Gira a Mongolia: cómo recibe al papa Francisco un país con apenas 1500 católicos, según una argentina que vive allí hace 20 años
“No hay indiferencia ante esta visita. Parece mentira que esté entre nosotros”, dijo, emocionada, la hermana Sandra Garay, mendocina de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Consolata
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ROMA.- La hermana Sandra Garay, argentina de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Consolata, no puede ocultar su emoción. Vive desde hace 20 años en Mongolia y estuvo entre ese puñado de fieles que fue a darle la bienvenida al papa Francisco este viernes en el aeropuerto de Ulaan Bator. Después de un vuelo de más de 9 horas desde Roma, Jorge Bergoglio se convirtió esta mañana en el primer pontífice que pisa este vasto y lejano país de Asia central donde hay apenas 1500 católicos, una de las comunidades más pequeñas del mundo.
“Fue una experiencia maravillosa, parece mentira que esté entre nosotros. Fue un momento muy fuerte y, además, poderlo sentir tan cerquita porque somos pocos y al final, antes de irse del aeropuerto a la prefectura apostólica, pasó a saludar a un grupo que lo estaba esperando y todos estaban contentísimos”, contó Garay en diálogo telefónico con LA NACION. “La gente de Mongolia está muy feliz, los comentarios eran que ‘es verdaderamente una bendición’ y que el Papa está bendiciendo a Mongolia”, agregó, entusiasmada.
Mendocina de 58 años, esta religiosa muy probablemente es la única argentina que vive en la tierra del famoso Gengis Khan, uno de los países más despoblados del mundo, con poco más de 3 millones de habitantes en un territorio equivalente a cinco provincias de Buenos Aires. Llegó a estos lares en 2003, hace veinte años, después de haber pasado por un camino de formación que comenzó en su Mendoza natal y pasó luego por el norte de la Argentina, Italia y Estados Unidos, donde estudió antropología y sociología y donde estuvo cinco años trabajando en una diócesis de Michigan.
“Cuando en 2003 me destinaron a Mongolia enseguida dije que sí”, contó Garay, que pasó los primeros tres años de misión estudiando mongol, un idioma bastante difícil, mezcla de turco con otras lenguas nativas, con una estructura similar al japonés y al coreano. “Ahora no hablo perfecto mongol, pero me hago entender... Es muy difícil porque es una lengua gramaticalmente muy distinta y con sonidos muy difíciles de pronunciar”. Junto a su congregación misionera, primero abrió una comunidad en Ulaan Bator, la capital y ciudad más grande del país, donde vivió hasta 2006. Entonces se trasladó para abrir otra comunidad en Arvaikheer, ciudad de 30.000 habitantes a unos 430 kilómetros al sudoeste de la capital.
“Hace veinte años en Mongolia ya había una presencia de diez años de la Iglesia católica, había tres parroquias, pero ahora tenemos nueve. Hace 20 años había 300 bautizados y ahora 1500, hemos crecido bastante″, destacó.
Para ella lo más sorprendente de Mongolia es su cultura nómade, con sus tradiciones en torno a la vida del campo y el cuidado de los animales y su sistema de creencias muy unido a la naturaleza. “Hay una profunda conexión con el mundo invisible, con los espíritus, hay sincretismo y el chamanismo y el budismo (la religión mayoritaria, 53%) impregna toda la sociedad. Incluso los ateos (39%) creen en los espíritus”, detalló.
¿Cómo es la vida en Mongolia? “El ambiente desde el punto de vista geográfico y climático es muy rudo, el invierno dura seis meses y las temperaturas pueden llegar a entre 30 y 50 grados bajo cero y eso marca mucho las actividades. Los que viven en el campo sufren mucho, los animales se mueren de frío, la gente se enferma... Y en el verano hay tormentas de arena muy fuertes en el desierto”, contó. “Esto tiene un impacto muy fuerte, pero la gente es resistente, está acostumbrada a vivir en un clima muy riguroso”, precisó.
Una visita clave
Aunque en 2004 en Mongolia muchos se ilusionaron con una visita de san Juan Pablo II, que finalmente no se dio porque ya estaba muy mal de salud, ahora la visita del papa Francisco ha generado gran entusiasmo, subraya, no sólo en la pequeñísima comunidad católica. “El mongol lo vive también con entusiasmo porque el ciudadano común conoce al Papa, que es una figura muy respetada por su posición en favor de los más necesitados, del ambiente, de la justicia y de la paz: el Papa es una persona admirada por lo que representa a nivel mundial y el mongol es una persona muy abierta al mundo externo. No hay indiferencia ante esta visita. Es más, varios me preguntaron si podían ir a escuchar al Papa”, subrayó.
Consciente de que se trata de una visita a nivel geopolítico muy importante, ya que Mongolia se encuentra enclavada entre dos gigantes, Rusia al norte y China al sur, este y oeste, Garay consideró el viaje del máximo líder de la Iglesia católica como una “hecho muy positivo, una visita local a la Iglesia católica mongol y una señal de amistad y reconocimiento al pueblo mongol”. Destacó, por otro lado, que a nivel político el pueblo mongol, aplastado entre estas dos potencias y sin salida al mar, ha buscado siempre sobrevivir siendo neutral y amigo de todos. “Es positivo que el Papa, que busca el diálogo con todos, sea amigo nuestro” y “no es una presencia que haga enojar ni a Rusia, ni a China, que es lo que ha hecho posible la visita”, consideró.
Francisco, que se quedará hasta el lunes en Ulaan Bator -donde será protagonista de diversos eventos a los que, por supuesto, irá su compatriota- llegó a un país donde, como casi en todo el mundo, la situación no es de las mejores. “Mongolia está sufriendo una crisis económica relacionada con el post-Covid y con las consecuencias de la guerra en Ucrania, con inflación y con los precios que han aumentado mucho, pero no los sueldos, y todo esto ha creado un impacto negativo y descontento social”, dijo Garay. “Como en todos los países, también aquí hay problemas de corrupción y los mongoles quieren que haya transparencia y estabilidad económica. Este es un país con muchos recursos mineros, pero falta experiencia, no es fácil vivir en un mundo con muchas multinacionales y Mongolia es una democracia joven, de apenas treinta años”, apuntó.
Más allá de esto, en un mundo cada vez más secularizado, crecen los fieles. ¿Cómo? “¡Con la gracia de Dios! Es la explicación de la fe”, contestó Garay, que recordó que cuando Mongolia en 1992 recuperó la libertad religiosa tras salir de la influencia soviética y concluir el ateísmo, volvieron a florecer las diversas religiones y tradiciones reprimidas tanto por China como por el régimen comunista. “Hay gente con inquietud espiritual y algunos se sienten atraídos por el cristianismo”, dijo.
En Arvaikheer, donde ella vive, desde 2006 fueron bautizadas 45 personas. “Acompañamos el camino de la fe de cada uno, si necesitan algo, si se enferman, estamos con ellos, aconsejándolos y formándolos. Llevamos una vida muy simple, cocinamos, rezamos y visitamos a las familias”, contó.
¿Extraña a la Argentina? “Ya no. Aunque por supuesto me gustaría estar más cerca de familiares y amigos, siento que mi vida está acá, en Mongolia”, concluyó.
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