¡Gracias por volar con SpaceX!
Cuando hacía segundos que la cápsula Dragon flotaba en el Golfo de México y la transmisión en directo desde el centro de control de vuelo advertía que los astronautas Robert Behnken y Douglas Hurley debían aguardar sujetos a sus asientos (sin soltarse los cinturones de seguridad) en el interior del receptáculo que había reingresado en la atmósfera terrestre después de 64 días en la Estación Espacial Internacional, casi hubiera sonado natural que la presentadora hubiera dicho, como es usual al final de los vuelos de rutina en la Tierra: "¡Gracias por elegir Space X!"
Al partir del 30 de mayo pasado hacia la órbita terrestre a bordo de la nave Endeavour, esta misión marcó varios hitos, pero uno en particular: es la primera tripulada de una compañía privada.
Con una puesta en escena cinematográfica (transmisión en vivo de cada una de las etapas cruciales de la misión, desde el lanzamiento, hasta el acoplamiento con la Estación Espacial Internacional, el regreso a la superficie terrestre y el "amerizaje"), la compañía se aseguró de cautivar a los fans de la actividad espacial. Nadie puede ser inmune a la emoción que provoca la pericia tecnológica que exige llevar a humanos hasta más allá de la atmósfera. No solo se trata de surcar el océano cósmico a decenas de miles de kilómetros por hora en un ballet exquisitamente sincronizado para dar con un granito de arena flotando en la inmensidad, sino de traer a los astronautas de regreso, un ejercicio que implica coordinar las etapas del viaje con las condiciones atmosféricas para el descenso y soportar casi 2000 grados del plasma generado por la fricción del reingreso. Todo se cumplió a la perfección. Con tal exactitud, que fue imposible sustraerse a la sensación de que se estaba frente a una nueva forma de belleza.
El éxito de Space X es apabullante. Pero aunque es la primera compañía en lograrlo, no está sola en su intento de privatizar el acceso al espacio. Otras dos ya están desarrollando sus propias cápsulas para el programa comercial de la NASA: la Starliner, de Boeing, y la Orion, de Lockheed. Compiten con Blue Origin y Virgin Galactic, que ya realizó intentos de instalar el turismo fuera del planeta.
Para muchos, el vuelo que acaba de culminar es el comienzo de una nueva era de privatización del espacio y marca la creación de un nuevo mercado que alimentará compañías para los superricos, tanto para los negocios como para la recreación. Se teme que esto desate una nueva carrera en la que las empresas competirán entre sí y con los Estados. "¿Cómo cambiará esto la ciencia, la tecnología y la política de la exploración espacial?", se pregunta Naomi Shalit en el sitio online The Conversation.
When space travel becomes as common as air travel, the future of civilization will be assured&— Elon Musk (@elonmusk) August 2, 2020
El espacio es un bien de toda la humanidad. El hecho de que las enormes riquezas de estos emprendimientos los ubican más allá de las regulaciones de los Estados y de la voluntad de las sociedades organizadas agrega una nota de preocupación. Elon Musk no escapa a estas inquietudes. Fundador y director general de Space X, es un personaje controvertido que tanto puede aparecer en los titulares por declarar que las pirámides fueron construidas por extraterrestres, como por tuitear que es libre de dar golpes de Estado (¡?). Es creador, además, de PayPal, Hyperloop, SolarCity, The Boring Company, Neuralink, Open AI y CEO de Tesla Motors. En febrero de este año su fortuna se estimaba en 43.300 millones de dólares.
Dos de sus iniciativas ya generaron polémica y muestran el riesgo que implica avanzar sobre terrenos vírgenes sin que se discuta antes si queremos o debemos hacerlo. Una de ellas es Starlink, proyecto de SpaceX para crear una constelación de satélites que ofrezca Internet de banda ancha en todo el mundo. Planea lanzar más de 11.000 aparatos para mediados de la próxima década. Pero tras la puesta en órbita de los primeros, se suman quejas de los astrónomos que están constatando que su brillo hará imposible el trabajo científico y la simple contemplación del cielo. Los investigadores ya analizan los riesgos de estas megaconstelaciones para la observación astronómica y la cantidad de basura espacial que se acumulará a unos cientos de kilómetros de la superficie terrestre.
Neuralink es otra empresa fundada por Musk. En este caso, se propone utilizar la nanobiotecnología para integrar el cerebro humano con la inteligencia artificial y se centra en la creación de dispositivos que se implantarían en el cerebro humano para potenciar sus capacidades intelectuales o para permitir una interacción directa con dispositivos informáticos. Como ya quedó en evidencia, tecnologías como ésta podrían abrir la caja de Pandora que haría posible la creación de seres humanos de primera y otros "de descarte".
Antes de morir, Stephen Hawking firmó, junto con cientos de científicos, una carta que advertía sobre el uso incorrecto de la inteligencia artificial; en particular para el desarrollo de robots asesinos. Ya nadie duda de que es importante discutir cómo y para qué accederemos al espacio, porque no siempre lo que podemos hacer, queremos o tenemos que hacerlo.
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