Frontal e irreverente, desafía a los líderes del mundo por no frenar el cambio climático. Apela a la ciencia y a la resistencia de los jóvenes. Con 16 años, es la activista más influyente del planeta y la personalidad de 2019
Cada año, entre octubre y noviembre, cuando el clima se vuelve ideal, unos 1500 veleros cruzan el Atlántico desde Europa hacia América. Son aproximadamente 4000 millas náuticas (7400 kilómetros) con viento en popa, y no hay que ser un navegante demasiado intrépido -aunque sí cauto y experto- para completarlas con éxito. Se trata de un paseo ameno por el otrora insondable océano, muy diferente de la odisea llena de peligros a la que se lanzaban los conquistadores del Nuevo Mundo. Una aventura propia del siglo 21, con conexión a internet satelital y seguridad prácticamente garantizada, que lleva menos de un mes y finaliza en las aguas paradisíacas del Caribe. En definitiva, lo que cualquiera catalogaría como "viaje de placer" en un formulario para la aduana, porque ya nadie cruza el Atlántico en velero por necesidad. Nadie excepto Greta Thunberg.
Invitada a hablar en la Asamblea General de las Naciones Unidas y resuelta a hacer un viaje libre de emisiones de carbono, la adolescente más famosa del momento tuiteó que estaba buscando una forma de llegar que no fuese en avión y fue entonces cuando Pierre Casiraghi, hijo de Carolina de Mónaco y apasionado ecologista, se ofreció a darle el aventón. Partieron desde Plymouth, Inglaterra, hacia la ciudad de Nueva York a bordo del Malizia II, un velero de competición equipado con paneles solares, pero sin cocina ni baño, ni siquiera ducha. Recorrieron 3400 millas náuticas en dos semanas, desde el 14 hasta el 28 de agosto, con algunos tramos acompañados por manadas de delfines y, en las noches despejadas, una vista prístina de la Vía Láctea.
"En el barco, no había nada. Sólo el océano y el sonido de las olas rompiendo. Eso es todo. Ni siquiera había olores, a no ser por nuestra transpiración. Así que lo primero que me impresionó cuando entramos al puerto de Nueva York fue que la ciudad olía a algo. Era la polución. Es indescriptible la sensación de haber estado en un ambiente tan extremo, en donde te desconectás de todo y de todos, en donde solo estás vos y el mar, ¡y llegar a Nueva York…!". Con una mueca de disgusto, Greta Thunberg sintetizaba así, durante una entrevista en el programa de televisión The Daily Show, cómo había vivido el impacto de la Gran Manzana. Un gesto indisimulable, en vivo y en directo, que vieron casi un millón y medio de estadounidenses y quienes, en vez de ofenderse (al fin y al cabo, ella acababa de asegurar que la ciudad insignia de los Estados Unidos apestaba), rieron y aplaudieron, cautivados por la honestidad brutal de la joven sueca.
Este tipo de declaraciones –sin pelos en la lengua, políticamente incorrectas, pero sobre todo, profundamente genuinas– explican en parte de qué se trata el "efecto Greta" que tiene a las redes sociales explotadas y a los medios en llamas, pero, sobre todo, a los empresarios y políticos en jaque. Es que hace ya un año que esta chica de 16 años que siempre dice lo que piensa se presenta ante los más poderosos del mundo para reprocharles que son una vergüenza para la humanidad, lisa y llanamente, porque tras 30 años de advertencias científicas in crescendo no pudieron –o no quisieron– frenar el cambio climático.
Hoy, Greta es una oradora estrella en los eventos más destacados de la agenda política y económica global, desde las cumbres de la ONU hasta el Foro de Davos –que, hay que decirlo, se habían vuelto aburridos y predecibles hasta que llegó ella para sacudir un poco el polvo de la burocracia y su formalidad acartonada–. Sin embargo, dado que según Greta ya quedó probada la incompetencia de los adultos en el asunto, no se inhibe frente a las pompas y protocolos de estos encuentros, sino que redobla la apuesta: desde ese estrado en el que la pusieron y en esos recintos donde ya no cree posible lograr nada, prefiere apelar a los jóvenes para generar un movimiento de resistencia. O, por qué no, toda una revolución.
