G20 en Buenos Aires: una cumbre en la que cada uno se llevó lo que buscaba
Finalmente, terminó la presidencia argentina del G20 . El gobierno de Mauricio Macri concluyó con el tema más importante de su política exterior y con uno de los eventos internacionales más importantes en la historia moderna de la Argentina. El hombre del chaleco amarillo saludando a Macron, la incomodidad agresiva de Trump con su auricular y la supuesta actitud depredadora de China que nadie escuchó serán con el tiempo anécdotas de color.
Lo más importante es que en Buenos Aires cada uno tuvo el G20 que necesitaba. La Argentina buscó un comunicado final de consenso, una cumbre sin disturbios y reuniones bilaterales que trajeran anuncios de inversión y cooperación. Logró las tres cosas.
Trump aprovechó el G20 para sellar el acuerdo comercial con Canadá y México, darle una palmada, simbólica y material, a su amigo Mauricio Macri y sentarse a dialogar con Xi Jinping, además de otras bilaterales.
China mostró que Estados Unidos es hoy uno de los países más díscolos para discutir el multilateralismo, al menos en el plano comercial y climático, y buscó mostrarse como un país responsable frente a los desafíos globales.
Los europeos se fueron relativamente satisfechos al lograr introducir, entre otras cosas, el cambio climático en el comunicado final.
Vladimir Putin y Mohammed ben Salman mostraron que pueden caminar por la cornisa muy delgada de la legalidad sin perder su lugar en un foro mundial de estas características.
Cuatro motivos
Japón, que llevará la presidencia del G20 a partir de hoy, necesitaba una cumbre que mostrara que la conversación global es posible aún entre tantas diferencias. ¿Cómo fue posible? Por cuatro motivos.
En primer lugar, porque Estados Unidos, China y Europa encontraron la forma diplomática de abordar sus diferencias en torno al comercio y al cambio climático. Con el primero, la mejor salida que encontraron fue apoyar el comercio pero echarle la culpa a la OMC y pedirle una urgente revisión. Como si la OMC tuviera reglas que bajaron del cielo. Con el segundo, partieron de datos duros provistos por los comités especializados y le escaparon a la discusión por la acción colectiva. El problema para Trump, en el fondo, no es aceptar que el cambio climático existe. Es aceptar que su política industrial tenga que acomodarse al Acuerdo de París.
En segundo lugar, porque Estados Unidos y China optaron por tener un encuentro del G2 luego del G20 y así evitar polarizar el foro en una u otra dirección. El G2, vale decirlo, está en curso de colisión. Más allá de lo que acuerden esta noche, Estados Unidos y China han adoptado decisiones que dificultarán mucho arribar a equilibrios estables. Que estos desequilibrios afectarán al G20 y a la economía mundial no caben dudas. Pero será tarea de Japón ofrecer un nuevo espacio para examinarlos.
En tercer lugar, porque la Argentina presentó una agenda de baja intensidad concentrada en temas que por cierto generaron discusión pero de un calibre muy distinto al comercio o al clima. Esta agenda sirvió para desarrollar acuerdos importantes en temas de finanzas, empleo, infraestructura, alimentos, educación o energía. Y sirvió para ofrecer un piso sólido que hiciera costoso cualquier resultado sin consenso.
La Argentina llegó al G20 en buenos términos con Estados Unidos, China, Europa y Rusia. Y aprovechó al máximo esta situación para actuar como mediador de buena fe. Como tal, no tuvo, ni tiene, que elegir entre Estados Unidos y China.
Por último, porque todos los países mostraron interés en mantener la conversación en marcha y sacar, cada uno, su mejor tajada. El G20 podrá tener muchos problemas de diseño pero un mundo sin G20 sencillamente sería un mundo mucho más complicado del que tenemos. La vara para examinar el G20 no es el G7, la OCDE o el Consejo de seguridad. Es el G0, o un mundo sin nadie a cargo.
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