Guerra en Medio Oriente: las semillas de la coexistencia aún intactas para seguir soñando con lo imposible
Las interacciones cotidianas reales entre israelíes árabes y judíos permiten entrever un entendimiento constructivo para cuando termine el conflicto con Hamas
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RAHAT, Israel.- Confieso que como histórico observador del conflicto árabe-israelí, siempre evité decididamente tanto a los promotores del “desde el río hasta el mar” de la izquierda propalestina como a los igualmente fanáticos del “Gran Israel” de la derecha sionista, no solo porque la visión de futuro exclusivista que ambos encarnan me parece aberrante, sino también porque el periodista que llevo dentro no puede creer su ceguera ante las complejidades del presente.
Ni unos ni otros están pensando en esa madre judía de la ciudad de Jerusalén que me dijo que había sacado permiso para portar armas para proteger a sus hijos de Hamas, y a continuación me contó la enorme confianza que le tenía a la maestra árabe palestina de sus hijos, que había llevado corriendo a todos los chicos del aula al refugio antiaéreo durante un reciente bombardeo de Hamas.
Ni unos ni otros piensan tampoco en Alaa Amara, un árabe israelí propietario de un comercio en Taibe, que donó 50 bicicletas para los niños judíos que habían sobrevivido al ataque de Hamas a sus comunidades el 7 de octubre, solo para ver cómo unos días después su negocio era incendiado, al parecer por jóvenes árabes israelíes ultranacionalistas, y solo para ver, una vez más, un par de días después, que en las redes se organizaba una colecta en hebreo y en inglés que juntó más de 200.000 dólares para ayudarlo a reconstruir el local que le habían incendiado.
En el último medio siglo he visto a los palestinos y a los israelíes hacerse todo tipo de salvajadas mutuamente. Pero este episodio que arrancó con el barbárico ataque de Hamas contra los israelíes, incluidas mujeres, niños y soldados de las comunidades fronterizas con la Franja de Gaza, y la represalia israelí contra los combatientes de Hamas atrincherados en Gaza, que también dejó muertos y heridos y que desplazó a miles de civiles palestinos —desde recién nacidos hasta ancianos— es sin lugar a dudas el peor brote de violencia desde 1947, aquellos días de la partición del territorio por parte de Naciones Unidas.
Pero quienes siguen mis columnas de opinión saben que no soy de llevar las cuentas. Mi atención siempre está puesta en cómo salir de este espectáculo de terror de ojo por ojo y diente por diente antes de que todos queden ciegos y desdentados.
Interacciones
Por eso dediqué gran parte de mi viaje de este mes a Israel y Cisjordania a observar y sondear las interacciones cotidianas reales entre israelíes árabes y judíos. Estas son siempre experiencias complejas, a veces sorprendentes, a veces deprimentes, y más seguido de lo que uno espera, edificantes, porque revelan que hay suficientes semillas de coexistencia esparcidas por ahí como para seguir soñando lo imposible: que algún día haya una solución de dos Estados para los israelíes y los palestinos que viven entre el mar Mediterráneo y el río Jordán.
Todo comenzó poco después de mi llegada a Tel Aviv, cuando me senté con Mansour Abbas, un ciudadano árabe palestino de Israel que resulta ser un musulmán devoto y miembro del Parlamento de Israel, donde dirige el importante partido Lista Árabe Unida. Y escuchar lo que Abbas tiene para decir es más vital que nunca, porque no respondió al terrorismo de Hamas con silencio. Abbas entiende que si bien hay razones de indignación por el dolor que Israel está infligiendo a los civiles de Gaza, reservar toda nuestra indignación para el dolor de Gaza genera sospechas entre los judíos de Israel y de todo el mundo, que advierten que nadie dice una palabra sobre las atrocidades de Hamas que desencadenaron esta guerra.
Lo primero que Abbas me dijo sobre el ataque de Hamas fue esto: “Nadie puede aceptar lo que pasó ese día. Y no podemos condenarlo y a continuación decir ‘pero’. La palabra ‘pero’ se ha vuelto inmoral”. (Las encuestas recientes muestran que la abrumadora mayoría de los israelíes árabes condenan el ataque de Hamas.)