Sus intenciones quedaron clarísimas desde su primera gran prueba de fuego frente a la audiencia global, en Polonia, en diciembre de 2018, cuando todavía tenía 15 años. Ahí, durante la COP24 (la edición número 24 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático), disparó: "Ya no podemos salvar al mundo jugando con las reglas actuales, porque esas reglas tienen que ser modificadas. Así que no venimos acá a rogarle a los líderes mundiales que se preocupen por nuestro futuro. Nos ignoraron en el pasado, y nos volverán a ignorar. Vinimos acá para que sepan que el cambio está llegando, les guste o no. Y como nuestro líderes se están portando como niños, nosotros tomaremos la responsabilidad que ellos deberían haber tomado hace mucho tiempo".
Ahora, si se le pregunta sobre ese desafiante discurso, Greta sonríe y admite que "siempre es divertido recordarlo porque fue bastante radical decir todo eso frente al Secretario General de la ONU". También recuerda que su papá le advirtió que cortara varias partes porque "hay cosas que no se pueden decir", y así lo hizo en el papel que llevó al escenario, pero, al momento de hablar, decidió seguir adelante con su versión original. Su padre, al fin y al cabo, no dejaba de ser un adulto más, siguiendo las reglas del pasado.
El origen
Nominada al premio Nobel de la Paz, elegida Persona del Año 2019 por la revista Time, ganadora de una decena de reconocimientos (entre ellos, la distinción más importante de Amnistía Internacional en derechos humanos: ser Embajadora de Conciencia, título que ahora comparte con personalidades como Peter Gabriel y Nelson Mandela). En todo esto se convirtió la fierecilla indomable de trenzas largas y mirada punzante que empezó sola su protesta en la plaza central de Estocolmo, con un cartel de madera hecho a mano que sólo decía Skolstrejk för Klimatet ("huelga escolar por el clima") y que ahora comparte audiencias privadas con el Papa Francisco, el presidente de Francia Emmanuel Macron y Barack Obama. Pero, aunque hoy Greta Thunberg parece arrolladora e imparable, hubo un tiempo en el que era incapaz de llevar adelante las tareas más básicas como estudiar, dormir o comer. Incluso reír.
Un tercio de banana, 53 minutos: ese era un típico desayuno suyo y el tiempo que le llevaba terminarlo cuando, a los once años, tuvo una depresión feroz que duró dos meses, la hizo bajar diez kilos y la dejó al borde de la inanición. Sus padres, la cantante de ópera Malena Ernman y el actor Svante Thunberg, tenían que anotar cada alimento que ingería en una cartulina A4 pegada al lado de la mesa del comedor. En un día normal, los ítems en esa lista podían ser 30 gramos de arroz, una palta y ese tercio de banana. "Es martes 8 de noviembre y nos encontramos en algún lugar entre el abismo y Kungsholms Strand, nuestra casa. En el colegio, las clases empiezan dentro de cinco minutos. Pero hoy no va a haber colegio. No va a haber colegio en toda la semana", escribió Malena sobre esa época oscura en su biografía Scenes From The Heart (la versión en español, que será publicada en Argentina en marzo 2020 por Editorial Lumen, se conocerá como Nuestra casa está ardiendo. Una familia y un planeta en crisis).
En el mismo capítulo del libro, Malena se lamenta porque los maestros de Greta le envían mails reclamando que su hija vuelva a clases y no entienden, por más explicaciones suyas y cartas de psicólogos que brinde como respuesta, que no se trata de un problema de solución fácil; de hecho, si en el próximo chequeo médico no muestra señales de haber engordado, va a ser internada en el hospital infantil Sachsska de Estocolmo.
Sobre las primeras señales de la depresión, Malena cuenta: "Greta acababa de empezar el quinto curso y no se encontraba bien. Lloraba por las noches a la hora de dormir. Lloraba de camino al colegio. Lloraba durante las clases y en los recreos, y los profesores nos llamaban casi todos los días. Svante tenía que salir corriendo y llevarla de vuelta a casa. A casa con Moses, porque nadie más que Moses lograba consolarla. Greta se pasaba luego horas con nuestro golden retriever, dándole mimos, acariciándolo. Lo intentamos todo, pero nada daba resultado. Ella desapareció en una especie de oscuridad, como si hubiera dejado de funcionar".
