Aferrado a su cepillo y pasta de dientes, Kevin Lik esperó durante seis horas en la oficina principal de la colonia penal 14, cerca de Arkhangelsk, en el extremo noroeste de Rusia.
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Era la tarde del domingo 28 de julio y el joven de 19 años dice que no tenía idea de lo que estaba a punto de suceder.
“Quizás me estés llevando para que me fusilen”, le dijo al gobernador de la colonia. “No te preocupes, todo estará bien”, fue la respuesta.
Kevin dice que un funcionario de la agencia de seguridad estatal rusa FSB le dijo lo mismo hace un año y medio, antes de que lo encerraran.
“He perdido mucho peso en la colonia”, explica tímidamente mientras hablamos por videollamada. Kevin mide 1,90 m pero pesa solo 70 kg.
Junto con el periodista estadounidense Evan Gershkovich, es una de las 16 personas liberadas por Rusia el 1 de agosto en un intercambio de prisioneros con Estados Unidos y otros países occidentales.
El adolescente -con doble nacionalidad rusa y alemana- fue arrestado el año pasado cuando todavía estaba en la escuela y se convirtió en la persona más joven en la historia moderna de Rusia en ser condenada por traición.
Le pregunto si se considera más ruso o alemán. “Es una pregunta muy complicada”, responde.
Interés por la política
Kevin nació en 2005 en Montabaur, una pequeña ciudad en el oeste de Alemania. Su madre rusa, Victoria, se había casado con un ciudadano alemán y, aunque el matrimonio no duró, ella y su hijo se quedaron.
Visitaban Rusia cada dos años hasta que Victoria decidió que quería volver de forma permanente: echaba de menos a sus familiares y su ciudad natal de Maykop, en el Cáucaso Norte. Kevin tenía 12 años cuando se mudaron allí en 2017.
Vivían en las afueras de la ciudad, en un apartamento con vistas a las montañas y a una base militar. Kevin dice que le encantaban los paseos por el campo y recolectar plantas para su herbario, y también estudiar en la escuela.
Fueron las elecciones presidenciales rusas de 2018 las que despertaron su interés por la política, cuenta.
Su madre, una trabajadora de la sanidad pública, llegaba a casa y contaba que a ella y a sus compañeros los habían llevado en autobús a los colegios electorales, donde les habían dicho: “Voten por Putin o les quitaremos su bonificación”.
En aquel momento tenía sólo 12 años, pero dice que comprendía que “casi no había democracia en Rusia”.
Kevin estaba furioso porque casi todas las aulas de su escuela tenían un retrato de Putin.
“Nos decían constantemente que la escuela no era un lugar para hacer política. Entonces, no está bien colgar retratos y promover un culto a la personalidad de ese tipo”, dice.
Aproximadamente un año después, provocó un escándalo cuando cambió un retrato escolar de Putin por uno del líder de la oposición Alexei Navalny.
“Un profesor dijo que en la época de Stalin me habrían disparado”, recuerda Kevin, mientras que otro profesor más comprensivo, recuerda, le aconsejó que tuviera cuidado.
La escuela llamó a su madre: “La regañaron, le gritaron”, explica.
La BBC se puso en contacto con la escuela, pero no obtuvo respuesta.
Fuga frustrada
Cuando Kevin se acercaba a su último año escolar, su madre decidió que debían regresar a Alemania.
Para entonces, Rusia había invadido Ucrania y, para poder abandonar el país de forma permanente, el nombre de Kevin tenía que ser eliminado del registro militar.
Victoria fue invitada a la oficina de alistamiento para resolver el papeleo de su hijo.
Cuando llegó allí el 9 de febrero de 2023, la policía la recibió. Kevin dice que la acusaron infundadamente de insultar en público. Fue condenada a 10 días de detención, lo que significó que tuvieron que retrasar sus planes de marcharse.
Al quedarse solo, Kevin dejó de ir a la escuela. Un día se aventuró a salir unas horas y dice que cuando regresó al apartamento “las cosas estaban cambiadas de lugar”.
Cuando liberaron a Victoria, intentaron llegar a Alemania dirigiéndose al sur, a la ciudad de Sochi, que tiene un aeropuerto internacional.
Después de registrarse en un hotel, Kevin dice que salieron a tomar algo y se dio cuenta de que un hombre con una máscara médica y una sudadera con capucha los filmaba con su teléfono. En cuestión de segundos, Kevin afirma que se acercó un minibús.
“Salieron ocho o nueve agentes del FSB. Uno me agarró del brazo. Otro se acercó, mostró su identificación y dijo: ‘Se ha abierto un proceso penal contra ti en virtud del artículo 275: traición’”.
“Me quedé en shock”.
El minibús los llevó al hotel, donde recogieron su equipaje. De regreso a Maykop, los metieron en un coche sin matrícula y los llevaron a una pizzería.
“Pidieron pizza y nos ofrecieron un poco. No me esposaron ni me sujetaron. Estaba repasando todo en mi cabeza, pero no podía entender cómo había cometido traición”, dice Kevin.
Preguntó si lo encarcelarían. “No te preocupes, todo estará bien”, fue la respuesta.
Kevin recordó a un exagente del FSB, Vadim Krasikov, que cumplía cadena perpetua en Alemania por matar a un hombre en Berlín por orden del Kremlin.
Empezó a preguntarse si Rusia planeaba utilizarlo -a un ciudadano alemán- “como rehén” para recuperar a Krasikov.
“No hubo justicia”
Llegaron a la casa en mitad de la noche. Kevin me muestra el video que grabaron los agentes del FSB mientras registraban el apartamento. Encontraron un telescopio roto, un antiguo regalo de cumpleaños de su madre.
