Fukushima: testimonio en primera persona
Ha pasado un año del devastador tsunami que azotó Japón y provocó el peor accidente nuclear desde Chernobyl, en 1986. En Japón, el 11 de marzo quedará para siempre en la memoria de todos como el día en que un triple desastre golpeó Fukushima. Más allá del caos que provocaron el tsunami y el terremoto, la catástrofe nuclear obligó a 150 mil personas a evacuar sus hogares. Algunos de ellos nunca podrán regresar a sus casas y muchos siguen viviendo en áreas contaminadas. Si el gobierno japonés hubiera evaluado correctamente los peligros de las centrales nucleares y hubiese abandonado su funcionamiento a tiempo, el componente nuclear del triple desastre pudo haberse evitado.
El 11 de marzo también cambió mi vida. Desde hace 4 años trabajo como especialista nuclear para Greenpeace en Holanda. Antes de Fukushima, cuando hablaba de los peligros de la energía nuclear me refería a Chernobyl, sin tener recuerdos propios de ese desastre, porque era demasiado joven en 1986. Pero ahora, tendré para siempre recuerdos vívidos, tras haber visto de cerca las devastadoras consecuencias de Fukushima.
La noche anterior a la explosión, estaba debatiendo frente a un grupo de jóvenes con la representante de una planta holandesa de energía nuclear, que negaba apasionadamente la posibilidad de que un segundo Chernobyl tuviera lugar en cualquier parte del mundo porque, según planteaba, la energía nuclear ahora era segura. Los sucesos del día siguiente probaron lo contrario.
Poco tiempo después, en abril, viajé a Japón con el barco insignia de Greenpeace, el Rainbow Warrior, para coordinar la investigación sobre contaminación en el mar. Aunque el gobierno japonés trataba de ocultar la gravedad de las emisiones radiactivas, nuestro equipo reveló peligrosos niveles de radiactividad en los peces y algas recogidos en la costa de Fukushima. Ambos son sustanciales en la dieta japonesa y, hasta ahora, no es seguro consumir la mayoría de los pescados y mariscos de esta zona. Lo mismo ocurre con una gran cantidad de verduras, arroz, leche y carne de Fukushima.
En diciembre regresé a Japón para continuar la investigación, esta vez a la ciudad de Fukushima, ubicada a 60 km. de la central nuclear. Algunas áreas de la ciudad están fuertemente contaminadas pero, de acuerdo con el gobierno japonés, los niveles de contaminación no son lo suficientemente elevados como para evacuar a la gente. Verificamos la contaminación radiactiva en los jardines de las casas, parques infantiles y templos y, lamentablemente, no pudimos calmar las preocupaciones de los habitantes. Les pedimos a las autoridades que evacuen de inmediato a las mujeres embarazadas y los niños, pero no lo hicieron.
Cuando recorría Fukushima, la ciudad aparentaba estar totalmente normal, tal como Buenos Aires, donde estoy viviendo ahora. Hasta que encendí mi equipo y todos los detectores comenzaron a sonar.
Los porteños también están en riesgo. A sólo 100 km. de Buenos Aires, sobre el río Paraná, se encuentra en funcionamiento la Central Nuclear Atucha. Un desastre nuclear también podría ocurrir en este reactor que cuenta con tecnología anterior a Chernobyl y cuya contaminación radiactiva podría fácilmente llegar a la ciudad a través del aire o el río.
Visité la zona de exclusión Chernobyl que es altamente radiactiva y pude observar la cantidad de radiación que aún proviene de este reactor 25 años después de la catástrofe y también fui testigo del desastre de Fukushima. Sé cómo mucha gente que vive alrededor de Chernobyl y de Fukushima, teme por su salud y la salud de sus hijos. Esto tendría que ser más que suficiente para concluir que deberíamos abandonar la energía nuclear. La energía nuclear segura, simplemente no existe. No existe en Ucrania, en Japón, ni tampoco en Argentina.
Ike Teuling
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