Fratelli tutti, un mensaje complejo que busca crear puentes y defender derechos sociales
El llamado a la fraternidad universal, con las distintas voces y los diferentes acentos según los tiempos, fue en el último siglo y medio un tema recurrente en la predicación papal. Forma parte del mensaje evangélico y es, por lo tanto, clave en su misión apostólica. Quizá Juan XXIII, "el papa bueno", como lo designó la gente, fue acaso la figura más representativa de esta labor espiritual y humana que alcanzó a hombres y mujeres de gran parte del mundo.
Hoy retoma en parte ese espacio Jorge Bergoglio, y lo hace con el eco de la histórica súplica de Pablo VI ante las Naciones Unidas en la festividad de san Francisco en 1965. "¡Nunca jamás guerra! Es la paz la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad", clamó en francés. Giovanni Battista Montini fue el pontífice que marcó el siglo XX y el primero que se abrió a un diálogo con la cultura contemporánea, admitiendo muchos errores cometidos por la Iglesia en su historia. El Concilio Vaticano II, el gran acontecimiento eclesial de la Modernidad y que abrió un camino irreversible, lleva su sello.
La nueva encíclica de Francisco, firmada en la seráfica ciudad umbra de Asís, con toda su enorme carga simbólica, se manifiesta en favor de todos los seres humanos, en particular de quienes más sufren por la pobreza, la enfermedad, las migraciones, el racismo, la falta de justicia, la trata de mujeres, el olvido de las personas mayores y el abandono de los chicos... En muchos aspectos prosigue la línea del documento firmado en Abu Dhabi el año pasado. El respeto por otros cultos y su diálogo ecuménico e interreligioso es constante en el ministerio de Bergoglio. Y sobre la pobreza tiene frente a sus ojos también el trágico deterioro argentino. Sus aspiraciones a una mejor política, no pueden desconocer nuestra triste realidad local.
Fratelli tutti conforma un mensaje complejo que apunta a crear puentes y defender los derechos humanos y la justicia social en todo el planeta. El tono es ciertamente el de un ideal, y hasta podrían algunos considerarlo ingenuo: "Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a las diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras". Una humildad que se expresa con inusitada fuerza y con pretendida autoridad; en este sentido, más al estilo de Juan Pablo II que al de otros predecesores. A contrapelo de muchas opiniones, define a la política como una de las formas más altas de la caridad, porque su vocación es buscar el bien común. Tema polémico para gran parte de la opinión pública. Sin embargo, es oportuno leer el texto completo con sosiego y sin demasiados prejuicios.
Claro que, así como la figura de Francisco es ampliamente apreciada en numerosos países, en el nuestro suscita no pocas controversias por su manera de pensar la sociedad, de implantar sus palabras en temas tan específicos como la economía o las ciencias sociales, sus innegables simpatías por el peronismo (a pesar de haber sufrido personalmente las arremetidas del matrimonio Kirchner en otros años, cuando era el arzobispo de Buenos Aires). La intromisión en temas internos y muchos de quienes se declaran sus emisarios (nunca claramente desmentidos por Roma), el silencio obediente de gran parte de los prelados argentinos, sus idas y venidas con la probable visita a la Argentina, ayudan a crear un marcado inconformismo y cierto desconcierto en no pocos conciudadanos, incluso de su feligresía.
El actual papa enfrenta al liberalismo, muchas veces, con las categorías monárquicas de un siglo atrás. No es igualmente tajante con el socialismo comunista, otra de las preocupaciones que la Iglesia atacó con particular vehemencia en el pasado.
A ello cabe agregar que no se aprecian, desde una observación externa, sus prometidas políticas de rigor ante tantos escándalos en la Iglesia y sobre la siempre sombría economía vaticana. No se puede dudar de su proverbial austeridad, de su cercanía con el pueblo humilde desde siempre, de su sinceridad más allá de los aciertos y los errores. Por otra parte, Bergoglio propone una Iglesia en salida y una mayor colegialidad, lo cual refleja su inteligente percepción del momento de la institución que le toca conducir. Claro que lo hace muchas veces con gesto autoritario, de manera extremadamente personalista, adoptando medidas inconsultas y sin llegar a construir una conducción de conjunto, de comunión respetuosa de las diferencias. Como si el diálogo, que él entiende como cifra de toda la vida social, no fuera un hábito tan ejercitado cuando encuentra contrariedades. Donde se asoman las mayores dificultades para entenderse con él es cuando afronta con inusitada convicción ideas más propias de los años 60 que no del mundo actual. Ese desfase se advierte también en lo estrictamente cultural.
Ciertamente con esta carta encíclica, como con la anterior sobre la "casa común", gana la simpatía de las generaciones jóvenes, a las que querría convocar nuevamente en la vida religiosa, hoy tan desdibujada.
El autor es director de la revista Criterio
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