Guerra en Ucrania: Bakhmut, la ciudad que se convirtió en el botín más preciado para el aniversario
“La situación es difícil, pero no queremos darnos por vencidos”, dice a LA NACION uno de los soldados ucranianos que llegó a Chasiv Yar para fortificar esta zona, que se ha vuelto la línea del frente y que muchos temen que pueda caer
CHASIV YAR, Bakhmut.- “La situación es difícil, pero no queremos darnos por vencidos”. Los estruendos de la artillería hacen temblar todo, es un día gélido en el castigado Donbass y “Chicago”, nombre de guerra de un soldado ucraniano, intenta transmitir una seguridad que no tiene.
Son las tres de la tarde de un día soleado pero frío en Chasiv Yar, otra ciudad fantasma de esta región del sudeste ucraniano bajo fuego y en disputa desde 2014, que se ha vuelto crucial para la defensa a todo o nada de Bakhmut, epicentro de los combates que se ha vuelto, en estos días de aniversario, en el botín más preciado, en un símbolo de cómo podría evolucionar esta guerra sin fin.
Los rusos intentan conquistar Bakhmut, que queda tan sólo a diez kilómetros, desde hace más de seis meses. Al intensificar en las últimas semanas la ofensiva, hay quienes creen lo están por lograr: tienen más hombres, más medios, más armas. Todo el mundo sabe que la conquista de Bakhmut ahora, justo en vísperas del primer aniversario de la “operación especial” de Vladimir Putin que salió mucho peor de lo esperada, podría ser ese éxito militar indispensable para el Kremlin. O, al menos, para atizar en casa esa propaganda patriótica triunfalista necesaria para mantener en alto la moral de los invasores rusos.
Chasiv Yar, al oeste de Bakhmut, impresiona. No solo porque se sienten muy cerca los golpes de los obuses de la batalla. Como ya no hay nadie, sus calles llenas de nieve parecen el set de una película. Nadie ha podido venir a pasar máquinas quitanieves. El abandono es total. Y lo único que se ve es una ciudad militarizada, con barricadas, edificios en parte intactos, en parte, bombardeados, testigos mudos del horror.
Antes del comienzo de la invasión, Chasiv Yar tenía unos diez mil habitantes. Ahora, como cuenta “Chicago”, tan solo queda un puñado de civiles. “Es gente que no quiere dejar su casa. Por ejemplo, en esta casa hay unas diez personas”, afirma este soldado, mostrando un edificio de tres pisos con ventanas tapiadas.
“Chicago”, que no puede decir su nombre, oriundo de la localidad de Sumi, noreste de Ucrania, forma parte de una brigada de 50 soldados que llegó hace dos días a Chasiv Yar para fortificar esta zona que se ha vuelto la línea del frente y que muchos temen que pueda caer.
Su brigada ha ocupado un edificio vacío -casi todos se han ido-, que será la base logística de las operaciones militares. Por aquí pasa la única ruta que las tropas ucranianas pueden usar para llevar municiones y provisiones hacia Bakhmut. Y se nota. En el camino, lleno de cráteres, hielo y nieve, que hay que recorrer desde la pequeña y cercana ciudad de Kostiantinivka, es impresionante el ir y venir de camiones militares, blindados y, sobre todo, ambulancias.
En la base militar que están preparando en lo que era un edifico residencial, ahora vacío, los golpes de artillería se confunden con el ruido del generador. Están tratando de calefaccionar el subsuelo, donde también están emplazando unos veinte catres para que los militares puedan descansar. Afuera se ve un camión militar, y soldados que van y vienen organizando el lugar y cavando incluso una trinchera. No son los únicos. Aunque no pueden dar precisiones, explican que hay varias otras tropas en esta zona, que son justamente las que están disparando artillería contra el enemigo ruso.
“¡Váyanse!”
“Chicago”, que admite que la situación es difícil y que los rusos se la pasan bombardeando -de hecho, es visible la destrucción-, como todos los ucranianos, ostenta determinación. Después de reírse nerviosamente al admitir que no es un momento fácil, enseguida agrega: “Nosotros vamos a combatir contra Rusia, contra los soldados rusos”. “Nos quedamos acá para luchar por nuestra tierra, no tenemos ninguna otra alternativa, sino la de seguir luchando, todos los días”, afirma, en inglés.
Aunque dice que están en Chasiv Yar para proteger a los pocos civiles que quedan, justo en ese momento aparece una mujer con gorro de lana que, hablando en ruso y gesticulando, empieza a decirles a esos soldados que están allí, alistando la nueva base, que quiere que se vayan. “¡Váyanse, si ustedes están acá nos van a bombardear, vamos a ser un blanco! ¡No tienen que estar acá!”, grita, fuera de sí. Es parte de esa población filorrusa que espera que lleguen las tropas de Vladimir Putin.
Diez kilómetros más al sur, en Kostiantinivka, otra ciudad desierta que también solía tener unos diez mil habitantes, una mujer tampoco se quiere ir de su casa.
“Tengo 72 años, no puedo dejar todo acá. Mi hija está en Moscú, me dijo que me puede comprar un departamento y puedo irme allá, pero yo no puedo. No quiero dejar mi casa. Estoy demasiado vieja para esto”, dice Tatiana, que también se negó a evacuar otra localidad que vive bajo fuego desde 2014. Fue entonces que comenzó en el Donbass una guerra fratricida, de baja intensidad, entre separatistas prorrusos y ucranianos, en medio de la indiferencia del mundo. Una guerra que, después de la invasión lanzada por Putin el 24 de febrero del año pasado, precipitando al mundo en una suerte de nueva Guerra Fría, ahora sí está bajo la lupa del planeta.
Tatiana acaba de ir a buscar, con un carrito, una caja de alimentos que entrega un centro municipal donde se ven muchas personas mayores, con tapados de piel para protegerse del frío y rostros castigados. “Necesitamos parar esta guerra, ya se derramó demasiada sangre”, lloriquea Tatiana, mientras habla en ruso. De fondo se escuchan los golpes de artillería. “Lamento que las madres ucranianas pierdan sus hijos y lamento que las madres rusas pierdan sus hijos… Tenemos que detener esta guerra y empezar negociaciones. Espero que haya paz para todos”.