Frente al muro, sorpresa, alegría y una coreografía de guerra
Cuando el Papa se acercó a la barrera, Belén estalló en júbilo; la seguridad, extrema
BELÉN.- "Lo sé, tengo muy claro lo que está pasando acá." Francisco interrumpió a un funcionario palestino que intentaba contarle qué significa esa mole zigzagueante de hormigón a la que se acercaba el papamóvil, en el camino a la iglesia de la Natividad.
Pidió al conductor que se detuviera y se bajó. Entre chicos de un barrio de refugiados que se apiñaban para saludarlo, el Papa caminó despacio hasta el Muro de Separación . En lo alto de una torre de control, soldados israelíes lo enfocaban con los binoculares. Posó la mano en un bloque con la inscripción Free Palestine y se quedó unos segundos eternos. Después acercó la frente a la pared. Se giró y volvió al auto.
Sin hablar, el Papa acababa de impactar al mundo con un gesto que sólo podía interpretarse como señal de la angustia que le causa esa barrera militarizada que construye desde hace años Israel en territorios palestinos con la intención declarada de prevenir atentados suicidas.
En la Plaza del Pesebre, a un costado de la iglesia de la Natividad, unas 9000 personas estallaron en aplausos cuando vieron la escena fuera de protocolo delante de aquel símbolo de la desmesura a la que puede llegar el conflicto que nubla estas tierras.
"¡El papa Francisco está en Palestina!", gritó un locutor que desde el amanecer arengaba a los fieles en la plaza donde el Papa daría la misa de domingo.
Desde el minarete de la mezquita que domina el terreno, un francotirador del ejército palestino miraba tenísticamente de izquierda a derecha. Militares con ametralladoras se desplegaban en todos los edificios que rodean la plaza.
El contraste impactaba. Miles de personas saltando y cantando, tirando fotos al aire, mientras en segundo plano se desplegaba la coreografía de una guerra. El papamóvil se acercaba por una avenida de veredas angostas en las que miles de peregrinos lo veían pasar.
En la plaza crecía la ansiedad. "Es demasiado fuerte. Es algo único, sobre todo por lo difícil que está la situación para los cristianos en Tierra Santa", dijo Adriana, una argentina que estudia en Jerusalén.
A su lado pasaba un centenar de mujeres filipinas con camisetas de Francisco. Eran inmigrantes que llegaron desde distintos puntos de Israel. Detrás, dos monjes chinos enfocaban con un smartphone al altar: querían fotografiar el curioso telón de fondo, un dibujo del niño Jesús en el pesebre y los papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI caminando hacia él como si fueran los Reyes Magos.
"Es un sueño ver a Francisco. Este hombre sí puede ayudarnos. Viste lo que hizo en el muro. ¡Estamos hartos de la segregación y la violencia!", se emocionó Said Bajal, un palestino que integra la menguante comunidad cristiana de Belén.
"¡Israel tiene que escuchar!", celebró Moses, que llegó desde Gaza. Las tarjetas que permitían pasar los vallados de seguridad y entrar en la plaza se repartían a cuentagotas entre las parroquias cristianas de los territorios palestinos e Israel.
De repente, el coro árabe hizo silencio. Gritos, aplausos... y por una esquina de la plaza surgió el auto abierto sin blindar con Francisco de pie. Debía parar delante del altar. Pero no. El papamóvil encaró por un camino formado por las vallas y cruzó por el medio de la plaza.
Frente a la cuna de Cristo, el Papa dedicó la homilía a los niños, en busca de una parábola para transmitir su mensaje de paz. Sobre el final, cuando el calor del desierto ya había convencido a muchos de irse en busca de sombra, Francisco lanzó su propuesta de mediación entre israelíes y palestinos. Se fue entre una ovación. Un baño de masas a pequeña escala.
Me voy con la esperanza de que esta vez podemos alcanzar la paz", susurraba James Yusuff, un religioso canadiense que vive en Jerusalén. De barba y pelo largo, iba vestido con una túnica y con un celular en la mano izquierda, como un Cristo posmoderno. No perdía la ilusión de estrecharle la mano a Francisco antes de que deje Tierra Santa.
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