Ganar reconocimiento internacional, la nueva gran batalla de los talibanes
La campaña de relaciones públicas marca el inicio de un nuevo capítulo en la lucha del movimiento islamista en Afganistán
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NUEVA YORK.– Tal vez el movimiento de los talibanes haya tomado los puestos fronterizos de Afganistán y las oficinas del gobierno, pero lo que controlan está lejos de ser un país operativo y en funcionamiento.
Como los empleados públicos se han escondido en sus casas, el suministro de luz y agua, así como la recolección de residuos, está fallando. Los ministerios de todas las áreas, desde Relaciones Exteriores hasta la cartera de Salud, son poco más que edificios de oficinas vacantes. Y el Banco Central afgano está literalmente vacío, ya que Estados Unidos congeló todas las reservas que mantenía el Estado afgano en cuentas de bancos norteamericanos.
En paralelo, la agrupación enfrenta otra amenaza: los afganos, los gobiernos extranjeros y hasta los servicios de inteligencia y seguridad involucrados tal vez no acepten del todo su gobierno, socavando sus posibilidades de consolidarse en el poder.
Los talibanes, sin embargo, parecen haber llegado a la conclusión de que todos esos problemas se solucionarán de la misma manera: haciéndose los buenos.
“Las hostilidades han llegado a su fin, y nos gustaría vivir en paz, sin enemigos internos o externos”, dijo el máximo vocero talibán, Zabihullah Mujahid.
La campaña de relaciones públicas marca el inicio de un nuevo capítulo en la lucha del movimiento talibán, y lo que está en juego es tan importante como lo ocurrido en el campo de batalla.
Si quieren sentar las bases esenciales de un gobierno, por no hablar de empezar a reconstruir un país devastado por 42 años de guerra, los talibanes tienen que convencer mínimamente a las potencias extranjeras de enviar ayuda financiera y levantar las sanciones.
La agrupación también podría usar un eventual reconocimiento internacional para apuntalar su respaldo interno en Afganistán, ya que funcionaría como una presión para que los empleados públicos y el resto de los ciudadanos acepten su gobierno. Y tal como aprendieron en 2001, cuando la invasión liderada por Estados Unidos los expulsó del poder, su reputación de parias globales puede convertirse en un grave impedimento.
La combinatoria de todos esos factores generó en estos días imágenes desconcertantes, como la conferencia de prensa de Mujahid donde trató de suavizar la ideología extremista abrazada por el grupo.
De hecho, se trata de la misma estrategia que siguen casi todos los grupos insurgentes modernos para acumular poder. Las insurgentes que ganan “necesitan desesperadamente legitimidad internacional, apoyo y asistencia” para consolidar su gobierno, dice la académica experta en guerras civiles Monica Duffy Toft.
Pero eso puede llevar décadas. La insurgencia comunista que ocupó China continental en 1949 no logró ser reconocida por la ONU hasta 1971. Washington recién lo hizo en 1979, y como parte de un realineamiento de la Guerra Fría que llevó muchos años.
Pero actualmente el reconocimiento se obtiene básicamente por respetar los derechos políticos y humanos, y por ceñirse a los intereses de seguridad de las grandes potencias.
Promesas de moderación
Pero ni en esos casos se cumplen todas las promesas. Y los talibanes ya gobernaron Afganistán: en 1996, cuando tomó el poder por primera vez, el movimiento buscó aceptación mundial prometiendo moderación en el interior del país y reconciliación con el extranjero.
Pero los esfuerzos de los talibanes en pos de esos objetivos fueron, en el mejor de los casos, intermitentes, y se vieron obstaculizados por la inexperiencia, las divisiones internas y la cerrazón ideológica. El grupo refugiaba a Al-Qaeda y les impuso restricciones brutales a las mujeres y las minorías, lo que terminó de enfurecer a las potencias de Occidente.
En 1997, el entonces gobierno talibán envió emisarios a Nueva York para solicitar un escaño en las Naciones Unidas. Pero la delegación se lo pidió al secretario general de la ONU, sin advertir que el reconocimiento llega por el voto de los Estados miembros del organismo. Solo Paquistán, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita reconocieron en algún momento la legitimidad del gobierno talibán en Afganistán.
Independientemente de si los líderes talibanes de hoy se moderaron ideológicamente, lo cierto es que sus conocimientos y comprensión de la diplomacia internacional y su preocupación por su lugar en el mundo parecen haberse profundizado significativamente.
“La búsqueda de reconocimiento diplomático y político ha sido una constante en la lucha de los talibanes para volver al poder”, escribió el académico Barnett R. Rubin, especialista en temas afganos.
Los negociadores talibanes han recalcado insistentemente su deseo de mantener relaciones normales con Washington y otras potencias extranjeras, y lo califican como una prioridad. Actualmente parecen entender mejor las demandas de esos países, y también parecen saber cómo decirles lo que quieren oír.
Los analistas subrayan que si las promesas de los talibanes son reales, se debe casi con certeza a un interés pragmático, y que cualquier cambio ideológico sería un factor secundario. De ser así, lo que pueden esperar los gobiernos extranjeros es que los talibanes mantengan su palabra mientras lo que viene del mundo exterior les convenga, y no más allá.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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