Fuera del radar: otros conflictos en el mundo eclipsados por la guerra en Ucrania
Haití, Siria, Yemen y varios focos en África trazan el mapa central de las zonas azotadas en el mundo por enfrentamientos armados, hambre, represión y violencia
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PARÍS.– La guerra en Ucrania, terrible deflagración en territorio europeo, monopoliza la atención de Occidente desde hace un año, mientras otras crisis y conflictos, igual de devastadores pero más lejanas, parecen haber caído en el olvido.
Los países occidentales cayeron de las nubes descubriendo, con cada votación en Naciones Unidas, que gran parte de las naciones del sur del planeta no comparten su indignación por la guerra en Ucrania.
Para esos países, la máxima movilización de europeos y estadounidenses en favor de los ucranianos agredidos es, en efecto, la prueba de que existen dos medidas: los sufrimientos infligidos a civiles europeos son totalmente insoportables para los occidentales, que se sienten mucho menos concernidos por los idénticos horrores padecidos por las víctimas de conflictos lejanos.
“Hay, en efecto, un trasfondo de racismo: los responsables políticos se preocupan mucho más por el color blanco de la piel, que de aquellos que tienen otro color”, explica Andrew Stroehlein, director de comunicación para Europa de Human Rights Watch (HRW). “Pero también está el conocido ‘efecto kilómetro’: si la casa de mi vecino se quema, me preocupará más que si se incendia un edificio al otro lado de la ciudad. Y, por último, el hecho de que sea Rusia, potencia nuclear, quien comete la agresión contra Ucrania, refuerza la amplitud de la amenaza”, agrega.
Pero, sean cuales fueren las razones, la masiva ayuda a Ucrania demuestra que, cuando existe una verdadera voluntad política, los Estados son capaces de encontrar los medios para actuar, aun cuando sea difícil hacer frente a una multitud de crisis mayores y simultáneas.
Lo que sucede en Haití se aparenta a una guerra que no dice su nombre. “Una guerra contra la población, con un alto nivel de secuestros, violaciones sistemáticas y homicidios, que no cesan de aumentar”, afirma Fréderic Thomas, director de estudios del CETRI.
A fines de enero, la representante especial del secretario general de la ONU para Haití, Helen Lime, explicaba que la violencia de las bandas alcanzó el año pasado “niveles jamás vistos en décadas”: 1359 secuestros, el doble que en 2021. Y por lo menos 2183 “asesinatos deliberados de hombres, mujeres y niños por francotiradores en los techos, así como violaciones de mujeres y niños de apenas diez años”, como táctica para provocar miedo y destruir el tejido social de las comunidades controladas por bandas rivales.
Esos grupos controlan más de 60% del territorio nacional y actúan con total impunidad. Factor agravante: la población ha dejado de confiar en la policía o las instituciones, impotentes y a veces cómplices de las bandas armadas.
Resultado: más de 2,6 millones de niños carecen de alimentos, agua potable, atención médica y seguridad. En ese país agrícola, 4,7 millones de personas (sobre un total de 11,5 millones) sufren de malnutrición, porque la inseguridad y los cortes de rutas impiden a los campesinos el acceso a sus campos y a los mercados urbanos, donde deberían vender sus productos.
Alerta en África
Un telón de silencio acaba de caer sobre países como Malí y Burkina Faso, donde las informaciones son cada vez más escasas. Aún más desde que las fuerzas francesas, desplegadas en esos países en virtud de acuerdos bilaterales de protección, para oponerse al avance de los grupos islamo-terroristas, se retiraron por pedido de las autoridades.
En Chad, hay todavía 3000 militares franceses. Lo mismo en Níger, cuyo uranio hace funcionar las centrales nucleares francesas. La hostilidad manifiesta contra Francia se debe sin duda al recuerdo de un pasado colonial, pero también es alentada por los “nuevos amigos” de los países del Sahel, el grupo ruso Wagner. Y si bien sus mercenarios tratan de oponerse al avance de los jihadistas afiliados a Al-Qaeda, otra guerra existe a través de las redes sociales, contra Francia y Europa en su conjunto.
En 2021, Amnistía Internacional denunció arribos de armas a la región. La ONG de defensa de derechos humanos repite desde entonces que el Sahel se caracteriza por permanentes masacres de civiles imputables a los grupos armados, y por más de un millón de personas desplazadas. Asimismo, la guerra en Ucrania exacerba la degradación de la situación alimentaria en los países del sur de esa región. Según la ONU, la crisis afecta a 18,6 millones de personas, dos de ellas en estado crítico. Esa situación explica en gran parte los éxodos masivos hacia Europa.
