Frenar la insurrección, la prioridad del minuto uno de la era Biden
WASHINGTON.- Aún en sus últimos días, el presidente Donald Trump sigue acaparando el escenario con sus despotriques y mentiras sediciosas, pero es hora de volcar nuestra atención hacia el nuevo gobierno que asumirá el poder en menos de una semana.¿Qué clase de equipo armó el presidente electo Joe Biden? ¿Cómo espera enfrentar la severa crisis que atraviesa Estados Unidos?
Biden es un hombre tranquilizadoramente directo, pero le espera un mandato complicado. Su presidencia tendrá que restaurar el orden y la normalidad después de esa montaña rusa maníaca que fue la era Trump, coronada por una abierta insurrección en la capital del país. Pero la tarea de Biden también será impulsar cambios en otros grandes temas: recuperar la salud y el crecimiento económicos después de una devastadora pandemia, tomar acciones concretas en términos de justicia racial y económica, y contribuir a frenar el cambio climático.
En los últimos días, conversé con algunos de los máximos colaboradores de Biden que se preparan para asumir sus cargos. Los asesores del presidente electo creen que el nuevo gobierno puede arrancar a toda marcha, con más funcionarios nombrados el día de la asunción que los que tuvo Barack Obama en su día 100 de gobierno. Pero ahora que el FBI está haciendo circular alertas sobre protestas armadas en todo el país, es posible que el día de la asunción termine pareciéndose más al Día D que a la tradicional caminata presidencial por la Avenida Pennsylvania.
Cuando Biden asuma su cargo, enfrentará esta paradoja: el nuevo presidente y su círculo íntimo son expertos en política exterior, pero los problemas más acuciantes del país son de orden interno. En 2021 se impone una obvia agenda de gobierno: frenar el Covid-19, reconstruir la economía y desbaratar la insurgencia terrorista doméstica. Pero Biden y su equipo tendrán que implementar de inmediato sus políticas de rescate usando la destartalada maquinaria de un gobierno federal disfuncional y dividido.
La centralidad de la política doméstica quedó en evidencia desde noviembre con la insistencia de Jake Sullivan, futuro asesor de seguridad nacional del presidente, para encabezar el Consejo Económico Nacional (NEC). Sullivan había ayudado a Biden a redactar el plan de recuperación nacional "Build Back Better" ("reconstruir mejor"), y quería estar a cargo de su implementación. Pero cuando Biden sondeó Brian Deese, exbanquero y exasesor de Obama, para encabezar el NEC, Sullivan optó por el terreno más conocido de la política exterior.
Al menos durante el primer año, Sullivan y sus colegas planean tratar la política interior y exterior como si fueran intercambiables. El lema de Biden, "Política exterior para la clase media", puede sonar a retórica vacía, pero el presidente electo planea impulsar su propia versión de "Primero Estados Unidos", evaluando los problemas comerciales, fiscales y de balanza de pagos sin perder de vista sus consecuencias sobre el empleo y la prosperidad en Estados Unidos.
El tema crucial del día uno de gobierno será contener la insurrección interna que estalló con furia inesperada el pasado miércoles. Y en ese sentido, Biden arranca con algunas manos experimentadas: planea mantener a Christopher A. Wray como director del FBI. Su fiscal general, Merrick Garland, dirigió la investigación del Departamento de Justicia del Atentado de Oklahoma de 1995, donde murieron 168 personas.
Mientras observan las imágenes de los insurgentes en el Capitolio, Biden y sus colaboradores deberían preguntarse: ¿Cuál de estas caras será el futuro Timothy McVeigh, el terrorista de Oklahoma City? ¿Quiénes son los líderes de este asalto a los Estados Unidos, y quiénes son simplemente espectadores o potenciales fanáticos?
Toda administración comienza con desequilibrios y posibles puntos de fricción, y eso también es cierto en el caso de esta nueva Casa Blanca. Biden encontrará en Ronald A. Klain a un jefe de gabinete experimentado, que ya ha sido su asesor cercano durante más de 30 años. Y tendrá un equipo de política exterior inusualmente fuerte bajo el mando de Sullivan, incluido el máximo conocedor de Asia, Kurt Campbell, y el director para Medio Oriente, Brett McGurk.
Una Casa Blanca fuerte implica coordinación de políticas y una dirección estratégica desde el centro, y la posible frustración en las dependencias del gabinete encargadas de implementar esas políticas. Antony Blinken, elegido por Biden como secretario de Estado y tal vez su colaborador más cercano, no tendrá problemas para lograr la atención del jefe, pero los subsecretarios de Estado tal vez no la tengan fácil.
Después, está el tema de la relación de Biden con un Partido Demócrata fragmentado. Algunos de los nombrados en su gabinete hicieron campaña en su contra. Pero su círculo íntimo –Klain, Sullivan, Blinken y la jefa de política interior, Susan E. Rice–, ven el mundo en los mismos términos centristas que Biden. Y así es como debe ser: el partido tuvo la oportunidad de elegir como candidato a un progresista, pero no lo hizo. Eligió a un centrista, y Biden debería gobernar como tal, por más que cada tanto lo abucheen desde la izquierda.
El 20 de enero, el centro de atención será el propio Biden. Sucederá a un presidente temerario cuyas últimas semanas en el poder equivalen a un atentado a la república. La cordura, la amabilidad y el buen genio de Biden, que no tiene una pizca de matón, seguramente ayuden, pero no serán suficientes.
Para juntar los pedazos de este país tan confundido hará falta verdadera grandeza en el liderazgo. El querible Biden podría tener esa cualidad, y ya vimos destellos de eso durante la crisis la semana pasada. Pero la verdadera prueba ni siquiera empezó.
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)
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