Eventualmente, no sin antidepresivos, su hija pudo volver a comer y también a hablar sobre lo que la entristecía. Una cosa volvía una y otra vez: su preocupación por el cambio climático, sobre el que le habían enseñado en el colegio mostrándole fotos de osos polares en medio del deshielo, refinerías de petróleo emitiendo columnas enormes de gases contaminantes y otras imágenes alusivas del clásico catálogo apocalíptico. El tema se convirtió en su obsesión.
En septiembre pasado, cuando estuvo en Nueva York en el show de Ellen DeGeneres (la meca de los ciclos de entrevistas por TV), Greta misma explicó: "Por entonces, me pareció que alguien tendría que estar haciendo algo porque ¿cómo era posible hablar de cualquier otra cosa? Uno prendería la tele, o leería los diarios, y no habría otro tema. Pero nadie nunca hablaba de eso. Y leí y me dí cuenta de que la crisis climática era verdad, pero nadie hacía nada. Una vez que lo entendí del todo, ya no pude mirar para otro lado. Supe que tenía que hacer todo lo que pudiera, aunque no fuese suficiente, pero era la única manera de poder mirarme a los ojos".
La amenaza de una extinción total del planeta fue su maldición-salvación personal. Así como fue un factor desencadenante de su depresión, transformar la causa ambiental en el sentido de su vida la sacó del pozo. Sus primeros pasos fueron los clásicos de una ecologista primeriza: reciclar papel, apagar las luces, reducir el consumo de agua. Pero, a medida que pasaba días enteros leyendo estudios científicos, blogs de activistas y portales sobre sustentabilidad, se fue radicalizando: se hizo vegana (la agricultura y la ganadería son el segundo factor más contaminante del planeta después de la generación de energía), eligió practicar el stop-shop (es decir, no compra nada a menos que sea estrictamente necesario y, de hacerlo, opta por lo usado) y dejó de volar en avión. "Cuanto más me involucraba en el movimiento climático, mejor y más feliz me sentía, porque para mí era como que estaba haciendo algo importante y significativo", admitió en el programa de noticias Democracy Now!.
Los primeros en caer bajo la por entonces precoz influencia de Greta Thunberg fueron, inevitablemente, sus padres. Svante también se volvió vegano y Malena, quien vivía de gira por Europa gracias a la ópera, prometió no volar más en avión, limitando sus presentaciones a distancias que puede recorrer en tren. En honor a la verdad, Greta confiesa que al principio intentó hablarles con datos duros e información científica, pero fue solo cuando les dijo que sus hábitos poco sustentables le estaban robando su futuro que logró convencerlos. Svante y Malena no entendían demasiado la obsesión de su hija, pero estaban dispuestos a hacer lo que fuese necesario para verla feliz –o, al menos, viva–.
No tuvo el mismo éxito en el colegio. Cuando volvió a clases, sus compañeros se burlaban de ella y la excluían por su forma rara de ser; ni siquiera sus profesores sabían cómo tratarla porque hablaba poco y prefería pasar los recreos encerrada en el baño. Poco después, cuando alcanzó el peso corporal suficiente para realizarle exámenes neuropsiquiátricos, fue diagnosticada con Asperger (un síndrome dentro del espectro del autismo que afecta a unas 40 millones de personas en el mundo y que sobre todo afecta las capacidades sociales y comunicativas), trastorno obsesivo-compulsivo y mutismo selectivo. Y fue ahí que Greta descubrió que tenía un superpoder.
Nace una estrella
¿Quién es Greta Thunberg? Esta fue una de las preguntas más buscadas en Google de los últimos meses. Sobraron las especulaciones conspirativas: ¿es un producto mediático creado por unos padres artistas capaces de cualquier cosa con tal de alcanzar la fama? ¿O es un títere de grupos anticapitalistas y diversas ONG reaccionarias? Hasta Vladimir Putin insinuó que podría haber alguien aprovechándose de ella para hacerse rico, y agregó: "Estoy seguro de que es una niña buena y muy sincera, pero los adultos debemos proteger a los chicos de emociones extremas innecesarias que pueden destruir su personalidad".
