Geopolítica, geoeconomía y cuatro fenómenos que revelan que el mundo no es tan oscuro
Distintos factores, como algunos paños fríos en la relación entre EE.UU. y China o indicadores económicos positivos, permiten desmentir los pronósticos de más recesión y marginación; cómo impactan en la Argentina
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Una pandemia que dejó casi siete millones de muertos y anuló la economía global; una guerra que duplicó automáticamente los precios de la energía y los alimentos; una tendencia en alza al populismo y la polarización que debilita la gobernabilidad y la eficacia de los Estados para atender las urgencias más calientes, como la pobreza, la desigualdad o el cambio climático; dos megapotencias que, con su rivalidad, empiezan a dibujar un nuevo orden global de contornos inciertos, pero peligrosos; un mundo que se enfrenta uno de sus períodos de menor crecimiento del último siglo.
Si ese listado de desvelos hubiese ocurrido a lo largo de cien años, ya de por sí habría parecido propio de una pesadilla. Pero no. Todos esos dramas globales se encadenan desde hace apenas tres años. Semejante concentración quita la respiración y deteriora la vida diaria incluso en países cada vez más aislados y alejados de los flujos financieros y comerciales del mundo, como la Argentina.
Sin embargo, detrás de esa ominosa enumeración, se esconden algunos fenómenos que permiten atisbar un mundo no tan oscuro, un mundo que lucha por desmentir los pronósticos de más recesión, marginación y pobreza y de nuevas guerras y fracturas. Varios de esos cuatro fenómenos pueden favorecer a la Argentina.
1) ¿Un paso hacia la pax sinoamericana?
Durante décadas, diplomáticos, funcionarios electos y académicos postularon el comercio y la interdependencia económica como vía para asegurar la convivencia entre naciones antes enfrentadas en guerras frías o calientes. La hoy Unión Europea (UE) fue concebida con ese fin, a principios de los años 50.
Y sirvió, de ahí en más, de ejemplo sobre cómo la geoeconomía puede ir al rescate de la paz. La propia Europa apeló a esa estrategia para comprometer a la Rusia pos soviética y Estados Unidos hizo lo mismo, a fines de los 90, para comprometer a China con el capitalismo y, eventualmente, con los derechos humanos.
El avance global de China, la confrontación comercial entre Washington y Pekín, la pandemia y la invasión rusa de Ucrania terminaron de convencer a Occidente que esa estrategia no funciona tanto como pensaba y que, en definitiva, la geoeconomía no está por encima de la geopolítica o la seguridad.
En ese contexto de expectativas rotas, Estados Unidos y China se embarcaron, a fines de la década pasada, en una competencia estratégica por el dominio global que el año último se convirtió, más bien, en una rivalidad con tambores bélicos. La tensión por Taiwán disparó advertencias que, hasta entonces, parecía un tabú: aquellas sobre la posibilidad de un enfrentamiento bélico entre China y Estados Unidos. De la guerra comercial a la guerra total en pocos años… y el mundo y la economía global como rehenes.
Ian Bremmer, dueño de la consultora Eurasia, lo definió sin ambigüedad en su informe privado del lunes pasado. “Entre el orden económico y el orden de seguridad hay tensiones. Estados Unidos quiere definir la economía global a través del lente de su seguridad nacional. China quiere usar su influencia comercial para que otros países se alineen diplomáticamente con ella”.
En los últimos años, para resguardar su seguridad nacional Estados Unidos comenzó a desacoplar su economía de la de China, a cortar los vínculos; comenzó por sectores particularmente estratégicos como el de los chips, los minerales raros o… TikTok.
Sin embargo, la realidad de una integración que ya va más allá de la voluntad de los gobiernos golpeó a Washington. En 2022, en plena tensión por Taiwán, en medio del proceso de desacople, el comercio entre Estados Unidos y China creció un 2,5% para alcanzar su récord histórico con un volumen de 690.000 millones de dólares, más de 1,5 PBI argentino.
Esa realidad parece haber empezado a cuajar en la Casa Blanca. En los últimos 10 días, funcionarios esenciales en su relación con el mundo advirtieron que tal vez no sea necesario ni aconsejable desacoplar por completo la economía norteamericana de la china, aunque sí será imperativo contener los peligros de esa interdependencia en sectores estratégicos.
La primera en hacerlo fue la secretaria del Tesoro, Janet Yellen; le siguió la representante norteamericana para el Comercio, Katherine Tai, y finalmente el jueves pasado, Jake Sullivan, el influyente consejero de Seguridad Nacional de Joe Biden.
“Estamos a favor de ‘de-risking´ y la diversificación, no del desacople”, dijo en un discurso escuchado con mucha atención por las diplomacias de Europa y China.
Del “decoupling”, la administración Biden pasó al “de-risking”, un juego semántico que desnuda un marcado giro estratégico, un intento de desescalada de la Casa Blanca con Pekín y un alivio para un mundo que se estremece ante cada nuevo capítulo de tensión entre las dos superpotencias globales. En esa resistente interdependencia comercial a lo mejor se esconden efectivamente los cimientos de una durarera pax sinoamericana.
2) EE.UU y China desafían las proyecciones económicas
Otros datos llegados de Estados Unidos y China traen también respiro al mundo. Juntos suman entre un 40 y un 45% de la economía global; son los principales socios comerciales de prácticamente todo el resto de las naciones y representan la mayor fuente de inversiones directas en otros países. Si una de esas economías tiembla, el resto del mundo se estremece.
