"Greta es el niño del cuento del emperador, y todos estamos desnudos"
La activista sueca y su familia cuentan la conmoción que la llevó a convertirse en adalid contra el cambio climático
MADRID (El País).- Este es un extracto de Nuestra casa está ardiendo, libro que acaba de publicarse en España. En él, Malena Ernman, madre de Greta Thunberg, relata la internación que sufrió la joven activista sueca, afectada de Asperger y trastorno obsesivo-compulsivo, tras ver un documental sobre el cambio climático. El relato está firmado por la propia Greta, sus padres y su hermana, aunque lleva la voz la madre, cantante de ópera.
Escena 8. En el hospital infantil
Por muy mal que lo haya pasado en mi vida, siempre me he sentido bien en el escenario. Es mi refugio. Pero ahora debo de haber traspasado algún tipo de límite porque cada función de Jerjes me resulta un completo horror. No quiero estar ahí. No quiero. Quiero estar en casa, con mis hijas. Quiero estar en cualquier otro lugar antes que en el maldito Artipelag. Y sobre todo, lo que quiero es poder contestar a la pregunta de Greta: "¿Cuándo me pondré bien?". No tengo la respuesta. Nadie la tiene, porque primero debemos averiguar qué es lo que le ocurre, de qué enfermedad se trata.
Escena 12. El pulso de Greta aumenta, según los informes del Centro de Trastornos Alimentarios, y por fin la curva del peso asciende lo suficiente para que pueda someterse a un examen neuropsiquiátrico.
Nuestra hija tiene síndrome de Asperger, autismo de alto funcionamiento y TOC, trastorno obsesivo-compulsivo.
El verano está a la vuelta de la esquina, y volvemos a casa andando. Ya casi no necesitamos racionar el consumo de calorías.
Escena 13. Lo que le sucedió a nuestra hija mayor no puede explicarse solo con una combinación de siglas o por el hecho de que es diferente. Al final, lo que le pasó era que simplemente no consiguió que las cosas le cuadraran. Nosotros, que vivimos en un momento histórico de una sobreabundancia nunca vista, con unos medios que van más allá de cualquier fantasía, no tenemos recursos para ayudar a la gente que huye de la guerra y el terror.
En el colegio, la clase de Greta ve un documental sobre la contaminación de los océanos. Una isla de plástico más grande que México flota por el sur del océano Pacífico. Greta se pasa todo el documental llorando.
Una vez en el pasillo, ya se han olvidado de la isla de basura que viaja por el litoral de Chile. De los plumas, con los cuellos forrados de piel, sacan sus iPhone nuevos y todos los que han estado en Nueva York cuentan lo linda que es la ciudad, repleta de tiendas, y que Barcelona es genial para ir de compras, y que en Tailandia todo es superbarato..., y Greta no consigue que las cosas le cuadren.
Para almorzar hay hamburguesas, pero ella es incapaz de probarlas. El comedor del colegio está a rebosar y hace calor. El nivel de ruido resulta insoportable y, de repente, el grasiento trozo de carne que hay en el plato deja de ser un pedazo de comida y se convierte en un músculo triturado de un ser vivo con sentimientos, conciencia y alma. La isla de basura se le ha quedado grabada en la retina.
Se echa a llorar y quiere volver a casa, pero no puede porque allí, en el comedor del colegio, hay que comer animales muertos y hablar de ropa de marca, maquillaje y teléfonos móviles [...]. Greta ha sido diagnosticada, pero eso no excluye que sea ella quien lleve razón y que todos los demás estemos totalmente equivocados.
Porque por mucho que lo intentara, no consiguió que le cuadrara esa ecuación que todos los demás ya habían resuelto; la ecuación que suponía el billete de acceso a un día a día funcional.
Porque vio lo que todos los demás no queríamos ver. Greta pertenecía a esa minoría de personas que podían detectar el dióxido de carbono a simple vista. Ver lo invisible. Ver ese abismo incoloro, inodoro y silencioso que nuestra generación ha elegido obviar. Vio todo eso, no literalmente, por supuesto, así como los gases de efecto invernadero que salían en tropel de nuestras chimeneas, se elevaban con los vientos y convertían la atmósfera en un gigantesco e invisible basurero.
Ella era el niño del cuento, nosotros éramos el emperador. Y todos estábamos desnudos.
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