Las autoridades sospecharon que lo había utilizado para fotografiar vehículos militares desde su ventana para enviarlos a la inteligencia alemana. Le quitaron el teléfono y el portátil y encontraron fotos de la base.
Kevin admite libremente que tomó las fotos, pero dice que no tenía intención de pasárselas a nadie.
A las 03:00, Kevin fue trasladado al edificio local del FSB para ser interrogado. Como solo tenía 17 años, su madre lo acompañó. Estaba asustado.
Kevin cuenta que el abogado que le asignaron le dijo de inmediato que debía confesar para reducir la pena.
Mientras hablamos, enumera detalles del código penal ruso y utiliza términos legales para explicar por qué fue acusado injustamente. Pero, en aquel entonces, no tenía ni idea de cómo manejar la situación.
La confesión ya estaba escrita y Kevin aceptó firmarla, algo de lo que más tarde se arrepintió.
Dice que tenía miedo de que si no firmaba, las cosas “se hubieran agravado porque podrían haber empezado a presionar a mi madre”. El investigador del FSB les dijo que tenía el poder de embargar su apartamento, relata Kevin.
“El testimonio no tenía ningún sentido”, recuerda. “Fue como una partida de ajedrez, estaba claro que no había justicia”.
Como todavía era menor de edad, lo llevaron a un centro especial a dos horas en coche en Krasnodar y lo dejaron en una celda de aislamiento. Había estado despierto toda la noche, pero no pudo dormir.
“Me trajeron comida pero no pude comerla. Realmente quería ver a mi madre”.
Unos meses después, cuando cumplió 18 años, lo trasladaron a otra prisión en las afueras de Krasnodar, donde se mezcló con otros reclusos.
Kevin dice que quedó aterrorizado después de que un grupo de reclusos lo golpeara. “Me ataron las manos, me golpearon e incluso me quemaron con un cigarrillo. Me golpearon tan fuerte en el pecho que no podía respirar”.
Durante todo este tiempo, las autoridades siguieron investigándolo. Su profesor de clase testificó en su contra, afirmando que cuando habían ido a una competición académica en Moscú, Kevin había querido ir a la embajada alemana para ponerse en contacto con los agentes de inteligencia.
Kevin me cuenta que lo único que quería era conseguir un documento de identidad alemán oficial, porque había cumplido 16 años.
Un experto del Ministerio de Defensa analizó las fotos que había tomado Kevin y concluyó que no constituían un secreto de Estado, pero que, en manos extranjeras, podrían haber perjudicado a Rusia.
El expediente del FSB sobre él también incluía detalles de viajes de la infancia a Rusia, incluido uno cuando tenía dos años. Kevin dice que también descubrió que su teléfono había sido intervenido en 2021.
Condenado a cuatro años de cárcel
Diez meses después de su detención, a finales de diciembre de 2023, fue declarado culpable de traición y condenado a cuatro años de prisión en una colonia penal.
Aparte de su madre, nadie de sus conocidos de Maykop se puso en contacto con él tras su detención, pero después de que los medios de comunicación informaran de su caso, algunos desconocidos empezaron a escribirle.
“Las cartas me ayudaron mucho”, afirma. “El día de mi cumpleaños recibí 60 tarjetas. Me propuse responder a cada una de ellas”.
Las cartas y las tarjetas fueron confiscadas más tarde.
El viaje de Kevin hasta la colonia penitenciaria de Arkhangelsk duró un mes, pasando por otras cárceles. Llegó allí a finales de junio de este año. En las semanas siguientes, dice, pasó el tiempo leyendo y estudiando.
“Demasiado bueno para ser verdad”
De repente, el martes 23 de julio, un funcionario de la prisión de alto rango se le acercó y le dijo que tenía 20 minutos para “escribir urgentemente una petición” de indulto presidencial. Lo hizo inmediatamente.
Luego, el día 28, un funcionario de la prisión lo detuvo y le dijo que fuera a buscar su cepillo de dientes, su dentífrico y sus zapatillas.
“Normalmente, te dan esas cosas cuando te van a meter en la celda de castigo”, explica Kevin. Pero en lugar de eso, lo encerraron en una oficina.
A la 01:00 de la mañana del lunes 29, llegó un convoy para llevárselo.
La idea de ser intercambiado rondaba en la cabeza de Kevin, pero parecía demasiado buena para ser verdad.
Lo llevaron en avión a Moscú, donde estuvo en prisión hasta el jueves 1 de agosto, cuando lo subieron a un avión con los demás prisioneros que estaban siendo intercambiados.
Nunca le dijeron que lo iban a intercambiar, dice, pero cuando estaba en el avión rumbo a Turquía, estaba claro lo que estaba sucediendo.
Como Kevin había sospechado durante mucho tiempo, el asesino Vadim Krasikov estaba entre los que estaban siendo devueltos a Rusia.
En Alemania, después de un chequeo en el hospital, Kevin finalmente pudo saludar a su madre, que había obtenido un visado para volar desde Rusia.
“Ella se largó a llorar. Le dije que todo estaba bien, que no se preocupara, que la quería mucho”.
Madre e hijo viven ahora en Alemania y Kevin está entusiasmado con terminar la escuela.
“No tengo deseos de venganza, pero sí un deseo muy fuerte de participar en actividades de la oposición”, me dice.
Kevin todavía tiene su uniforme de prisión, guardado en una bolsa en un rincón de su habitación.
Cuando le pregunto qué era lo que más deseaba mientras lo obligaban a usarlo, simplemente responde: “Abrazar a mamá, por supuesto”.
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