Muertos, desplazados, daños materiales, crisis humanitaria y el fin del un modelo de alianzas; las consecuencias de la guerra
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PARIS.– Hace un año, el 24 de febrero de 2022, unos 3000 tanques rusos invadieron un país libre cambiando para siempre el mundo que conocíamos y amenazando con transformarse en el mayor cataclismo geopolítico desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. La insensata aventura de Vladimir Putin no solo ha provocado centenares de miles de muertos, millones de desplazados, inmensos daños materiales y una terrible crisis humanitaria. También volvió a barajar los naipes de las relaciones internacionales, consolidando nuevas alianzas, reforzando la unidad occidental y sumiendo al planeta en un incierto futuro.
“Así como la guerra afectó las relaciones entre los grandes poderes, el debilitamiento del orden mundial liberal también tuvo profundas consecuencias en los países fuera de Occidente. Un año después de la invasión, esos países siguen buscando alternativas a aquel viejo orden. Sin que una tercera vía clara, ya sea económica o política, haya emergido aún”, afirma el geopolitólogo Frédéric Encel.
El fin del orden liberal internacional
El conflicto ucraniano parece haber puesto punto final a la ilusión del orden liberal internacional, dejando al descubierto la desafección profunda que existe en gran parte del mundo a los principios que lo fundan. En un año, el planeta asistió a una aceleración brutal de la deconstrucción del orden mundial establecido por los vencedores de 1945.
Para los no-occidentales la guerra en Ucrania es un conflicto en defensa de las reglas establecidas por los occidentales, que ellos mismos no titubearon en transgredir o interpretar en función de sus intereses. Esa percepción indica la profundidad de la fractura que existe entre el oeste y lo que ahora se denomina “el sur global”, cuya característica común es el resentimiento contra ese mundo de privilegio, caracterizado por una ambición imperial. Esa visión, acelerada por la invasión rusa, es la prueba del vigor que alcanzó la ola de “desoccidentalización” que anega al planeta.
Esa es la constatación de partida de la 59a Conferencia sobre la Seguridad, que se realiza este fin de semana (del 17 al 19 de febrero) en Munich, casi exactamente un año después del comienzo de la guerra en Ucrania. Su divisa, “La paz mediante el diálogo”, jamás se vio sometida a semejante prueba.
El futuro del mundo estará, en consecuencia, en el corazón de los debates, después que la competencia entre dos visiones del futuro orden internacional que opone Rusia y China a las democracias liberales adquirió un dramático carácter con la guerra. Cerca de 150 jefes de Estado y de gobierno asistirán a los debates con un objetivo preciso: convencer a los países emergentes de elegir de qué lado están, con los regímenes autoritarios de Moscú y Pekín o a favor del orden liberal internacional.
“¿Se está a favor de los principios del derecho internacional y de la Carta de Naciones Unidas o se acepta que sean pisoteados? No se puede permanecer neutral. Ese es un concepto del siglo pasado”, advierte Christoph Heusgen, presidente de la Conferencia de Munich, haciendo alusión a los No Alineados. Propósitos muy poco diplomáticos para ese exembajador, cuando los 35 países que se abstuvieron o se negaron en octubre pasado a condenar a Moscú en la ONU representan cerca de la mitad de la población mundial. Ningún país de África o de América Latina se sumó a la coalición que impone sanciones a Rusia por su invasión.
El sur global
Con la guerra de Ucrania, el mundo asistió a la consolidación del llamado “sur global”. El concepto, que puso fin a la tradicional definición geográfico-política norte-sur y que hoy engloba tanto a China, como a África y a Rusia, tiene como columna vertebral su resentimiento contra Occidente.
Cansados de las lecciones de los occidentales, los países del sur aspiran a hacerse escuchar, diversificar sus socios en función de sus intereses, sin alinearse con uno u otro campo. Saben también que el paria de ayer puede convertirse en el socio de hoy, como sucedió cuando comenzó la crisis energética, provocada por la guerra, con el príncipe heredero de Arabia Saudita.
“Todo parece indicar que, tanto el este como el oeste, el norte como el sur, estuvieran buscando una nueva definición de ellos mismos. Se trata de un proceso que, lejos de acercarlos, los aleja unos de otros y nos lleva a plantearnos nuevas cuestiones sobre el orden del mundo y las direcciones que podría tomar”, analiza el politólogo Dominique Moïsi.
Poco a poco, la noción “sur global” se impuso este año para definir todo aquello que no es el mundo occidental. Es decir, Estados Unidos y Europa, más unos pocos islotes de Occidente, como Australia, Nueva Zelanda, Canadá y tal vez el Occidente asiático, como Japón y Corea del Sur y el Occidente medioriental, como Israel y algunos países árabes.
“Ninguno pertenece al sur. No porque están geográficamente en el hemisferio norte, sino porque se ubican ‘políticamente’ al oeste. Es como si la definición geopolítica hubiera remplazado la posición geográfica o, simplemente, geoeconómica”, señala Moïsi.
