Giorgia Meloni: la mujer que doblegó a los barones de la derecha italiana
Logró desplazar a personajes que se creían insuperables y carismáticos como Salvini y Berlusconi; posiblemente se convirtirá en la primera mujer en la historia de Italia en ser designada premier
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ROMA.- No hay dudas de que Giorgia Meloni, 45 años, ganadora de las elecciones y probable futura primera ministra de Italia, es un animal político. Si la clave de su éxito fue haber estado durante los últimos cinco años en la oposición y, sobre todo, ser la única que se quedó afuera del gobierno de unidad nacional de Mario Draghi, en las últimas semanas lo más increíble fue que prometió seguir con la línea del expresidente del Banco Central Europeo (BCE). Era necesario para ser “digerible” en las grandes capitales del mundo, que temen que Italia, uno de los países del G-7, haga un giro violento hacia otro rumbo, anti-europeo y pro-Putin.
Consciente de que, para poder recibir el encargo de formar un gobierno de parte del presidente, Sergio Mattarella, necesitaba demostrar confiabilidad en temas tan importante como la política exterior y la política económica, en la campaña electoral cambió de discurso. Se mostró más moderada ante auditorios formados por banqueros y empresarios del establishment, como el de Cernobbio, a quienes les prometió prudencia y la misma línea de “Super Mario” a la hora de gastar el dinero del fondo millonario que le concedió la Unión Europea a Italia para resurgir de la pandemia.
Mostrando una Giorgia de dos caras, se mostró menos extremista, no tan euroescéptica y prometió una y otra vez que iba a seguir con la línea atlantista, en defensa de Ucrania y en contra del agresor ruso, puesta en marcha justamente por Draghi, premier saliente. En ese mismo foro de Cernobbio –cita anual parecida al Coloquio de Idea-, todo el mundo notó cuando Meloni se tapó la cara con una mano cuando su socio en la coalición, Matteo Salvini, de la Liga, dijo que las sanciones contra Rusia no estaban funcionando, una posición que le jugaba en contra.
De Capricornio, nacida el 15 de enero de 1977 en Roma, madre de Ginevra, de 6 años y en pareja con un periodista, Meloni sabe de política. Ya a los 15 años comenzó a militar en el Frente de la Juventud, organización juvenil del Movimiento Social Italiano-Derecha Nacional, agrupación posfascista. Pasó luego a ser consejera de la provincia de Roma de Alianza Nacional, partido de derecha neofascista liderado por Gianfranco Fini, con el que en 2006 llegó a ser diputada e incluso vicepresidenta de la Cámara baja.
En otro reflejo de una Giorgia de dos caras, como destacaron analistas, después de que Fini en 2003, después de una visita al Memorial de Yad Vashem, en Jerusalén, definió el fascismo “el mal absoluto”, en una entrevista vuelta a salir a la luz en estos días, de 2004, Meloni dijo lo opuesto: que el “fascismo no fue el mal absoluto”. Pero en los últimos días de campaña, consciente de que es clave desmarcarse y dar la idea de una derecha sí relacionada a los valores de Dios, patria y familia, pero desmarcada del antidemocrático y brutal régimen fascista, aseguró que ella en ese momento estaba en el mismo partido que Fini y que no se disoció.
A los 31 años, Meloni se convirtió en una de las ministras más jóvenes de Italia, como titular de la cartera de la Juventud de uno de los gobiernos de Silvio Berlusconi basado en la coalición del Pueblo de las Libertades. Abandonó esta alianza en 2012 para fundar un nuevo movimiento de derecha, Fratelli d’Italia, Hermanos de Italia, eslogan tomado de las primeras estrofas del himno nacional. Un partido pequeño, populista y euroescéptico del que fue candidata a alcaldesa de Roma años atrás y que, con tenacidad y coherencia ella lentamente llevó a jugar en ligas mayores.
La gran capacidad oratoria de Meloni y su ductilidad política le dieron impulso a su carrera, que fue creciendo al fagocitar los consensos de su principal rival, también de derecha y ahora aliado en coalición, Salvini. Fue durante los tiempos oscuros de la pandemia que ella fue afirmándose en detrimento del llamado “capitán” y exministro del Interior, Salvini, que se fue desgastando al decir primero una cosa y, poco después, todo lo contrario.
En octubre de 2019, en una gran manifestación en la emblemática Plaza de San Juan de Letrán junto a sus socios de la coalición de derecha, Salvini y Berlusconi, Meloni hizo una arenga llena de pasión en favor de la familia tradicional, las raíces, la identidad y la patria.
“Yo soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy cristiana. ¡Nosotros defenderemos a Dios, a la patria y a la familia de la islamización, entiéndanlo!”, gritó. Su discurso, que fue luego remixado, se convirtió en el “rap de Giorgia”, un hit que se viralizó en las redes, haciendo crecer su popularidad.
“Hasta mis sobrinas lo bailaban. De golpe es como si el mundo se hubiera dado cuenta de las cosas que digo. Personas que no te escuchaban, ahora lo hacen”, comentó en su momento.
Y fue a partir de entonces que Giorgia, mujer con agallas, comenzó a asustar a sus socios Salvini y Berlusconi, que siempre la consideraron una hermanita menor o ningunearon. Y que jamás pensaron que, con el tiempo, iba a superarlos en forma apabullante como sucedió ahora. Hermanos de Italia en las elecciones legislativas de 2013 obtuvo un mísero 2% y en 2018, un 4,3%.
Aunque nació en la zona norte de Roma, Meloni creció en el barrio de la Garbatella junto a su mamá y una hermana, sus dos puntos de referencia. Su padre las abandonó cuando ella tenía un año y medio. Y ella, que lo veía dos veces al año por dos semanas, según contó, cuando tuvo una edad suficiente para hacerlo, decidió no verlo nunca más. “Cuando murió no logré sentir ninguna emoción, como si hubiera sido un desconocido”, confesó en un programa televisivo.
Para llegar a ser la número uno de la alianza de derecha, desplazando a personajes que se creían insuperables y carismáticos como Salvini y Berlusconi y en un mundo político tan machista como el de Italia -que nunca tuvo a una primera ministra mujer-, Giorgia tuvo que luchar. “La verdad es que siempre me sentí inadecuada”, confesó en una entrevista a Sette, la revista del Corriere della Sera. “Es como si siempre me hubiera ido mal en un final, como si nunca fuera suficiente lo que hago y que tengo que hacerlo mejor y mejor”, aseguró, al resumir: “yo soy un soldado”.
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