Ambas sufrieron con la pandemia y con la guerra en Ucrania. China, por su lado, estuvo en cuarentena buena parte de 2022 y la economía apenas creció un 3%, una de las tasas más bajas en cuatro décadas. A fin de año, las proyecciones de organismos indicaban que a China le costaría salir del letargo en el que la sumió el confinamiento pese a que Xi Jinping decretó, en noviembre, el levantamiento de todas las restricciones y el fin de la cuestionadísima política de “Covid cero”.
Sin embargo, en el primer trimestre de 2023 la economía china demostró por qué es la que mayores tasas de crecimiento exhibió en la historia de la humanidad. Los pronósticos de organismos internacionales y consultoras indicaban que avanzaría un 4%, pero gracias a un consumo muy dinámico aumentó un 4,6%.
No son, claro, las tasas que levantaron al resto del mundo en desarrollo con el boom de los commodities de la primera década de este siglo, pero son números que ayudan al mundo a ilusionarse con que estos no serán años perdidos.
Si China sorprendió con su capacidad de recuperación, Estados Unidos llama la atención con su resistencia a la recesión más anunciada en años. Para detener la inflación comenzada por la pandemia en 2021 y alimentada por la guerra, la Reserva Federal realizó nueve aumentos de tasas en los últimos tiempos y las llevó a sus niveles más altos en cuatro décadas. Ya desde hace un año, cientos de especialistas norteamericanos hablan de un enfriamiento deliberado de la economía y de una “recesión inminente”. Pero la mayor economía del mundo en términos absolutos resiste con desempleo récord (3,5%), una inflación obstinada pero a la baja (5%) y salarios de las franjas más bajas que se recuperan.
Este último trimestre, la economía apenas creció 1,1% -muy por debajo del 2,6% de los últimos tres meses de 2022- y la confianza de los consumidores empieza a caer. Son datos que, como el cuento del pastor y el lobo, alientan a los especialistas a decir “ahora sí, se acerca la recesión”. La economía norteamericana, por ahora, se empeña en desmentirlos.
3) Caen los precios de los commodities que complicaron a la Argentina en 2022
El mayor problema que la guerra de Ucrania le provocó a la Argentina es que el país tuvo que gastar más dólares de los que tenía previstos -muchos más- en importación de energía porque los precios del gas y del petróleo se dispararon. Hoy, con la casi inexistencia de reservas, ese parece un drama terminal.
De acuerdo con un informe elaborado por el Ministerio de Economía, a fines del año pasado, la guerra le costó a la Argentina casi 5000 millones de dólares. De ese monto, 3757 millones de dólares responden a la suba de precios de energía, en especial del gas licuado, la mayor importación energética del país, cuyo costo aumentó más de 200%. Otros 1800 millones de dólares corresponden al encarecimiento de los fletes. El ingreso extra de divisas por la suba de los precios globales de los cereales (617 millones de dólares) no logró compensar ni de cerca esos gastos extraordinarios.
Hoy la Argentina apuesta a que el gasoducto Néstor Kirchner esté listo para el invierno, de forma de poder limitar las importaciones de gas. Pero si eso no sucediera, la Argentina puede sentirse aliviada. Los precios de la energía se desplomaron respecto de hace un año, al punto de que ya volvieron a los niveles preguerra. “En relación a los precios de los commodities, en marzo de 2023, el índice de precios de la energía cayó 6% respecto del mes anterior y 37% respecto de marzo de 2022″, dice un informe del mes pasado del Foro de Países Exportadores de Gas.
La caída tiene dos explicaciones centrales, según el organismo: las medidas para reducir el consumo de gas en Europa ante las restricciones de la provisión de Rusia fueron contundentes y exitosas y, por otro lado, el clima fue más templado de lo que se esperaba en el invierno boreal. Ese clima promete seguir siendo amable en el invierno de este hemisferio, otro dato positivo para la Argentina.
La reducción de los precios del gas y del petróleo contribuyó, en gran medida, a contener la inflación global que cae, pero menos de lo esperado por los organismos internacionales. El año pasado fue de 8,7% y este año será de 7%, una proyección que el FMI subió de enero a abril.
4) La oportunidad que el futuro le propone al país
Pese a que el confinamiento ensombreció el consumo en China –hoy su principal motor económico-, en 2022 los chinos se volcaron en masa por una compra en particular, la de autos eléctricos. El 25% de los 27 millones de autos nuevos que se vendieron en ese país el año pasado era eléctrico. Este año ese porcentaje será de 35% y, en 2030, será del 60%.
Los chinos no son los únicos con ese nuevo hábito. El 90% de los autos nuevos en Noruega son eléctricos, una proporción a la que también se acerca Australia. Poco a poco, el mundo de mayores ingresos se inclina por la tecnología que busca preservar el ambiente y hacer un uso más eficiente de la energía.
La Argentina está lejísimo de incorporar en masa los autos eléctricos. Pero será esencial para que otros países lo usen. Esos vehículos usan baterías de litio, el mineral estratégico que hoy es una preciadísima moneda de cambio en la geopolítica y en la geoeconomía. El país es el cuarto productor de litio del mundo, luego de Australia, Chile y China, pero tiene las segundas mayores reservas del mundo, después de Bolivia.
Pero claro, para explotar ese potencial y aprovechar las pocas oportunidades y respiros que este mundo ofrece hoy, necesita que suceda lo mismo que tiene que pasar con el gasoducto Néstor Kirchner para que el país deje de depender de la importación de gas: que los planes se completen y las promesas no sean solo palabras.
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