¿Gobernar para siempre? Las estrategias de los autócratas para eternizarse
La última década fue buena para los autócratas del mundo y no tan buena para los demócratas. Mientras los líderes políticos de las democracias liberales sufrieron para ganar elecciones y lidiar con electorados impredecibles, en otros países hombres fuertes cimentaron su poder a fuerza de silenciar medios y perseguir opositores, entre otros medios cuestionados. E incluso democracias que se suponían demasiado fuertes como para ser lideradas por personajes con tendencias autocráticas se vieron sacudidas.
Pero incluso personajes que logran hacerse con el poder total de un país necesitan construir arquitecturas políticas para darle un marco de legitimidad y poder continuar ejerciendo sus mandatos sin condenas internacionales ni estallidos sociales.
Esta semana fue el presidente ruso, Vladimir Putin, el que pateó el tablero de su país al preparar el terreno para cuando termine su mandato, en 2024.
Para muchos, el líder ruso que más tiempo ejerció el poder desde Stalin encarna el arquetipo del autócrata del siglo XXI. Pero a diferencia de otros hombres fuertes hasta ahora respetó las reglas de juego político que impuso Boris Yeltsin en los 90, tras la caída de la Unión Soviética. Putin ejerció dos mandatos presidenciales constitucionales entre 2000 y 2008, y en vez de intentar forzar una tercera reelección, ejerció un período como primer ministro antes de volver a presentarse como candidato a presidente por tercera vez, en 2012. Ahora, en su cuarto mandato, que asumió en 2018, está otra vez ante un límite constitucional para seguir ejerciendo el poder desde la presidencia.
El proyecto de reforma de la Constitución que anunció anteayer hay que leerlo a partir de esa limitación. Al quitarle poder a la presidencia y darle más al primer ministro y el Consejo de Estado, Putin parece estar preparando el terreno para seguir manejando los hilos de Rusia desde otra posición.
Putin todavía tiene una popularidad superior al 60% y maneja todos los resortes del poder político y económico en Rusia. Un interrogante es por qué entonces no intenta forzar la posibilidad de ser electo por tercera vez consecutiva. La respuesta probablemente sea el temor a la calle. Cuando anunció su candidatura en 2011 tras ejercer como premier estallaron una de las mayores olas de protestas de sus 20 años en el poder. Y el verano ruso pasado, el país también salió a la calle para reclamar por el freno económico y el creciente autoritarismo.
"Nuestra sociedad claramente está pidiendo un cambio", dijo Putin anteayer en su discurso sobre el Estado de la Nación. Si hay algo a lo que le temen los autócratas es a la calle, y si 2019 dejó una lección es que los estallidos sociales pueden aparecer en los lugares y momentos menos pensado. Basta mencionar Francia, Chile, el Líbano e Irán como ejemplos. El poder amplificador de las redes sociales se hace cargo del resto.
La estrategia de Putin, entonces, parece más cauta y de largo plazo. ¿Qué cargo apunta a ocupar? Todavía nadie lo sabe. Al entregarle ahora al Parlamento el poder de elegir al primer ministro, algunos especulan que intentará seguir manteniendo su influencia desde ese cargo, ahora con más poderes, ya que su partido tiene pleno dominio del Legislativo.
Otros especulan que al reforzar el Consejo de Estado, un órgano hasta ahora sin demasiado poder, Putin seguirá el modelo de Kazajistán. En esta exrepública soviética de Asia Central, tras ejercer la presidencia durante décadas Nursultan Nazarbayev renunció el año pasado al cargo y se autoproclamó presidente vitalicio del Consejo de Seguridad, desde donde ahora se administra el poder real.
Otro modelo posible que implicaría ejercer el poder más desde las sombras es el de Singapur. Después de transformar a este pequeño Estado en la potencia que es hoy durante 30 años como primer ministro, Lee Kuan Yew renunció a ese cargo en 1990 y fue nombrado como ministro mentor, un puesto vitalicio desde el que mantuvo su influencia total alejado de los primeros planos.
El caso turco
Por ahora solo Putin sabe qué está pensando. Pero un estímulo para seguir el modelo de Singapur puede ser la experiencia de otro autócrata de manual, el turco Recep Tayyip Erdogan, que al igual que su par ruso alternó entre presidente y primer ministro para mantener durante 20 años su hegemonía política. A diferencia de Putin y evalentonado por la historia de éxito económico de su país, Erdogan quiso ir por todo: en un referéndum muy cuestionado en 2017 le dio superpoderes a la presidencia, lo que lo convirtió en un virtual sultán del siglo XXI. Para hacerlo tuvo que amordazar a la sociedad, perseguir a sus críticos y ahogar a instituciones como el poder judicial.
El resultado fue un país profundamente polarizado políticamente, problema que se ahondó el año pasado con el colapso de la lira turca. Erdogan, amo y señor de Turquía, perdió Estambul en una derrota histórica que dejó al desnudo las limitaciones de sus ambiciones totalitarias.
Eternización a la china
Si bien China no tiene las máscaras democráticas de Rusia y Turquía, Xi Jinping también tuvo que maniobrar para extender su liderazgo en el régimen comunista, que estipulaba solo dos mandatos para los presidentes.
Xi quiso ir por más y se convirtió en el líder más poderoso desde Mao. El partido lo ungió como líder vitalicio y puso su ideario en la Constitución, un honor solo reservado hasta entonces para el fundador de la China comunista y para Deng Xiaoping, artífice de la China moderna. Hace dos años, una reforma constitucional le abrió la puerta para la reelección indefinida. El objetivo del régimen fue crear un líder fuerte para enfrentar enormes desafíos, empezando por la guerra comercial con Donald Trump, el hombre que muchos temen imprima una huella autocrática en la Casa Blanca.
El poder monolítico no blinda ni mucho menos a Xi. La protesta prodemocrática de Hong Kong aparece como un desafío todavía lejos de ser resuelto, el triunfo de una presidenta crítica al régimen en Taiwán y la desaceleración económica son desafíos que pueden minar su poder dentro del régimen. El presidente chino deberá hacer equilibrio para mantenerse en la cima.
De Maduro a Evo
¿Y en la región como andamos? La caída de Evo Morales a fines del año pasado puede servir como una señal de alerta para los autócratas del mundo: violentar los procesos democráticos puede tener un alto precio. El expresidente ignoró la derrota en un referéndum para intentar presentarse a una nueva reelección y gracias a un polémico fallo del tribunal electoral pudo presentarse igual. En octubre pasado el presunto fraude que cometió para ganarle a Carlos Mesa fue la gota que colmó el vaso: un estallido social sumado a la presión militar terminaron por poner fin a uno de los liderazgos más fuertes de la región.
Difícil saber si Putin tomó nota de esa situación a la hora de presentar su reforma política. Por ahora, su prioridad en la región sigue siendo apoyar a otro autócrata, Nicolás Maduro, que a fuerza de fraude y represión ha evitado hasta ahora la suerte de Evo.
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