Fotografiar para que se conozca el infierno de la guerra
Solo podemos ver la magnitud del horror provocado por Rusia gracias a estas fotos y a los fotógrafos que han arriesgado o dado sus vidas para conseguirlas
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NUEVA YORK.- Hace un par de semanas me encontré con las imágenes gráficas de los cadáveres que marcaban el paisaje en Bucha, Ucrania, un suburbio a pocos kilómetros al oeste de Kiev. Bucha era el último ejemplo de la barbarie rusa en esta guerra, pero una de las primeras cosas en las que pensé fue en la masacre de Jonestown.
En noviembre de 1978, la revista Time me envió a ese remoto asentamiento en Guyana para comprobar los informes de que el representante Leo Ryan, un demócrata de California, había sido asesinado en ese país mientras investigaba las acusaciones de que un grupo, una secta en realidad, llamado el Templo del Pueblo, estaba reteniendo a la gente contra su voluntad.
Fui uno de los primeros fotógrafos en la escena. Ryan había sido asesinado, al igual que tres de mis colegas: Greg Robinson, fotógrafo del San Francisco Examiner; Bob Brown, camarógrafo de la NBC; y Don Harris, corresponsal de la NBC. Pero eso era solo el principio. Los cuerpos de más de 900 personas estaban esparcidos a lo largo de un complejo de edificios de una sola planta en un claro de la selva, víctimas y autores de un asesinato-suicidio en masa bajo las instrucciones de su maníaco líder, Jim Jones. Niños y bebés habían sido asesinados por sus padres. Fotografié una pesadilla.
Las fotos de Jonestown muestran la profundidad de la violencia que la gente puede ejercer sobre sí misma y sobre los demás: cuando las mentes susceptibles caen bajo el dominio de un líder poderoso, el desastre es seguro.
Lo que me lleva de nuevo a Bucha.
Cuando el avance sobre Kiev se estancó, las fuerzas rusas empezaron a torturar, violar y matar a civiles en Bucha, según afirman los supervivientes y los investigadores. Según los informes, más de 300 civiles fueron asesinados; algunos fueron abandonados en fosas comunes, otros en la calle o en sus patios. A muchos les ataron las manos por detrás. Fueron ejecutados.
Las imágenes de estas atrocidades fueron tomadas por fotoperiodistas confiables. Son la verdad, y un registro de la mendacidad y la brutalidad de los militares rusos. A medida que se acumulan las acusaciones de crímenes de guerra, estas fotos son los documentos que el mundo necesita para comprender por fin lo que realmente está sucediendo en Ucrania.
Como suele ser habitual en los agresores a lo largo de la historia, el Ministerio de Defensa ruso insiste en que todas las fotografías y videos que revelan crímenes de guerra por parte de los rusos en Bucha son noticias falsas, una “provocación”, y que “ni un solo residente local ha sufrido ninguna acción violenta”.
Ese mensaje puede tener éxito dentro de la Rusia de Vladimir Putin -porque el mandatario se ha asegurado de que no haya ningún contrapunto-, pero no puede ser creído en lugares donde la gente es libre de ver esas imágenes: las fotografías son una línea directa con la gente, por encima de los funcionarios, los expertos y la desinformación.
Putin entiende el poder de la fotografía. Por eso, cuando el fotógrafo de The Associated Press Evgeniy Maloletka y su colega Mstyslav Chernov, videoperiodista, permanecieron durante 20 días como los últimos periodistas internacionales que documentaban el asedio a Mariupol, la ciudad portuaria del sur de Ucrania, fueron perseguidos por las fuerzas rusas y tuvieron que ser rescatados por el ejército ucraniano.
Ante los incesantes conflictos, a veces puede parecer que el público se ha acostumbrado a los trabajos periodísticos o las imágenes de sufrimiento. Pero, según mi experiencia, algunas fotografías siempre tendrán el poder de hacernos enfrentar al horror. Como me dijo una vez el periodista Nicholas Kristof, “las fotos conmueven a la gente como no lo hace nunca la prosa”. Las imágenes evocadoras pueden influir en la política, estimular la acción y, de vez en cuando, alterar el curso de la historia.
Vietnam fue la guerra de mi generación. Tenía 24 años cuando volé a Saigón, en 1971, como fotógrafo de United Press International, decidido a ver lo que estaba matando a mis compañeros de generación. Si no hubiera ido, creo que nunca me habría perdonado. Aprendí sobre la vida y la muerte. Aprendí que los soldados suelen recibir bien a los fotógrafos porque corremos los mismos riesgos que ellos. Aprendí a confiar en mis instintos. Y aprendí de primera mano cuál es el poder de la fotografía.
En 1968, “Saigon Execution”, de Eddie Adams, captó la fracción de segundo en que un general survietnamita disparó una bala a la cabeza de un prisionero del Vietcong en las calles de Saigón. Y en 1972, “Napalm Girl”, de Nick Ut, inmortalizó el sufrimiento de una niña desnuda de 9 años, Phan Thi Kim Phuc, que se quemó en un ataque con napalm. Ambas fotos se publicaron en las portadas de los periódicos de todo Estados Unidos, y en esas vívidas imágenes los estadounidenses vieron la crueldad de la guerra. La opinión pública empezó a cambiar. Siguen siendo de las mejores fotos de la historia.
Muchas de las fotografías de la guerra en Ucrania merecen permanecer en el registro público de manera tan indeleble como aquellas fotos de Vietnam. Solo podemos ver la magnitud del horror provocado por Rusia gracias a estas fotos y a los fotógrafos que han arriesgado o dado su vida para obtenerlas.
Me estoy cansando de esos interminables descargos de responsabilidad -como el que puede llegar a encabezar este ensayo- que dicen: “Advertencia: Material sensible”. Las mejores fotografías de la guerra pueden hacer que queramos apartar la mirada. Es imperativo que no lo hagamos.
Por David Hume Kennerly
David Hume Kennerly ganó un premio Pulitzer por sus imágenes de la guerra de Vietnam y fue el fotógrafo jefe de la Casa Blanca durante el gobierno de Gerald Ford.
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