Hace casi 12 años que Siria padece una feroz guerra civil. Si bien los crímenes cometidos contra la población, las imágenes de violencia y las brutales acciones de rusos, fuerzas militares sirias y jihadistas del Estado Islámico habían conseguido llamar la atención, la balcanización del país y la cristalización del conflicto diluyeron la indignación. Sin embargo, los combates y las exacciones persisten.
“En 2022, los civiles vivieron otro año de graves abusos y dificultades perpetradas por el gobierno y otros actores del conflicto, y potenciados por la peor crisis económica y humanitaria de conoció el país desde que comenzó la guerra en 2011″, indica el informe anual de HRW.
En los últimos meses, los ataques aéreos turcos en el norte y noreste sirio contra la población kurda se multiplicaron, mientras que el Estado Islámico es responsable de una persistente insurrección en el centro y el noreste sirio. Como si fuera poco, tras el histórico terremoto que golpeó el noreste hace casi un mes, la ayuda humanitaria tiene enormes dificultades para llegar.
Desde 2014, Yemen es víctima de una guerra lanzada por potencias regionales. En ese país del Golfo Pérsico, los rebeldes hutíes, apoyados por Irán, se enfrentaron al gobierno yemenita y a una coalición dirigida por Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, apoyada por Estados Unidos.
Por primera vez en ocho años de guerra feroz, en abril fue concluido un cese del fuego bajo la égida de Naciones Unidas. No obstante, según el International Crisis Group, se trata de “una guerra en estado de pausa”.
Unos 20 millones de yemenitas padecen la falta de una alimentación adecuada, de asistencia médica y de infraestructuras. La destrucción sistemática de escuelas y hospitales tiene como principales víctimas fatales a los niños.
Black out informativo
Lo que sucede en Birmania se parece mucho a los crímenes cometidos en Ucrania. La diferencia es que, si bien en Ucrania la situación ha sido perfectamente documentada, en Birmania, “después del golpe de Estado del 1° de febrero de 2021, la junta cortó todas las comunicaciones”, afirma Manny Maung, de HRW.
Según el informe 2023 de la organización, la junta es responsable de crímenes de guerra y contra la humanidad.
“Las fuerzas de seguridad estuvieron implicadas en masacres, arrestos y detenciones arbitrarias, actos de tortura, violencias sexuales y ataques contra civiles en las zonas de conflicto. La junta también impidió el envío de ayuda humanitaria a las comunidades más expuestas”, anota la ONG.
La Asociación de Asistencia a los Prisioneros Políticos birmanos afirma que 19.969 personas fueron detenidas, 16.108 lo siguen estando, y al menos 3075 civiles fueron asesinados por los militares, entre ellos 295 niños. Según la ONU, la violencia extrema empujó a por lo menos 1,5 millones de personas a huir de sus hogares, y el número de quienes necesitan ayuda humanitaria pasó de un millón antes del golpe de Estado a 17,6 millones este año.
Probablemente sea la peor crisis que escapó a los radares del planeta. Más de dos años de guerra civil acoplados a la restricción de acceso a las ONG, provocaron un desastre humanitario: después de perder todo, privados de asistencia, centenares de miles de miembros del pueblo Tigray, probablemente medio millón, murieron, y otros dos millones tuvieron que huir.
La tragedia comenzó en noviembre de 2020, cuando el primer ministro etíope Abiy Ahmed —premio Nobel de la Paz 2019—, lanzó una operación militar en la región de Tigray, una zona montañosa del norte del país. Su objetivo era neutralizar los líderes locales del partido en el poder, el Frente Popular de Liberación del Tigray (FLPT), que desafiaban su autoridad. La ofensiva oficial, apoyada por las fuerzas armadas de la vecina Eritrea, fue de una extrema brutalidad. Los soldados regulares pillaron y destruyeron hospitales y escuelas, masacraron y violaron cantidad de civiles.
Tras un acuerdo de paz, los rebeldes tigray comenzaron su desarme el 10 de enero. Pero hubo que esperar hasta fines de ese mes para que las tropas eritreas, de siniestra reputación, comenzaran a retirarse.
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