Guerra en Medio Oriente | El trauma y el pesimismo de los israelíes se mantienen inalterables: “Lo peor es que perdimos la esperanza en el futuro”
A casi cuatro meses del ataque del grupo terrorista Hamas, una psiquiatra analiza el “trauma nacional” al que fueron sometidos en Israel y explica que esta catástrofe podría durar años ya que han perdido la esperanza
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TEL AVIV.- Pasaron ya casi cuatro meses desde el siete de octubre, el día en el que los israelíes de repente se descubrieron vulnerables ante el inesperado y brutal asalto del grupo terroristas Hamas -1200 israelíes fueron masacrados y otros 200, capturados-, y el shock, el trauma nacional, sigue intacto. Pasaron 121 días, la guerra en Gaza en represalia a ese 11 de Septiembre israelí, continúa, con pavorosa destrucción y un saldo terrible de muertos civiles -más de 27.000, según fuentes palestinas-, hay otro frente abierto en el norte donde los cruces con Hezbollah son diarios, otro en Cisjordania y reina un enorme pesimismo tanto en el corto como en el largo plazo. Hay escepticismo tanto ante las noticias de un acuerdo para una tregua o pausa humanitaria que permitiría la liberación, en etapas, de los 136 rehenes aún en manos de los terroristas de Hamas -que de darse podría significar la caída del gobierno de Benjamin Netanyahu, rehén de sus aliados de extrema derecha-, así como ante el futuro de Israel, cuya existencia nunca fue vista tan amenazada como ahora.
“El 7-10 se rompió para siempre la sensación de seguridad, el mito de la invencibilidad de Israel, de la fortaleza inexpugnable y van a hacer falta años para que podamos superar el trauma nacional. Pasaron casi cuatro meses, pero los israelíes no tuvimos tiempo de asimilar lo que pasó el 7-10, que fue un shock, otro Holocausto”, dice a LA NACION Yael Livneh Faingezicht, psicoterapeuta especializada en ayudar a las personas, especialmente mujeres y niños, a enfrentar problemas psicológicos y emocionales, a través del arte, el juego, el agua.
“Lo que pasó fue tan inimaginable y tremendo, que no sólo los afectados directamente, familiares de asesinados o secuestrados, están muy heridos, sino todos: toda la sociedad, todo el país. Hoy, en Israel, ninguna madre puede dormir serenamente, la gente ya no puede dormir bien, tiene pesadillas. Hay trastornos de sueño, trastornos alimentarios, trastornos psicológicos, gran ansiedad, stress, angustia… Es, definitivamente, un trauma nacional y va a durar años”, asegura Faingezicht.
Casada, madre de cuatro varones de entre 17 y 28 años, Faingezicht cuenta que, como la mayoría de los israelíes, después del espanto del 7 de octubre sintió que tenía que hacer algo, movilizarse, salir a ayudar. El 9 de octubre ya se encontraba en un hotel de la localidad de Eilat donde llegaron los sobrevivientes del ataque. Centenares de familias evacuadas de kibutz, comunidades y ciudades del sur que rodean Gaza, que había sido asaltadas a sangre y fuego por Hamas.
“Al principio era tal el shock que nadie sabía cómo moverse. Yo viajé muchas veces luego de catástrofes a países de África, pero enseguida entendimos que nunca habíamos tenido algo así, que todo lo que sabíamos antes sobre trauma no servía. Esto era distinto, horrible, inimaginable. Y creamos un sistema de primera emergencia especial: muchos tenían que ser tratados enseguida, o corrían el riesgo de quedar de por vida con trastorno de estrés post traumático (PTSD). Había miles de personas que tenían muchos síntomas y rompimos todas las reglas que conocíamos para construir un nuevo sistema, que luego replicamos en otros 8 hoteles de evacuados”, relata.
Allí, en amplios salones, crearon espacios para que quienes quisieran acercarse, familias enteras, madre con niños, ancianos, pudieran hacerlo, pero sin exigir ni presionar a nadie. Pusieron sillones cómodos, biombos, juguetes terapéuticos y les hicieron saber a los sobrevivientes que, si querían, podían ir e iban a tener ayuda. “Muchos habían perdido su casa, incendiada en el asalto, habían perdido familiares o estado más de 30 horas en un refugio, muchos habían sido testigos de situaciones horrendas, que no pueden siquiera ser expresadas con palabras. Hay procedimientos para estos casos para tratar a los traumatizados, pero otro problema es que muchos no querían hablar. ¿Por qué? Porque habían perdido confianza, seguridad, porque sentían que habían sido abandonados porque nadie pudo ir a ayudarlos y porque el ejército llegó tarde”, precisa. “Hubo que construir un proceso de confianza y también nos dimos cuenta de que en estas situaciones tampoco se pueden exigir detalles porque el trauma puede ser aún mayor en ese caso y hasta puede haber suicidios. Había que actuar rápidamente, pero con extremo cuidado”, agrega.
