Quién es Eric Zemmour, el periodista de extrema derecha que anunció su candidatura a la presidencia en Francia
El famoso polemista se lanzó a la carrera con un discurso con tintes apocalípticos; en Francia lo comparan con Trump, a quien él admira
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PARÍS.– Las primeras escaramuzas con miras a la próxima elección presidencial, comenzaron en Francia a mediados de septiembre con algunos líderes partidarios que confirmaron sus candidaturas. Pero Eric Zemmour se quedó con el show. Ese experiodista de prensa y televisión, polemista de extrema derecha, admirador de Donald Trump, cuyas dos obsesiones son la inmigración y el creciente poder de las mujeres, esperó durante meses y finalmente hoy anunció que se suma a la pelea por llegar al Elíseo.
Zemmour lanzó su candidatura a través de un video con un discurso de tintes apocalípticos y nostálgicos. “He decidido tomar nuestro destino en mano” para “salvar al país del trágico destino que le espera”, aseguró y denunció la migración, el islam y los “poderosos”. “Por eso he decidido presentarme a la elección”, expresó. Esta noche, a las 20 hora local, dará su primera entrevista televisiva como candidato y se espera que dé a conocer algunas de sus propuestas.
Será justo antes de que los cinco presidenciables del partido de derecha tradicional Los Republicanos participen en su último debate en la televisión pública France 2.
J'ai un message pour vous.
— Eric Zemmour (@ZemmourEric) November 30, 2021
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“Peligro de muerte”
El 28 de agosto, para su primer desplazamiento al sur de Francia como candidato (no declarado) a la elección presidencial de 2022, Eric Zemmour se libró a una de sus provocaciones preferidas, que aseguran su popularidad ante miles de desorientados, de nostálgicos de una Francia del siglo pasado y de fanáticos de extrema derecha.
“Francia está en peligro de muerte. En 2050 la mitad del país estará islamizado. En 2100 seremos una república islámica”, lanzó.
Todo lo que dice es falso. En 2017 el muy respetado Pew Research Center, considerado como referencia en materia de demografía religiosa, evaluó entre 12,7% y 18% la parte de musulmanes en la población francesa en 2050.
¿Qué importa? El polemista sabe que sus declaraciones serán repetidas al infinito por las cadenas de información y se diseminarán como un reguero de pólvora en las redes sociales: un Zemmour de pura cepa. El periodista xenófobo y de extrema derecha, cultivado y excelente orador que durante décadas construyó su carrera basándose en la transgresión, no duda jamás en modificar las cifras para atizar los fantasmas identitarios y espantar a los “bien pensantes de la izquierda”.
A los 63 años, a medio camino entre Beppe Grillo, el saltimbanco fundador del Movimiento 5 Estrellas italiano, y Volodymyr Zelensky, el humorista convertido en presidente de Ucrania, Zemmour, que ejerció el periodismo durante 35 años, se autodefine hoy como un “intelectual comprometido”.
Oficialmente, no deja filtrar nada: sus desplazamientos están destinados a promover su último libro Francia no dijo su última palabra, autopublicado el 16 de septiembre, tirado a 200.000 ejemplares y que podría dejarle la coqueta suma de un millón de euros. Su anterior, Suicidio francés aparecido en 2014, superó los 100.000 ejemplares, acercándose al Premio Nobel de Literatura de ese año, Patrick Modiano.
La verdad es que hace tiempo que Zemmour superó el estado de la reflexión. Desde hace varios meses, un batallón de jóvenes ambiciosos se activa para imponer su candidatura. Su primera acción-flash se produjo este verano boreal, cuando inundaron 86 ciudades francesas con afiches que decían “Zemmour presidente”. En el mayor de los secretos crearon un partido, Los Amigos de Eric Zemmour, y depositaron los estatutos de una asociación de financiación apta para recibir donaciones con vistas a la presidencial. Todo debe estar listo para que, llegado el momento, el editorialista solo tenga que apoyar sobre un botón.
Su proyecto es tan evidente que, en septiembre, el organismo regulador de radio y televisión francés, el Consejo Superior del Audiovisual (CSA), decidió considerarlo como un político y no más como un periodista. A partir de entonces, el canal que lo emplea, CNews, tuvo que suspender su participación. La ley francesa establece, en efecto, que debe haber un equilibrio en el tiempo de difusión entre candidatos y partidos durante una campaña presidencial.
