Grietas en la élite rusa: los oligarcas y altos funcionarios ya no callan su malestar con la guerra
Los magnates y los altos funcionarios de finanzas están alarmados por los efectos de la guerra en la economía del país
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WASHINGTON.– Hace dos meses que Rusia invadió Ucrania y ahora el silencio, o incluso el beneplácito, de la élite rusa con la aventura bélica de Vladimir Putin ha empezado a resquebrajarse.
Aunque las encuestas muestran un abrumador apoyo popular a la campaña militar, en medio de un bombardeo de propaganda estatal y con la vigencia de la nueva ley que penaliza las críticas contra la guerra, ya hay evidencias de esas fisuras en la cúpula rusa. Las líneas de división entre las facciones de la élite económica de Rusia son cada vez más marcadas y algunos magnates –especialmente los que amasaron sus fortunas antes de la llegada al poder de Vladimir Putin– ya se animan tímidamente a hablar.
Muchos de ellos están enfocados en lo inmediato: sus propias desgracias. Las draconianas sanciones impuestas por Occidente bajaron una nueva cortina de hierro sobre la economía rusa y dejaron congelados miles de millones de dólares en las cuentas de los oligarcas en el exterior. Y esta semana la Casa Blanca les ajustó aún más los tornillos, con su propuesta de liquidar esos activos de los oligarcas y donar a Ucrania todo lo recaudado.
Al menos cuatro de los oligarcas que se hicieron ricos en la era más liberal del predecesor de Putin, el presidente Boris Yeltsin, abandonaron Rusia. Y al menos cuatro altos funcionarios renunciaron a su cargo y salieron del país: el de mayor rango fue Anatoly Chubais, delegado especial de desarrollo sustentable del gobierno ruso y zar de las privatizaciones de la era Yeltsin.
Pero los que ocupan los cargos vitales para el funcionamiento del país siguen en Rusia, sin poder irse aunque quisieran. Un ejemplo es la jefa del Banco Central de Rusia, Elvira Nabiullina, una funcionaria muy correcta y respetada, que cuando Occidente anunció las sanciones presentó su renuncia y Putin no se la aceptó.
Varios multimillonarios rusos, banqueros, exfuncionarios y un alto funcionario actual, que hablaron bajo condición de anonimato por temor a represalias, dicen que el presidente no escucha a nadie y está cada vez más aislado, y se sienten incapaces para influir en él porque el círculo íntimo de Putin está dominado por un puñado de funcionarios de seguridad de línea dura.
Las críticas públicas, sin embargo, son por lo bajo y apuntan sobre todo a la forma en que el gobierno se propone responder a las sanciones económicas de Occidente. Pero nadie critica directamente a Putin.
Vladimir Lisin, un magnate del acero que hizo su fortuna en los años de Yeltsin, criticó la propuesta parlamentaria para contrarrestar las sanciones obligando a los compradores extranjeros a pagar en rublos, no solo el gas, sino toda una lista de productos básicos que exporta Rusia. En una entrevista con un periódico de Moscú, dijo que la medida podía socavar los mercados de exportación “que a Rusia le costó décadas conquistar”, y advirtió que “la transición a pagos en rublos hará que nos expulsen de los mercados internacionales”.
Vladimir Potanin, propietario de la planta de metales Norilsk Nickel y cerebro de las privatizaciones de Rusia en la década de 1990, advirtió que la propuesta de confiscar los activos de las empresas extranjeras que abandonaron Rusia tras el inicio de la guerra destruiría la confianza de los inversores y haría retroceder al país a la revolución de 1917.
Oleg Deripaska, un magnate del aluminio que también amasó su fortuna inicial en épocas de Yeltsin, fue todavía más lejos y calificó la guerra en Ucrania como “una locura”, aunque siempre centrándose en su impacto sobre la economía. Deripaska pronosticó que la crisis económica resultante de las sanciones será tres veces peor que la crisis financiera de Rusia de 1998 y apuntó contra el régimen de Putin, diciendo que sus políticas de “capitalismo estatista” de los últimos 14 años “no condujeron al crecimiento económico ni al aumento de los ingresos de la población”.
En una publicación posterior en su canal de Telegram, Deripaska posteó que “el actual conflicto armado es una locura de la que nos avergonzaremos durante mucho tiempo”. En la siguiente oración, sin embargo, indicó que Occidente era igualmente culpable de un “ataque ideológico infernal desde todos los flancos”.
El 24 de febrero, horas después del inicio de la guerra, 37 de los ejecutivos de negocios más ricos de Rusia fueron convocados al Kremlin para reunirse con Putin. “Estaban todos de pésimo ánimo”, recuerda uno de los presentes. “Nunca los había visto tan consternados”, dice otro participante. “Algunos no podían ni hablar, balbuceaban: “¡Perdimos todo!”
Cuando llegó el presidente, nadie se atrevió a emitir un gemido de protesta y escucharon con cara de piedra a Putin, que les aseguraba que Rusia seguiría siendo parte de los mercados globales –una promesa que se diluyó rápidamente ante las sanciones occidentales–, y les decía que no había tenido otra opción que lanzar su “operación militar especial”.
Pero la decisión de lanzar una invasión a gran escala no solo dejó pasmados a los multimillonarios, sino al conjunto de la élite rusa. A pesar de las insistentes advertencias públicas de la inteligencia de Estados Unidos, muchos miembros de la élite seguían creyendo que Putin limitaría sus objetivos al Donbass y las áreas separatistas del este de Ucrania.
Los funcionarios de economía y finanzas “pensaron que las acciones militares se limitarían a Donetsk y Lugansk, y para eso se habían preparado”, dice el alto funcionario ruso. O sea que esperaban las sanciones de Occidente, incluida una suspensión del sistema de transferencias bancarias Swift, “pero no se habían preparado para esto”.
Pero ante las fuertes bajas de tropas y su retirada de la región de Kiev, ahora no solo los multimillonarios sancionados por Occidente ven con desconfianza y alarma la invasión, sino también varios miembros de la élite de seguridad e inteligencia del Kremlin.
Una fuente menciona específicamente al ministro de Defensa, Sergei Shoigu, que participó de los preparativos de la guerra, pero hoy sería uno de los más preocupados. “Todos tienen casa, hijos, nietos, y quieren volver a una vida normal. Nadie quiere una guerra”, dice la fuente. “No todos son suicidas”.
Catherine Belton y Greg Miller
(Traducción de Jaime Arrambide)
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