Fortalecer la influencia y mantener la casa en orden, las prioridades
PEKÍN.- Con la inauguración del XVIII Congreso del Partido Comunista, China se prepara para anunciar quiénes llevarán las riendas del país en la próxima década. Pero también para definir cuáles serán las prioridades que tendrá la nueva generación de líderes en momentos en que la economía china se desacelera y la población pide mayor apertura política y social.
Al mando de Hu Jintao y Wen Jiabao, China pasó de ser la sexta economía mundial a la segunda. Sorteó la crisis financiera global de 2008 con un masivo paquete de estímulo. Incluso reforzó su imagen internacional con el éxito de los Juegos Olímpicos de Pekín y la Expo de Shanghai. Pero no consiguió poner en marcha las reformas internas que le permitan mantenerse competitiva y socialmente estable.
Por eso, con la probable designación de Xi Jinping y Li Keqiang al frente del gobierno, son cada vez más las voces que subrayan la urgencia de una agenda de reformas que permitan a China seguir fortaleciendo su influencia política y económica, así como mantener la casa en orden.
La corrupción es uno de los mayores factores de descontento social en China. A diario se multiplican las voces que piden medidas claras y efectivas para reducir la corrupción en el gobierno, así como una mayor transparencia en un sistema donde los vínculos entre funcionarios públicos y empresas estatales son muy tenues.
Sin embargo, la economía es tal vez el único factor que podría acelerar este proceso. A pesar de que China creció a un ritmo anual de entre el 7 y el 14% en los últimos 20 años, economistas advierten que el crecimiento disminuirá en las próximas dos décadas si Pekín no se replantea el rol del gobierno en la economía y reduce la desigualdad social.
Entre las tareas más urgentes figuran completar la transición hacia una economía de mercado, reducir el poder de las gigantescas empresas estatales, romper los monopolios existentes en algunos sectores, fomentar la empresa privada, permitir el capital privado en la banca, garantizar la protección de la propiedad intelectual y facilitar el acceso de las pymes a los créditos bancarios. "Además, el partido debería abandonar la práctica de escoger a los gerentes y las juntas directivas de las empresas estatales, y contratar profesionales capacitados", señaló una editorial de Caixin, la revista económica independiente leída por la elite empresarial china.
¿Podrían Xi y Li ser entonces los encargados de impulsar estas políticas y convertirse en los líderes reformistas que Hu y Wen no pudieron ser? Xi, a diferencia de Wen, no llegaría al gobierno con una reputación de reformista. Su fama es la de un hombre que ha construido puentes con las diferentes facciones del partido y no se compromete con acciones decisivas. A su vez, Li es visto como un eficiente reformista económico, pero con menor éxito en lo político.
Pero la mayor dificultad es que los cargos de presidente y primer ministro no vienen acompañados por poderes muy amplios. Xi y Li estarán a la cabeza de un grupo de iguales que constituyen el centro de un modelo de liderazgo colectivo. Y todo parece indicar que ascenderán al selecto Comité Permanente del Politburó varios políticos adversos a las reformas y cercanos al ex presidente Jiang Zemin.
Este carácter colectivo del liderazgo chino dificulta cualquier acción decisiva. "Creo que las diferencias en política económica generarán discordancia dentro del Partido en vez de consenso, ya que algunos argumentan que las reformas conducirán a la inestabilidad", señaló a LA NACION June Teufel Dreyer, una investigadora de la Universidad de Miami especializada en el sistema político chino. "Otros insisten en que la transformación económica no puede continuar sin cambios políticos", añadió.
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