Guerra en Medio Oriente: los dos frentes de batalla gemelos en los que se juega la futura identidad de Israel
La decisión de la Corte Suprema de frenar la reforma judicial impulsada por Netanyahu en medio del conflicto contra Hamas, avivan el debate por el modelo de democracia y la relación de Israel con los palestinos
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NUEVA YORK.- La decisión de la Corte Suprema de Israel de rechazar el control legislativo sobre la judicatura pone fin, por ahora, al decaído esfuerzo del gobierno ultraderechista de Benjamin Netanyahu para socavar el Poder Judicial, planes que desataron nueve meses de protestas que solo se frenaron tras el ataque de Hamas del 7 de octubre.
Esas protestas habían generado un profunda división entre los israelíes, pero la posterior guerra los volvió a unir: hasta hubo pilotos y reservistas que habían jurado ignorar las prácticas militares que se presentaron espontáneamente para luchar antes de ser convocados.
Si la decisión de la Corte viene a remover ese avispero aplacado por la guerra y a dejar expuesta una vez más la batalla cultural que se da en el seno de la política israelí, para restar importancia a ese fallo adverso, la respuesta de Netanyahu y su gobierno fue apelar nuevamente a la unidad en tiempos de guerra. El argumento utilizado por Netanyahu fue una nueva versión del que utiliza ante cada crítica a sus políticas y su gestión: que todos esos son temas a discutir “después de la guerra”.
Además, se cree que el fallo, por importante que sea, tendrá poco o ningún efecto sobre la evolución de la guerra en sí misma.
“El fallo no va a cambiar nada”, dice Amit Segal, columnista político del diario israelí Yedioth Ahronoth, quién publicó una filtración del fallo y es considerado cercano a Netanyahu. Incluso antes de la guerra, “Netanyahu no tenía suficiente artillería política, por decirlo así, para superar a sus opositores”, dijo Segal, y agregó que “por eso le conviene que el fallo haya salido durante la guerra, porque así puede justificar su falta de reacción, y después de la guerra tendrá problemas todavía más acuciantes, como su propia supervivencia política”.
Pero la Corte y la guerra están conectadas de una manera en particular: ambas son cruciales para la identidad futura de Israel y su futuro como país. Para Israel, esta es una guerra por su existencia, la mejor manera de reconfirmar que no será erradicado de la región y de recuperar su reputación de faro para la seguridad de los judíos en todo el mundo. Y el fallo apunta al corazón de ese debate: ¿Israel será una pujante democracia, crucial por su especial relación con Occidente?
Visto de manera estricta, el tribunal ha dictaminado que el Poder Judicial debe poder controlar la potestad de una mayoría simple en el Parlamento de Israel, la Knesset, para cambiar las leyes fundamentales del país y alterar el carácter democrático del Estado. El fallo deja abierta la posibilidad de cambios legales mediante una aprobación con mayorías especiales.
Netanyahu y sus aliados argumentan que los jueces tienen demasiado poder sobre leyes aprobadas por legisladores elegidos por el pueblo, los acusa de ser demasiado progresistas y de acceder a sus cargos de manera antidemocrática.
Los detractores de Netanyahu, que tiene un juicio por corrupción en curso, evaluaron que el fallo judicial salvó el equilibrio democrático en un país sin Constitución ni Cámara alta. Algunos, como el exfiscal general y exjuez de la Corte Suprema Menachem Mazuz, lo consideraron “el fallo más importante desde la fundación del Estado”.
Hasta ahora, dice Mazuz, “la Knesset tenía la sensación de que podía hacer lo que quisiera, determinar que durante el día hay dos soles y que de noche hay cuatro”. Pero el tribunal dictaminó “que las facultades de la Knesset tienen límites, que no puede lesionar el carácter democrático o judío del Estado, y que existen limitaciones”. Eso, agrega Mazuz, podría abrirle la puerta a un futuro acuerdo, mejor y diferente, “entre el sistema legal y el sistema político”.