Ella hizo su descargo en sus redes sociales ("No tiene sentido perder tiempo respondiendo, no van a cambiar de opinión; siempre va a haber gente que no le gusta este hablar de cambio climático"), donde se autodefine como una "activista climática y ambiental de 16 años con Asperger". Es que no solo aceptó su condición, sino que la abrazó por completo y hasta la celebra porque "en esta sociedad, todos piensan lo mismo, así que pensar diferente es un regalo y permite buscar soluciones impensadas". Fue hace solo un año, en su charla TED, su primera gran prueba de fuego frente a una audiencia masiva, que habló abiertamente de esto: "Quienes tenemos Asperger vemos todo blanco y negro, nos cuesta mucho mentir y por lo general no me gusta participar en el juego social que atrae tanto al resto de la gente. Creo que, en muchas ocasiones, los que tenemos autismo somos los normales y ustedes son los raros. Especialmente cuando se trata de cambio climático: todos siguen diciendo que es una amenaza existencial y el problema más grande de todos, pero aún así siguen como antes. No entiendo. Si decimos que las emisiones tienen que parar, entonces tenemos que parar las emisiones. Para mí, eso es blanco o negro. No hay áreas grises cuando se trata de sobrevivir".
Fue esa misma capacidad de razonamiento la que, el año pasado, cuando todavía era anónima, la llevó a concluir que, si quería tener algún mínimo impacto real, iba a necesitar más adeptos a la causa ambiental que sus padres. Por eso, después de participar en un concurso de escritura sobre cambio climático organizado por el diario sueco Svenska Dagbladet y ganar el segundo lugar, aceptó la invitación del activista Bo Thorén a sumarse a un grupo ambientalista que buscaba la manera de involucrar a las nuevas generaciones en el tema.
Fue en una de esas reuniones que Thorén propuso armar una protesta al estilo de la March For Our Lives (Marcha por nuestras vidas) de Estados Unidos, que convocó a más de 800.000 jóvenes en Washington DC para reclamar mayor control de armas, después de un tiroteo masivo que mató a 17 chicos de una secundaria en Parkland. La idea era lograr que los estudiantes suecos faltaran a clases durante tres semanas, hasta la fecha de las elecciones nacionales, para presionar a los candidatos a que se comprometan a cumplir el Acuerdo de París. Pero la organización quedó en la nada así que, cuando llegó el día del teórico inicio, Greta no lo dudó y fue sola a la plaza frente al Parlamento, con su cartel hecho a mano y el permiso reticente de sus padres. Era el lunes 20 de agosto de 2018.
"Cuando me enteré de que Greta estaba ahí, le dije a mi esposa: ‘Tenemos que acompañarla’, así que, al día siguiente, la protesta ya tenía tres integrantes más, porque fuimos con mi hija de seis años", le cuenta Thorén a LA NACION revista, y confiesa: "Siempre me pareció una chica muy determinada, pero jamás me imaginé que podría convertirse en quien es hoy. Creo que ella tampoco. Es la heroína menos pensada".
Si alguien se hubiese acercado a esa Greta solitaria en la plaza y le hubiese dicho que exactamente un año después estaría cruzando el Atlántico en barco para ir a hablar ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York mientras millones de personas seguían su hazaña por las redes sociales, ¿lo habría creído? Quizá no al principio. Sin embargo, de haberle narrado la cronología de lo que sucedió, desmenuzando y encadenando cada hito, es posible que lo considerara factible. Al fin y al cabo, ella siempre apela a la información y a los hechos. Aún así, la historia de su imparable ascenso a la fama es, por lo menos, asombrosa.
Durante sus tres semanas de huelga, al menos por lo curioso de la imagen (una adolescente circunspecta y retraída, que parecía más bien una nena de tan flaquita y baja estatura, con el pelo trenzado y vestida muy poco a la moda, sosteniendo un cartel maltrecho y repartiendo flyers caseros), Greta recibió algo de cobertura mediática local. Por eso, cumplido el tiempo estipulado, decidió extender la protesta, aunque la limitó a los viernes –no podía faltar a la escuela para siempre–. Y así, el viernes 7 de septiembre de 2018, nació el movimiento y –quizás aún más importante– el hashtag Fridays For Future.
De ahí a ser convocada para el ciclo de charlas TED hubo un solo paso (hay que entender que, en un país como Suecia, que un menor de edad no vaya al colegio es toda una rareza) y, en el escenario, Greta se animó a darlo todo: no solo expuso su mensaje ambiental, sino que entendió a la perfección que, para llegarle a la gente, así como lo había hecho con sus padres, tenía que hablar de ella, de su Asperger y de su depresión. Las buenas repercusiones de esa participación desembocaron en la primera invitación de la ONU, para hablar unos minutos en la COP24, a fines del 2018 en Polonia.