Poco a poco, los sobrevivientes se fueron acercando, madres fueron soltándose llegando junto a sus niños que tampoco querían separarse de ellas y, a través de terapias de juego, comenzaron a sacar afuera el espanto. “Fue muy fuerte, nunca en mi vida escuché historias tan parecidas a las del Holocausto”, evoca Yael, mostrando videos, dibujos, plastilinas y demás obras realizadas por niños que fueron testigos de cosas imborrables.
Ahora, a cuatro meses del 7-10, ya se han cerrado estos primeros centros de emergencia. Pero Yael, de 54 años, sigue tapada de trabajo en su clínica de Zichron-Yacov, a 70 kilómetros al norte de esta ciudad. “Al margen que también nosotros, los psicoterapeutas, también estamos heridos con el trauma secundario, todos los días recibo madres que están muy mal. Una paciente, por ejemplo, es la mujer de un alto oficial de una base militar que está cerca de Gaza, que el 7-10 justo había ido con sus chicos a visitarlo por la festividad, que cada vez que oye el ruido de una puerta que se cierra o de un trueno, entra en pánico”, cuenta. “El shock en Israel es el mismo que hace cuatro meses. Hay una guerra que nadie sabe cuándo termina, que puede durar años y la gente está desesperanzada. Lo único que quiere son cosas simples: seguridad, tener una casa, tranquilidad para sus hijos, sus perros, nada más que eso… Pero hay 150.000 personas que debieron irse desde sus comunidades del sur destrozadas o bajo amenaza y del norte, en la frontera con el Líbano, sin casas, que aún viven en hoteles o como refugiados en alguna parte, cuyos hijos no pueden ir a la escuela y muchos adolescentes están bajo riesgo. Por eso los trastornos son muchos, de sueño, de comida, de stress, de ansiedad”, insiste.
Fiel reflejo del trauma y de la sensación de inseguridad que dejó en la población el 7-10, su marido, Moshe Faingezicht, oficial de policía ya retirado, desde ese día integra un cuerpo de voluntarios que todas las noches, por turnos, hace rondas para vigilar que no haya ninguna infiltración terrorista en el “moshav” en el que viven, en Bat-Shlomo. “Hay que cuidarse, estamos sobreviviendo, nuestra existencia está en peligro y hará falta tiempo para que toda esta situación inimaginable hace seis meses, cuando estábamos protestando por una reforma judicial, termine”, dice Moshe, sin ocultar su preocupación y pesimismo. “Todas las mañanas ahora uno se despierta y mira en el teléfono los nombres de los soldados del ejército caídos en Gaza. A la gente no le interesa cuántos terroristas fueron eliminados, sino cuántos soldados han muerto”, lamenta. “Todas las familias de Israel están pagando un precio muy alto, todas las familias tienen un secuestrado, un soldado o familiar muerto, porque es un país muy chico. Y si no te pasó algo a vos, le pasó al vecino o a tu amigo”, dice. “Aunque lo peor es que perdimos la esperanza en el futuro, en la paz. Mi mujer y yo crecimos con la guerra de los Seis Días (1967), la de Yom Kippur (1973) y en los cumpleaños solíamos festejar diciendo que al crecer ya no iba a haber más guerra… Pero ahora ya no podemos decir eso”, agrega.
Respecto de las noticias de una posible tregua o pausa humanitaria impulsada por Estados Unidos, Egipto y Qatar, Moshe es escéptico. “Nadie entiende bien qué está pasando, seguimos las noticias, pero hasta que no haya un anuncio claro, nada es realista”, opina, al pronosticar, por otro lado, que “si termina la guerra en Gaza, comenzará otra, pero en la frontera norte”. “¿Pero qué opciones tenemos, con vecinos que quieren destruirnos?”, se pregunta.
“Los ancianos están devastados”, agrega Yael, completando un panorama muy duro. “Mi mamá, que tiene 75 años y siempre creyó en la paz, no puede creer lo que está ocurriendo. Por otro lado, yo también me pregunto ¿qué paz podés prometerles a tus hijos si vivís acá? Es difícil que ellos armen una familia, tengan a su vez hijos, sabiendo que probablemente deberán ir a combatir y que algún día también les podrá tocar pagar el precio. Es un círculo vicioso”, deplora. Y, suspirando, termina evocando una famosa frase de Golda Meir, cuarta primera ministra de Israel y primera mujer en este país y tercera en el mundo en llegar a tan alto cargo: “la paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”.
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