Abbas entiende la compleja experiencia de esa madre judía israelí en Jerusalén que nunca perdió la confianza en la maestra árabe palestina de sus hijos, y del propietario árabe israelí de la bicicletería que tendió espontáneamente la mano para aliviar el dolor de niños judíos que nunca había conocido. Pero al mismo tiempo Abbas habla del dolor abrasador de los árabes palestinos israelíes y los beduinos israelíes al ver cómo golpean y asesinan a sus familiares en Gaza. “Hoy en día no hay nada más difícil que ser un árabe israelí”, apuntó Abbas. “El árabe israelí siente el dolor dos veces: una como árabe y otra como israelí”.
Es lo que pasa en todo este vecindario: si solo miramos a un grupo o al otro bajo un microscopio, dan ganas de llorar: la brutal masacre de judíos, el duro trato a los palestinos por parte de los colonos supremacistas judíos. La lista es interminable. Pero si miramos sus historias a través de un caleidoscopio, observando la complejidad de sus interacciones, asoma una luz de esperanza. Para informarse bien sobre los israelíes y los palestinos, no sirve el microscopio: hace falta un caleidoscopio.
“Beduinos de bien”
Lo que me lleva a las historias de los árabes beduinos israelíes y el 7 de octubre. Casi una semana después de mi llegada a Israel, recibí una llamada de mi amigo Avrum Burg, expresidente de la Kneset, el Parlamento israelí. Burg me dijo que él y su amigo Talab el-Sana —un beduino árabe israelí que fue su compañero en el Kneset y que aportó el voto clave que le dio mayoría a Yitzhak Rabin para firmar el acuerdo de paz de Oslo— querían llevarme a conocer a algunos “beduinos de bien”. Se trataba de beduinos musulmanes ciudadanos de Israel que hablan en árabe pero dominan el hebreo y que habían rescatado heroicamente a muchos judíos durante el ataque de Hamas.
Los beduinos de Israel son una comunidad nómada que reside mayormente en el desierto del Neguev y son parte de la minoría árabe israelí (21% de la población) que hay diseminada por ciudades y pueblos del país. En Israel hay unos 320.000 beduinos, de los cuales unos 200.000 viven en comunidades reconocidas por el gobierno y unos 120.000 en barrios marginales informales y no reconocidos. Muchos beduinos han servido en el Ejército israelí, a menudo como rastreadores, debido a su profundo conocimiento de la geografía del área después de generaciones de errancia por el desierto.
Bueno, resulta que algunos beduinos israelíes que vivían cerca o trabajaban en las comunidades fronterizas devastadas por Hamas ayudaron a rescatar a judíos israelíes. De hecho, algunos beduinos fueron tomados de rehenes junto con los judíos, mientras que otros fueron asesinados, porque para el grupo terrorista cualquiera que viviera o trabajara en los kibutzim israelíes y hablara hebreo “como un judío” merecía la muerte.
El-Sana y Burg me llevaron a dos pueblos beduinos para conocer a algunos de los jóvenes que salvaron a sus compatriotas judíos. El-Sana me había concertado una entrevista en la aldea de Al Zayada, un asentamiento beduino no reconocido en el Neguev, con Youssef Ziadna, un beduino 47 años reconocido por haber rescatado judíos el 7 de octubre. Ziadna es chofer de micro y nos contó que el viernes 6 de octubre lo habían contratado para llevar a un grupo de chicos judíos a un festival de música electrónica al aire libre llamado Supernova Sukkot Gathering, cerca del kibutz Re’im, adyacente a la frontera con Gaza.
“Cuando los dejé acordamos que el sábado volvía a buscarlos a las 20”, relató Ziadna. Pero el sábado a la mañana temprano “recibí una llamada de uno de ellos, Amit”, diciéndole que fuera de inmediato. “Los estaban atacando y se escuchaban disparos”.
Ziadna salió a toda velocidad y en el camino “vi una ráfaga de cohetes y un aluvión de autos que venían escapando en sentido contrario, tocando bocina y prendiendo y apagando las luces para avisarme que pegara la vuelta. Salí de mi auto y me escondí al costado de la ruta, y cada vez que asomaba la cabeza me disparaban. Pero yo me había comprometido a pasar a buscar a esas personas y estaba a un kilómetro de distancia”.