En conversación con LA NACION revista, la periodista estadounidense Amy Goodman, fundadora y conductora de Democracy Now!, recuerda ese hito: "Entrevistamos a Greta antes de su discurso y me pareció una chica tenaz y determinada, con una capacidad impresionante para comunicar la compleja catástrofe climática y hacer foco en la urgencia del asunto. Quisimos esperar para escucharla, lo que no pasó hasta medianoche. Éramos uno de los pocos medios cubriendo ese momento. Se la notaba cansada, pero fue tan apasionada e inspiradora que subimos el discurso completo inmediatamente y al día siguiente el video ya era viral: medios de todo el mundo nos pidieron autorización para reproducirlo, y sólo en nuestra página de Facebook fue visto por 3,3 millones de personas".
Desde entonces, las redes sociales hicieron su magia. Estudiantes de distintas partes del mundo empezaron a imitarla y, sólo tres meses después, el 15 de marzo de 2019, tuvo lugar el primer Fridays For Future global, con la participación de más de un millón y medio de personas de 125 países –ahora que acaba de reunir a 500.000 solo en Madrid, la cifra de principios de año queda casi insignificante–. Los coordinadores, todos jóvenes sub21, se organizaron vía WhatsApp y definieron los recorridos de la marcha en cada ciudad con GoogleMaps.
Ciencia & influencia
En abril pasado, cuando ya era toda una influencer, Greta se presentó en los parlamentos británico y europeo con una sola semana de diferencia y un mensaje polémico para sus oyentes: dejen de obsesionarse con el Brexit y dedíquense a solucionar la verdadera crisis, que no es económica, sino ambiental. "No deberíamos medir nuestra riqueza y éxito según la curva de crecimiento económico, sino según el gráfico que muestra las emisiones de gases de efecto invernadero", advirtió en su paso por Londres, mientras que en Estrasburgo, frente a los eurodiputados, pronunció su ya famosa frase "Nuestra casa está ardiendo" (con un timing perfecto, ya que la noche anterior había sido el incendio de la catedral Notre Dame de París) y les explicó como si fueran chicos de preescolar: "Quiero que actúen como si su casa estuviera prendida fuego. Mucha gente piensa que es una mala idea entrar en pánico, porque dicen que no conduce a nada bueno. Pero, cuando nuestra casa está ardiendo, se requiere algún nivel de pánico para salvarla de las llamas".
A pesar de tener un talento indiscutible para crear frases de impacto, Greta nunca se involucró más emocionalmente en uno de sus discursos que cuando enunció las principales conclusiones del último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, un grupo compuesto por expertos creado para brindar información objetiva y científica sobre la cuestión climática y cuyas investigaciones fueron la base del Acuerdo de París. "Estamos en medio de la sexta extinción masiva y la tasa de extinción es hasta 10.000 veces más rápida de lo que se considera normal, con hasta 200 especies que se extinguen cada día, erosión de la capa superior del suelo fértil, deforestación de nuestros grandes bosques, polución del aire, pérdida de insectos y fauna, y acidificación de nuestros océanos", citó, al borde de las lágrimas, en el Parlamento Europeo. Y ese mismo recinto en donde una diputada había gritado, tan solo un mes antes, "¡No entienden nada, vuelvan al colegio!" a un grupo de jóvenes adherentes a Fridays For Future, esta vez aplaudió fuerte y sin reparos a la activista adolescente. (Quien, además, respondió con desfachatez a esa funcionaria: "Me encantaría estar en la escuela, ¡hagan las cosas bien para que yo pueda estar ahí y no acá!".)
Para Greta, no hay nada más sagrado que la ciencia. De hecho, siempre aclara que ella es solo una mensajera. "Es una locura que me pregunten a mí qué hay que hacer, ¡soy una niña! No hago esto porque tenga la solución ni quiera estar en el poder", advierte, y una y otra vez frente a las grandes audiencias pide una sola cosa: que todos se informen y escuchen a los científicos, que son los verdaderos expertos. Y miles de ellos (más de 25.000) firmaron una declaración pidiendo que se escuche a los jóvenes que protestan "porque tienen razón". Un match impensado que resultó todo un éxito.
