Francisco denunció la existencia de “demonios educados” en la curia romana
En su tradicional saludo de felicitaciones navideñas a los miembros de la administración central de la Iglesia, el Papa lanzó un fuerte llamado a la conversión y a deponer las armas de la “violencia escondida de las habladurías”.
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ROMA.- En su tradicional discurso de felicitaciones navideñas a la curia romana, un evento que todos los años es puesto bajo la lupa de los vaticanistas, el papa Francisco hizo hoy un fuerte llamado a la conversión, denunció la existencia de “demonios educados” y pidió “deponer” las armas que pueden ser “la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia escondida de las habladurías”.
“Nos asecha el ‘demonio educado’, que no llega haciendo ruido sino trayendo flores”, alertó el Papa, que en ocasiones anteriores había sorprendido a los cardenales y obispos de la curia al hacer una lista de enfermedades, remedios y resistencias en el seno de la administración central de la Iglesia Católica.
En un año marcado por la implementación de la Constitución Apostólica “Predicad del Evangelio”, que reformó drásticamente la curia romana y que creó resquemores en ciertos sectores, Francisco recordó que la conversión “nunca es un discurso acabado”.
“Creer que hemos aprendido todo nos hace caer en la soberbia espiritual”, subrayó, en un largo discurso que pronunció en el Aula de las Bendiciones del Palacio Apostólico, decorada para la ocasión con dos magníficos árboles de Navidad. Aunque llegó en silla ruedas hasta el comienzo del salón, caminó luego varios metros hasta su trono, en medio de aplausos, demostrando que está mucho mejor de su problema en la rodilla derecha.
Itinerario
Francisco recordó que este año se celebraron los 60 años de la apertura del Concilio Vaticano II (1962-65), que definió una gran ocasión de conversión para toda la Iglesia, una oportunidad de comprender mejor el Evangelio y un “itinerario que no ha concluido en absoluto”.
“La actual reflexión sobre la sinodalidad de la Iglesia nace precisamente de la convicción de que el itinerario de comprensión del mensaje de Cristo no tiene fin y continuamente nos desafía”, dijo. “Lo contrario a la conversión es el fijismo, es decir, la convicción oculta de no necesitar ninguna comprensión mayor del Evangelio. Es el error de querer cristalizar el mensaje de Jesús en una única forma válida siempre. En cambio, la forma debe poder cambiar para que la sustancia siga siendo siempre la misma”, explicó.
Destacó luego que el verdadero problema es que “la conversión no sólo nos hace caer en la cuenta del mal para hacernos elegir nuevamente el bien, sino que al mismo tiempo impulsa al mal a evolucionar, a volverse cada vez más insidioso, a enmascararse de manera nueva para que nos cueste reconocerlo”. “Es una verdadera lucha”, sentenció.
En este contexto, indicó que “la simple denuncia” del mal puede hacernos creer que hemos resuelto el problema. “Pero en realidad lo importante es hacer cambios, de manera que no nos dejemos aprisionar más por las lógicas del mal, que muy a menudo son lógicas mundanas”, afirmó. En este sentido, una de las virtudes más útiles que se ha de practicar es la de la vigilancia”, recomendó.
Aunque subrayó que es ingenuo pensar que el mal pueda permanecer alejado por largo tiempo. “En realidad, poco después se nos vuelve a presentar bajo una nueva apariencia. Si antes aparecía vulgar y violento, ahora en cambio se comporta de manera más elegante y educada. Entonces necesitamos reconocerlo y desenmascararlo una vez más. Son los ‘demonios educados’, entran con educación, sin que uno se dé cuenta”, advirtió.
Y fue más allá. “La mayor atención que debemos prestar en este momento de nuestra existencia es al hecho de que formalmente nuestra vida actual transcurre en casa, tras los muros de la institución, al servicio de la Santa Sede, en el corazón del cuerpo eclesial; y justamente por esto podríamos caer en la tentación de pensar que estamos seguros, que somos mejores, que ya no nos tenemos que convertir”, dijo. “Nosotros corremos mayor peligro que todos los demás, porque nos asecha el ‘demonio educado’, que no llega haciendo ruido sino trayendo flores”, planteó.
Cultura de la paz
Al hablar, finalmente, de la paz y de la “martirizada” Ucrania, recordó que “la cultura de la paz no sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino que comienza en el corazón de cada uno de nosotros”. “Mientras sufrimos por los estragos que causan las guerras y la violencia, podemos y debemos dar nuestra contribución en favor de la paz tratando de extirpar de nuestro corazón toda raíz de odio y resentimiento respecto a los hermanos y las hermanas que viven junto a nosotros”, afirmó.
Quizás consciente de que también en la curia a veces no reina un clima pacífico, luego de recordar un pasaje del Evangelio, indicó: “Podemos preguntarnos: ¿cuánta amargura hay en nuestro corazón? ¿Qué es lo que la alimenta? ¿Qué es lo que causa la ira que muy a menudo crea distancias entre nosotros y alimenta rabia y resentimiento? ¿Por qué los insultos, en cualquiera de sus formas, se vuelven el único modo que tenemos para hablar de la realidad? Si es verdad que queremos que el clamor de la guerra cese dando lugar a la paz, entonces que cada uno comience desde sí mismo”, observó.
Citando a San Pablo, destacó luego que son la benevolencia, la misericordia y el perdón la medicina para construir la paz. “La benevolencia es elegir siempre la modalidad del bien para relacionarnos entre nosotros. No existe sólo la violencia de las armas; existe la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia escondida de las habladurías”, recordó. “Ante el Príncipe de la Paz, que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo. Que ninguno saque provecho de la propia posición o del propio rol para mortificar al otro”, pidió.
“La misericordia también es aceptar que el otro pueda tener sus límites. Incluso en este caso, es justo admitir que personas e instituciones, precisamente porque son humanas, son también limitadas”, agregó. Y concluyó subrayando la importancia del perdón, que “significa conceder siempre otra oportunidad, es decir, comprender que uno se hace santo a base de intentos”.
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