Fanático anti-musulmán, sólido machista, Eric Zemmour hace aparecer la extrema derecha xenófoba de Marine Le pen como un partido de izquierda. Los grupos de derechos humanos lo detestan al punto de haberlo hecho condenar en el pasado por odio racial. Los apelativos no faltan para definir a ese “profeta del pesimismo”, que por el momento solo anuncia el apocalipsis francés sin proponer nada, cuyas diatribas racistas están plagadas de referencias históricas a Napoleón o Juana de Arco, y en sus discursos reivindica el régimen colaboracionista de Vichy y la pena de muerte.
Los analistas más serios afirman que las obsesiones de Zemmour vienen de su infancia. Nacido en París en 1958, de padres judíos argelinos que habían llegado a Francia seis años antes, Eric creció en la Goute d’Or, uno de los barrios más populares de la capital. Mientras su madre, diabética y sumisa, insistía para que sus dos hijos se integraran a la nueva sociedad, su padre —jugador empedernido y violento— seguía hablando el árabe y perdiendo fortunas en los casinos.
Guerra de nombres
“En la sinagoga soy Moisés. Pero en el registro civil soy Eric Justin Léon”, repite. Para él, “no se puede ser argelino y francés a la vez. Hay que escoger”. De ahí una de sus últimas provocaciones: exigir que el Estado francés prohíba que las familias inmigrantes pongan nombres extranjeros a sus hijos.
“Nada de Mohamed. Eso quiere decir que esa gente no tiene ningún interés en la integración”, dijo hace pocos días, lanzando otro de sus habituales escándalos mediáticos.
Philippe Martel, cuadro del partido de Marine Le Pen, Reunión Nacional (RN), y amigo íntimo de Zemmour, coincide en que la historia familiar ayuda a entender el personaje. “Sus padres dejaron sus raíces, abandonaron sus tradiciones y decidieron asimilarse. Eric estima que es lo que deberían hacer los extranjeros en Francia”, afirma.
Zemmour naturalmente detesta los “psicoanalistas de bazar”. Pero, ¿cómo renunciar a explorar complejos y esquizofrenias de juventud cuando estas conducen directamente a neurosis políticas? “Zemmour es un judío árabe, que prefiere decir ‘judío bereber’, expresión que le permite distinguirse de la arabidad peyorativa”, sonríe el historiador Benjamin Stora, autor de Tres Exilios. Judíos de Argelia.
Estudioso, inteligente, brillante alumno, hiperprotegido por su madre —que lo consideraba el mejor y el más hermoso, aunque las chicas lo ignoraran—, Zemmour supo alejarse rápidamente de aquel barrio que lo vio crecer para instalarse en el ultraburgués distrito VIII de la capital con su mujer, la jurista Mylène Chichportich, y sus tres hijos.
Y es precisamente su antiguo barrio que se ha convertido en objeto de su mayor espanto.
“Volví hace poco tiempo y tuve la impresión de haber cambiado de continente. El tráfico (de drogas), las telas, los peluqueros afro… No hay más un solo blanco en la calle Doudeauville. Ahí lo ves ¡el gran remplazo!”, exclama, citando sin complejos esa teoría identitaria del escritor Renaud Camus sobre la desaparición programada del pueblo blanco y católico, remplazado por los musulmanes.
Y sus diatribas convencen. No necesariamente al electorado popular de Marine le Pen que, no obstante, se desmorona en los sondeos. Los admiradores de Eric Zemmour se cuentan, sobre todo, en una alta burguesía de buenos ingresos, con estudios superiores y edad avanzada, nostálgicos de la Francia de posguerra de Charles de Gaulle. Esa franja social que antes votaba al partido conservador fundado por el ex presidente Jacques Chirac, Reunión para la República (RPR), y se siente defraudada por la nueva derecha.
Con el anuncio de su candidatura, todavía no es nada seguro que los sueños de Eric Zemmour lleguen a buen puerto. La historia de las campañas presidenciales francesas está plagada de casos como el suyo que terminaron borrados de un plumazo por la responsabilidad republicana de los electores.
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