Fiestas populares, el rito que hace revivir a las pequeñas ciudades de España cada agosto
MADRID.- En pleno verano y preferido para las vacaciones, agosto tiene, en España , la peculiaridad de ser el mes en que el país se revoluciona.Como en ningún otro lado, las "fiestas de pueblo", que abundan en agosto, ofrecen una vivencia colectiva capaz de movilizar esfuerzos y recursos en un país que lucha contra la despoblación de sus zonas rurales.
Fenómeno que los sociólogos no se cansan de estudiar y reflejo último de una cultura que se integra en forma creciente a la estética colectiva de la Unión Europea (UE), las hay de todo tipo. Desde la más sencilla verbena en caseríos con apenas una decena de habitantes que, sin embargo, explotan de visitantes en la obligada cita anual, hasta las que, por su peculiaridad, llegan a la prensa internacional.
Tal el caso de la "Tomatina de Buñol", que todos los años hace que esa localidad valenciana, de apenas 9000 habitantes, desborde de visitantes para la tradicional guerra de tomates con la que cierra el mes de agosto.
Para muchos, es el plato fuerte del mes. O, la ocasión única de ser un gazpacho andante. Mucho más ingenua que los más famosos Sanfermines de la navarra Pamplona, al igual que ellos en julio, ella, en agosto, gana fotos en algún rincón del mundo.
"Esa mezcla de espontaneidad, tradición y uniformidad social es lo que hace que las fiestas en España sean todo un fenónemo cultural y económico", explicó a La Nación Carlos Torrevieja Sanz, sociólogo de la Universidad de Valencia. "No es algo que se imposta o que se fabrica. Es algo que sigue sucediendo, que en verdad ocurre, año tras año", subrayó.
En su enorme diversidad, las fiestas de pueblo tienen rasgos comunes. Son una de las pocas ocasiones en que en un mismo espacio geográfico se eliminan las barreras sociales.
Una vivencia que hace real la copla que canta Juan Manuel Serrat cuando en "Fiesta", la popular canción con la que suele cerrar sus espectáculos, celebra el modo en que, por una sola noche, gente de distinta condición "bailan y se dan la mano, sin importarles la facha". Un fenómeno que sigue siendo real.
La otra es que son dinamizadores de la actividad económica aún en poblados que, de otro modo, están poco menos que condenados a desaparecer. Algo que ocurre, sobre todo, en las más despobladas provincia de Soria y de Teruel.
"Este pueblo pasa a ser otro cuando llega la fiesta de la Virgen de la Estrella", dice Francisca Cueva Villazón, vecina de Mosqueruelo, donde residen dos personas por kilómetro cuadrado. "Todo desborda y la gente se tiene que alojar hasta en los pueblos vecinos".
El punto alto, dice, es la romería hasta el santuario. Se llega por un angosto camino rural de 18 kilómetros que serpentea con la pared áspera del cerro, a la derecha, y el precipicio, a la izquierda.El destino es una preciosa iglesia barroca del 1720, con cúpula de azulejos y los retablos que sobrevivieron a la Guerra Civil.
La rodean un reducido conjunto de casas, algunas, en ruinas. En una de ellas nació un torero. En otra viven los dos únicos residentes permanentes. Dos ermitaños que rebosan serenidad."Pero cuando se aproxima la fiesta todo cambia", dice Francisca. Llega la orquesta, los niños, la música, las visitas, los abuelos, los familiares y los amigos. Todo es vida.
Igual multitud invade otras geografías despobladas durante el año. Ya sea en Torrejoncillo del rey, en Cuenca; en Fregenite, en Granada, o en Camañas, en la provincia de Teruel, por citar algunos casos. Pese a la diversidad, la coreografía básica se repite una vez al año y, sobre todo, en este mes. "Hay verbenas, romerías, fiestas de prado. Lo que quieras para elegir", dice Pelayo de la Cuesta, concejal de Villa La Mora, en Cáceres.
Pero todas tienen una receta común de infaltables. A saber: orquesta -puede que con músicos locales- baile, puesto de churros, bebida, banderines, fritanga, sándwiches (bocadillos) en servilleta y platos de la región. Todo, a precios populares.
El rito incluye algunos códigos, a saber: niños y abuelos primero. Ellos son los que, invariablemente, estrenan el baile en la plaza central. El plato fuerte llega con los temas "coreografiados" - Macarena y Aserejé, entre los taquilleros- que hacen que todos se animen al baile siguiendo a los de la primera fila.
El final es, como siempre, con una "conga": el famoso "trencito" en el que todos terminan enlazados y nadie sabe quién empezó. La democracia fiestera en su esplendor. La lista de pueblos que viven en agosto su día más grande es interminable. Otros lo hacen en distinto momento del año.
Pero el denominador común es la autenticidad, que luego visten con el sello de la casa: toros, remo, pirotecnia, muñecos gigantes o revisión histórica de modo particular, como es el caso de la guerra de Moros y Cristianos, sobre todo, en la Comunidad Valenciana, o los vikingos que vuelven a "invadir" la gallega Atoira, en Pontovedra.
Desde lo económico, las fiestas a esta altura del año valen lo del refrán "hacer el agosto". Son un negocio que reverdece una economía difícil en el medio rural. En comarcas de Teruel y el Pirineo el lleno hotelero es total.
Pueblos como Albarracín, Maestrazgo, Gudar-Javalambre, Graus, Benasque, El Tembleque, Madridejos o Coma-Ruga viven sus mejores días de ocupación. En su propia escala, repiten lo que toca en la más populosa "Batalla de las Flores", en la cantábrica Laredo, o el Descenso del Sella, a puro remo, en Asturias.
Una corriente celebratoria que da sentido de pertenencia al "este fin de semana me voy al pueblo", que suelen repetir los españoles urbanitas. Un viaje que es mucho más que un recorrido para desconectar.
Dicho por los estudiosos del fenómeno, las implicaciones políticas y económicas de las fiestas de pueblo en España "son evidentes cuando se analizan los complejos procesos en los que, a través de ritos y oposiciones, se construyen relaciones con una dinámica social con profundo sentido de pertenencia".
Ajena a tanta profundidad académica, la fiesta sigue celebrando cada año la agradecida alegría de estar allí. Con los suyos. Para contarlo y darle color a las tradiciones del país.
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