Pero el fallo también “toca cuestiones vigentes de la guerra cultural en el seno de la sociedad israelí”, apunta Bernard Avishai, analista israelí-estadounidense. “Existe una grieta cada vez más fuerte entre quienes piensan que la guerra se puede ganar y que el único objetivo de Israel es volverse más fuerte y más intimidante, como opina Netanyahu, y quienes piensan que no hay manera de ganar la guerra en esos términos, que hace falta algún tipo de horizonte diplomático, y que no podemos seguir enajenándonos de la región, de Estados Unidos y del resto del mundo, de donde obtenemos las armas”, explica Avishai.
El fallo “ha fogoneado la tensión entre quienes quieren una solución diplomática viable y quienes quieren volver al statu quo anterior a la guerra, que son los mismos que querían debilitar los controles del Poder Judicial”, señala Avishai.
Netanyahu y sus aliados “presionan para que el Estado judío gobierne toda la así llamada Tierra de Israel”, con la anexión de grandes partes de Cisjordania e incluso, como sugieren algunos ministros, con reasentamientos en la Franja de Gaza, y ven el fallo de la Corte como “un intento de liberalizar el país, lo que representa un desafío para el statu quo y para los partidarios de la anexión y de un gran gobierno judío sobre la Tierra de Israel”.
Para Dahlia Scheindlin, analista y encuestadora israelí, “existe un vínculo directo entre el resultado de esta guerra y la naturaleza misma de Israel, qué tipo de Estado será y si puede seguir considerándose un país democrático”.
La guerra, dice Scheindlin, “ha sido un gran acelerador para los planes de largo alcance del gobierno de extrema derecha, incluida la anexión, la posible expulsión de residentes y la soberanía judía completa y formal sobre toda la Tierra de Israel y la gente que la habita”.
Se espera que Netanyahu utilice el fallo para seguir intentando apuntalar su ajustadísima mayoría en el Parlamento, que depende de su alianza con los nacionalistas religiosos y la extrema derecha. Netanyahu ya se ha negado a repudiar algunas de las declaraciones más incendiarias de sus aliados sobre la anexión de Cisjordania y el reasentamiento de judíos en Gaza. El primer ministro se ha mostrado como un bastión contra las críticas del resto del mundo, incluido Estados Unidos, y contra la idea, favorecida por el presidente Joe Biden, de una futura Gaza gobernada por una Autoridad Nacional Palestina “revitalizada”.
En su conferencia de prensa del sábado, Netanyahu también dejó en claro que no tiene intenciones de renunciar, por más que el apoyo a su propio partido, el Likud, se sigue hundiendo en las encuestas. Un sondeo de opinión del Canal 13 reveló que si las elecciones se celebraran hoy, el Likud solo conseguiría 16 bancas, que con sus partidos aliados apenas sumaría un total de 45 bancas en una Knesset de 120 escaños. Por el contrario, el rival de Netanyahu, Benny Gantz, se alzaría con 38 escaños y la oposición en su conjunto controlaría 71 bancas.
Scheindlin dice que el coordinado llamado a la unidad en tiempos de guerra que hizo el Likud tras conocerse el fallo fue inteligente, porque ni siquiera a sus partidarios les importa tanto la reforma judicial como otras cuestiones, sin ir más lejos, el resultado de la guerra. Sin embargo, Segal dice que el fallo también puede abroquelar en torno al Likud a muchos votantes del partido enojados con la Justicia.
De todos modos, el llamado a la unidad y la acusación de que el fallo judicial atenta contra el esfuerzo bélico “es bastante cínico”, apunta Scheindlin, “porque lo que realmente desgarró al país fue el proyecto de reforma judicial enviado por Netanyahu”.
En un comunicado, el Likud manifestó que “la decisión del tribunal contradice el deseo de unidad del pueblo, particularmente en tiempos de guerra”, mientras que Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad, dijo que “mientras nuestros soldados dan su vida en Gaza, los jueces del máximo tribunal decidieron socavar su espíritu de lucha”.
El subtexto, señala Scheindlin, es que “antes de que termine la guerra no tiene que pasar nada que nos caiga mal, y la guerra, por otra parte, no terminará nunca”, o al menos hasta dentro de mucho, mucho tiempo.
Steven Erlanger
Traducción de Jaime Arrambide
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