La argentina Inés Camilloni, investigadora de la UBA y el Conicet, además de autora de informes del IPCC, fue invitada por el capítulo local de Fridays For Future a sumarse a la protesta global. "La voz de Greta es sumamente importante porque logró lo que los científicos jamás logramos ni hubiésemos logrado aunque pasaran 100 años: hizo visible la necesidad de que las decisiones políticas se basen en información científica. Tener una embajadora como ella es casi lo mejor que nos podía pasar. Logró movilizar a los jóvenes, quienes a su vez comprometieron a sus padres. A nosotros, los científicos, también nos enseñó a transmitir mejor nuestro mensaje y a salir a la calle. El 15 de marzo, en Buenos Aires, esperábamos ser 500 personas. Fuimos 5000", se entusiasma.
Desde la esfera política, los más vivos han sabido no ponerse en contra de Greta, quien de todas maneras evita tomar partido, a menos que se trate de casos perdidos como Donald Trump. Cada vez que se le pregunta por el presidente de Estados Unidos que se salió del Acuerdo de París (y quien le dedicó primero un tuit irónico, diciendo que parecía "una niña muy feliz" en el video en donde llora y reclama ante la ONU, y luego cuestionó la elección de Greta como Persona del Año en Time, arremetiendo una vez más contra la joven: "Greta debe trabajar en su problema con el manejo de la ira, y después ir a ver una buena película una amiga, como a la antigua. ¡Relájate, Greta, Relájate!"), ella se encoge de hombros. "Obviamente no está escuchando a la ciencia. ¿Qué podría decirle yo? Sería una pérdida de tiempo. Una sola persona no puede cambiar su manera de pensar, tenemos que hacerlo todos juntos".
So ridiculous. Greta must work on her Anger Management problem, then go to a good old fashioned movie with a friend! Chill Greta, Chill! https://t.co/M8ZtS8okzE&— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 12 de diciembre de 2019
Quienes sí parecen haberla escuchado son los filántropos norteamericanos. Un grupo liderado por el inversor Trevor Neilson ya donó más de medio millón de dólares al movimiento social mundial Extinction Rebellion, afín a Greta, y Neilson anunció que está llamando a todos sus amigos ricos para que se sumen a la movida. Mientras tanto, en el Viejo Continente, su pedido a viva voz ya pasó a la acción: hace unas pocas semanas, se declaró la emergencia climática en la Unión Europea. "No podemos resolver una crisis sin tratarla como tal. Esperemos que ahora tomen acciones drásticas suficientes", posteó ella en Instagram, donde tiene más de ocho millones de seguidores, y en Twitter, con otros tres millones.
Puede que el efecto Greta llegue también a los diccionarios: se inventó una palabra inspirada en ella, flygskam, que en sueco significa sentirse avergonzado por viajar en avión debido al impacto ambiental que conlleva. Un nuevo hashtag que no se queda en la efervescencia de Instagram, ya que el último año la cantidad de pasajeros de trenes en Suecia aumentó un 8%, un incremento que se le adjudica a la nueva preocupación de los ciudadanos por su propia huella de carbono.
Y hasta Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, tendrá que reconocer su influencia: 900 trabajadores de Amazon radicados en la ciudad de Seattle se sumaron a Fridays For Future, siendo la primera vez que los empleados de una de las empresas más valiosas del planeta (se pelea el podio con Apple y Microsoft, siempre arriba de los US$ 800.000 millones) adhieren a una huelga.
Podría creerse que Greta vive subida a una ola de esperanza y adrenalina. No es así. El 3 de enero, cuando cumpla 17, ella, tal como lo dijo en otro de sus discursos, no festejará, sino que estará preocupada por su cumpleaños número 75. Más específicamente, por qué le va a decir a sus hijos o nietos si el panorama no cambia y las estimaciones de los científicos se vuelven realidad. ¿Qué mundo le estará dejando a sus descendientes?
No, Greta Thunberg no es optimista sobre el futuro. Aunque, vale aclarar, tampoco pesimista: prefiere denominarse "una realista". Tampoco va a invocar el poder de los paneles solares, la energía eólica o la economía circular, cosas que no son suficientes para salvarnos. Fiel a su estilo, razona y expone: "Si hacemos los cambios necesarios, es posible dentro de las leyes de la física que evitemos lo peor. Pero creo que hacer lo mejor posible ya no es suficiente. Pareciera que ahora hay que hacer lo imposible".
Si de lograr lo imposible se trata, ella ya hizo su parte.
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