El problema es que el comportamiento de Rusia desde el 24 de febrero de 2022 vuelve cada vez más artificial esa nueva lectura geopolítica del mundo.
“Si hay dos países que, desde hace años, intervienen en el sur, con ambiciones imperiales y desestabilizadoras, son en primer lugar Rusia y China. Y eso sucede, con diferencias de matices, tanto en Europa del este, en Medio Oriente, Africa y América Latina”, concluye Moïsi.
Como durante la Guerra Fría, el mundo se ha instalado en un enfrentamiento de bloques. Con una diferencia, sin embargo: una globalización y una imbricación de las economías mucho más intensas que entonces. Y aun cuando ambos campos no estén, como entonces, ideológicamente estructurados, el cara-a-cara es global, con dirigentes decididos a revertir el actual statu quo, como Putin en Moscú o Xi Jinping en Pekín.
Dentro de esa dramática tendencia hay sin embargo algunas buenas noticias. Ni India ni Brasil plebiscitan la visión autocrática de Rusia o de China. Solo 3% de las personas encuestadas en Brasil desearían vivir según esas reglas, contra 51% en favor del sistema estadounidense. En India, son respectivamente 8% y 21% quienes se pronuncian por el modo de vida ruso y chino, contra 34% en favor de Estados Unidos.
El retorno de la amenaza nuclear
Para los europeos, el retorno de una guerra de alta intensidad en el continente ha sido percibido como una ruptura estratégica mayor. Sin embargo, no es el primer conflicto en el continente después de la Segunda Guerra Mundial. La guerra en la ex Yugoslavia dominó la agenda internacional durante la última década del siglo XX con igual violencia, crímenes de guerra y contra la humanidad, masacres como la de Srebrenica, torturas y utilización sistemática de violaciones masivas como arma de guerra.
Ucrania no está más cerca de Europa que aquella guerra: la ex Yugoslavia, que compartía sus fronteras con Italia, Austria y Grecia, se situaba en pleno corazón del continente. Pero se trató de una guerra civil, en la cual las grandes potencias —miembros de la OTAN— intervinieron para tratar de poner freno a la violencia.
Esta vez, el agresor es una potencia. Una potencia nuclear, miembro permanente del Consejo de Seguridad, responsable —según la Carta de Naciones Unidas— del mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. La invasión de Ucrania por Rusia provocó un fuerte sentimiento de regreso al pasado aun cuando, a pesar de las arengas belicosas de muchos responsables rusos a lanzar bombas nucleares sobre Londres o París, no hubo ninguna amenaza directa contra los miembros de la OTAN.
Esta guerra, en todo caso, ha dejado en claro que Occidente deberá revisar su “gramática estratégica”, afirma Elie Tenenbaum en una nota del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI). En esta crisis, los occidentales dejaron a Moscú “el control de la escalada”, concepto clave en materia de disuasión, que acuerda ventaja a quien lo ejerce. A su juicio, Rusia se adjudicó la posibilidad de aumentar la presión del enfrentamiento, mientras que la OTAN enunció desde el primer día sus límites.
“La gesticulación nuclear”, que forma parte de ese “aumento de la presión” del Kremlin, marcó el retorno del arma nuclear en el discurso geopolítico: mientras durante la Guerra Fría el arma nuclear estaba destinada a no ser empleada, su empleo es hoy imaginado como algo “perfectamente posible”.
Rusia, un gigante con pies de barro
Pero su capacidad nuclear no impidió que estos 12 meses de guerra dejaran a la luz la fragilidad de la llamada segunda potencia militar del planeta. Fracasos, errores, impreparación… Vladimir Putin perdió en esta aventura cerca de 180.000 hombres y una cantidad innumerable de material, viéndose obligado a cambiar a los responsables de operaciones una y otra vez.
“Para Rusia, esta guerra fue un desastre militar, económico y político”, asegura Steven Pifer, de la Brooking Institution.
Aunque otros expertos son menos categóricos, es verdad que el número de bajas en 12 meses es mucho mayor que en Afganistán durante una década. La economía rusa, por su parte, sufre con las sanciones occidentales. En un año, la Bolsa de Moscú perdió un tercio de su valor. Y si bien el anunciado derrumbe no se produjo todavía, los intelectuales, científicos y universitarios dejan masivamente el país, escapando de un eventual reclutamiento forzado.
Una renovada unidad occidental
Lanzando su invasión a Ucrania, Vladimir Putin registró un primer fracaso: reactivar la unidad occidental, sobre todo en el seno de la OTAN. Para los europeos, la gravedad y la proximidad de la amenaza provocó la cohesión en vez de división, dejando de lado sus divergencias estratégicas. Desde el primer día, Occidente cerró filas como nunca desde la Segunda Guerra Mundial, favoreciendo al mismo tiempo —en ausencia de una defensa europea efectiva— el liderazgo de Estados Unidos.