Ziadna dijo que cuando el tiroteo disminuyó un poco, logró regresar a su vehículo y llamar por Amit y sus amigos, y por cualquier otra persona que pudiera meter en su minibús. En vez de seguir por ruta, “donde sabía que nos iban a matar, me metí a campo traviesa”.
Le salvó la vida el profundo conocimiento del terreno que tiene por ser beduino. Así atravesó el descampado y evitó el camino principal donde los terroristas de Hamas emboscaban a los que escapaban despavoridos del festival de música. Al ver lo que hacía Ziadna, muchos otros vehículos que escapaban se salieron de la ruta y lo siguieron a campo traviesa. Según contó en una entrevista con The Times de Israel, Ziadna metió a unas 30 personas en su vehículo, que tiene licencia y capacidad para 14 pasajeros.
Unos días después, recibió una llamada de un número de teléfono desconocido, pero que parecía ser de Gaza, y una voz le dijo en árabe: “¿Sos Youssef Ziadna? ¿Estuviste salvando a los judíos? Te vamos a matar”.
Esperanza de futuro
Antes de volver a Tel Aviv, El-Sana insistió en llevarnos a su restaurante de kebab favorito en Rahat. Allí estábamos los tres: un beduino israelí que había servido en el Kneset, el nieto del exrabino jefe de Hebrón y un columnista judío del The New York Times, que fue corresponsal desde Beirut y Jerusalén en las décadas de 1970 y 1980.
Entre el cordero asado y el hummus, todos llegamos a la misma conclusión. Incluso en esta hora oscura, acabábamos de ver algo enormemente importante: “Las semillas de la coexistencia, en la muerte y en la vida”, como dijo Burg, semillas que Hamas se propuso destruir. Esas semillas, agregó El-Sana, “deberían darnos la esperanza de que podemos construir un futuro en común, basado en valores comunes que traspasen las fronteras de las etnias árabe y judía”.
Y tienen razón. Por diminutas que sean, esas semillas nunca han sido más importantes que ahora. ¿Por qué? Porque cuando termine, esta guerra entre Israel y Hamas ya habrá sido tan traumática para todos que desencadenará el mayor debate sobre las relaciones y las fronteras entre israelíes y palestinos desde el plan de partición de la ONU de 1947. Estoy seguro de eso, porque cualquier otra opción implicará una guerra a perpetuidad.
Y ya puedo adelantarles que en esa discusión habrá muchas voces destructivas: la de los apologistas palestinos y árabes de Hamas, que ya están negando o restándoles importancia a las atrocidades del grupo, la de los colonos supremacistas judíos —deseosos no silo de expandirse en Cisjordania sino también, increíblemente, en Gaza, y que no demuestran la menor preocupación por el sufrimiento devastador de los civiles palestinos asesinados—, la de Benjamin Netanyahu, dispuesto a rifar el futuro de Israel para aferrarse al cargo y zafar de la cárcel, y las voces de los idiotas funcionales a Hamas en Occidente, particularmente en las universidades, donde los estudiantes denuncian a todo Israel como una empresa colonial mientras gritan “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre”.
Lo que me lleva de nuevo a Mansour Abbas, de la Lista Árabe Unida. Su partido, en términos generales, proviene de la misma rama de la política palestina que Hamas, la Hermandad Musulmana, solo que Hamas ama la violencia y la exclusión, mientras que Abbas aboga por la no violencia y la inclusión.
Abbas entiende que la coexistencia significa decir la verdad, no solo cuando es políticamente difícil, sino incluso cuando es peligroso. “La masacre del 7 de octubre va en contra de todo en lo que creemos: de nuestra religión, de nuestro Islam, de nuestra nacionalidad y nuestra condición humana”, me dijo Abbas. Las acciones de Hamas “no representan a nuestra sociedad árabe, ni a nuestro pueblo palestino, ni a nuestra nación palestina”.
Traducción de Jaime Arrambide
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