este invierno está garantizada”, afirmó el canciller socialdemócrata Olaf Scholz en el Parlamento alemán este miércoles.
Buscando otros proveedores
Los depósitos de gas del país están llenos, en parte, por una frenética -y costosa- operación de compra en los mercados mundiales de hidrocarburos.
Asimismo, en la costa alemana del Mar del Norte, azotada por el viento, los ingenieros acaban de construir, en un tiempo récord, su primera terminal de importación de gas natural licuado (GNL).
El GNL es un gas natural que se enfría en forma líquida para reducir su volumen y facilitar su transporte. Luego se vuelve a convertir en gas al llegar a su destino.
En Alemania este tipo de proyecto suele llevar años, debido a la pesada burocracia. No obstante, las autoridades han eliminado trámites para que la obra se pudiera completar en menos de 200 días.
La parte más importante de la terminal, una “unidad flotante de almacenamiento y regasificación” (FSRU), aún no ha sido asegurada. La FSRU, que es esencialmente un barco especializado en el que el GNL se convierte de nuevo a su estado gaseoso, se alquilará por US$ 207.259 diarios.
Dentro de unas semanas, los buques tanqueros de países como EE.UU., Noruega o los Emiratos Árabes Unidos podrían comenzar a entregar sus cargamentos en el puerto de Wilhelmshaven.
El operador de la terminal, Uniper, que ahora está controlado casi en su totalidad por el gobierno alemán, no ha querido informar sobre sus proveedores, pero insistió en que ya hay contratos en vigor.
Berlín tiene previsto construir otras 5 terminales de GNL. La mayoría deberían estar terminadas el año que viene.
Una carrera contrarreloj
La potente industria alemana ha contenido la respiración mientras el gobierno ejecutaba su arriesgada estrategia.
“Si no tenemos gas, tenemos que cerrar el horno”, le dijo a la BBC Ernst Buchow, quien posee una fábrica de ladrillos a media hora de Wilhelmshaven.
Los ladrillos que produce deben cocerse en un horno gigante a temperaturas de hasta 1200 grados centígrados. En un futuro cercano el empresario espera poder pasar al hidrógeno verde, pero por ahora, depende totalmente del gas.
“No es sólo culpa de los políticos. La industria quería los contratos de gas ruso”, agregó.
Hace apenas un año, los acuerdos con Moscú proporcionaban a Alemania 60% del gas que consumía, en gran parte a través del gasoducto Nordstream.
Pese a la importante oposición política y ciudadana, el gobierno esperaba poner en funcionamiento el controvertido Nordstream 2, que habría duplicado la cantidad de gas ruso que llegaba a Europa a través de Alemania. Sin embargo, la invasión a Ucrania enterró estos anhelos.
La agencia federal de la red energética asegura que hoy Alemania se las arregla sin combustible ruso.
Pero, para evitar la escasez durante el invierno, sus expertos afirman que las terminales de GNL deben entrar en funcionamiento a principios del próximo año y que el consumo de gas debe reducirse 20%.
Llegar a este punto puede considerarse un gran logro nacional, pero no ha salido gratis.
La cara oculta y fea
Alemania, un peso pesado de la economía, a menudo consigue lo que quiere. Pero su nuevo apetito por el GNL está intensificando la demanda mundial.
Y eso puede colocar a países más pobres, como Bangladesh y Pakistán, en una posición vulnerable.
“Hay un montón de países, sobre todo economías emergentes, que están fuera del mercado y ya no pueden abastecerse del GNL que necesitan, porque tienen menos poder adquisitivo que Alemania”, afirmó el profesor Andreas Goldthau, de la Escuela de Asuntos Públicos Willy Brandt.
El experto advirtió que esto coloca a estas naciones en mayor riesgo de sufrir apagones o tener que recurrir a energías “más sucias”, como el carbón, precisamente para evitar ese escenario.
¿Y qué hay de los planes de Alemania de completar su transición a un modelo verde? El GNL es, después de todo, un combustible fósil.
Todos los implicados en el proyecto de Wilhelmshaven se apresuran a insistir en que el GNL es un combustible “de transición”.
Uniper ha prometido construir una infraestructura para manejar el hidrógeno verde junto con la terminal de GNL.
Eso ha alimentado los ambiciosos planes del ayuntamiento de Wilhelmshaven. El alcalde, Carsten Feist, ha asegurado que la terminal de GNL no traerá muchos puestos de trabajo a la ciudad. Pero que sus planes de crear un centro de energía verde sí lo harán.
“Gran parte de la transformación energética que necesitamos para que nuestro planeta tenga un clima habitable en 50 o 100 años, gran parte de lo que es necesario en Alemania, se producirá en y a través de Wilhelmshaven”, aseveró el funcionario.
Factura abultada
Pero el costo más llamativo de la estrategia de Berlín para cortar su dependencia del gas ruso es la monetaria.
Las 6 terminales de GNL han forzado al gobierno germano a gastar US$ 6.217 millones. Eso es más del doble de lo que los ministros habían presupuestado inicialmente y puede aumentar aún más el año que viene.
Alemania aprendió demasiado tarde el valor de un suministro energético seguro y ahora lo está pagando, y muy caro.
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