En ese nuevo tablero geopolítico europeo y dentro de esa unidad recuperada, este año marcó también el rearme del bloque, como demostró el vertiginoso cambio de doctrina militar de Alemania, y el protagonismo de algunos de sus miembros, en particular de aquellos que estuvieron sometidos al yugo soviético. Estos —como Polonia o los Bálticos— adoptaron una posición mucho más proactiva y beligerante frente a Rusia y en favor de Ucrania que las grandes naciones —como Francia o Alemania—, más proclives a la prudencia y la negociación.
Hambre, inflación e inestabilidad económica
Otra de las principales consecuencias de la guerra en Ucrania reside en la pérdida de vidas y la crisis humanitaria asociada a la multitud de personas sitiadas y desplazadas. Una crisis que afectó no solo a Ucrania, sino a numerosos países, agravando la inseguridad alimentaria mundial y provocando “una catástrofe humanitaria que va más allá de todo lo que hemos conocido después de la Segunda Guerra Mundial”, según David Beasley, director ejecutivo del Programa Alimentario Mundial (PAM) de Naciones Unidas.
Porque Rusia y Ucrania se cuentan entre los principales proveedores mundiales de alimentos de base y de fertilizantes, y debido a la naturaleza fuertemente integrada de los mercados, gente que vive a miles de kilómetros del campo de batalla padecen las consecuencias del conflicto. Las perturbaciones derivadas de ese fenómeno provocaron una vertiginosa estampida de precios de alimentos, fertilizantes, transportes de mercancías y energías fósiles.
Rusia y Ucrania proveen, entre ambos, cerca del 25% de los cereales del planeta. Unos 50 países dependen de esas dos potencias cerealeras para 30% de sus importaciones de trigo. Para 36 de ellos, esa proporción aumenta a más del 50%. Anticipando la penuria que provocaría la invasión, los precios mundiales de trigo y maíz se dispararon poco después de febrero de 2022 aumentando 79% y 37% con respecto al año anterior. Las alzas mundiales se tradujeron directamente en una considerable inflación planetaria, cuyas principales víctimas son las poblaciones más frágiles.
La situación se vio agravada por el hecho de que Rusia sea el primer exportador mundial de fertilizantes nitrogenados y el segundo productor de fertilizantes potásicos y fosfatados. También esos precios aumentaron considerablemente desde el comienzo de la guerra.
Sumado a la progresión exponencial de los precios del gas, ese proceso ha tenido un gran impacto en la producción agrícola mundial, reduciendo sensiblemente la seguridad alimentaria.
La revolución energética en cuatro cifras
“Un periodo de turbulencias extraordinarias”. Así es como la Agencia Internacional de la Energía (AIE) resumió, en su último informe, las consecuencias de la guerra en Ucrania en el mercado de la energía.
- 15% es el peso que tendrá Rusia en los intercambios internacionales en materia de gas en 2023. Una gravitación en caída libre comparada con el 30% de 2021, porque la guerra dejó “en pedazos” la relación energética entre Moscú y los europeos, sus principales clientes.
Efecto de las sanciones del bloque, Rusia redujo el flujo de exportaciones hacia la Unión Europea (UE) en casi 80%.
“La crisis rompió las relaciones energéticas con Rusia, fundadas en la confianza y la seguridad del aprovisionamiento. Eso desapareció para siempre”, dice la AIE.
Aunque Moscú recurra actualmente al este del planeta para hallar nuevos mercados, la AIE estima que el ingreso neto proveniente de sus exportaciones de gas caerá de 75.000 millones de dólares en 2021 a 25.000 en 2030.
- Debido a la guerra, la demanda anual de gas entre 2030 y 2050 debería estabilizarse en 4,4 billones de metros cúbicos.
“El mundo se acerca al final de la edad de oro del gas”, resume el director de la AIE, Fatih Birol. Antes del conflicto, el gas natural era considerado como una fuente de energía fiable que contribuiría a la transición energética, contrariamente al carbón y al petróleo. Pero la guerra cambió completamente esa realidad.
- 175 millones de personas caerán probablemente en la precariedad energética con el estallido de los precios del gas y la electricidad, exacerbados por la guerra en Ucrania.
“Después de décadas, en 2022 aumentó por primera vez el número de personas sin electricidad. Ese dato fundamental ha llevado a los responsables políticos a ajustar sus estrategias en materia de transición energética.
Efecto colateral de la guerra
Magro consuelo, con estos 12 meses de guerra, Vladimir Putin no solo alejó a Rusia de sus vecinos europeos por décadas, colocándola ante un incierto futuro. También logró reforzar “estratégicamente” a las democracias, lo que permite a muchos especialistas insistir en el “fracaso” inevitable de su “operación especial”.
“Los sistemas autoritarios, ahogando el pensamiento crítico y el debate contradictorio, inspirando el miedo para mantenerse en el poder, terminan por intoxicarse a sí mismos y pierden la lucidez estratégica necesaria para conducir la guerra y establecer positivas relaciones de fuerza geopolíticas”, afirma Ludovic Jeanne, especialista en geopolítica. “Por esas razones, Vladimir Putin será derrotado”, asegura. “El problema es la inmensa devastación que habrá dejado su absurdo desatino”.
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