Fiasco electoral en EE.UU.: la ola de triunfos republicanos que nunca apareció
Aunque lograron imponerse en la Cámara baja, la victoria republicano no fue abrumadora como se especulaba
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NUEVA YORK.- Estaban dadas todas las condiciones, pero la esperada ola roja de los republicanos no llegó a la orilla.
Al final de una campaña donde los demócratas tenían todo en contra -la inflación más alta en 40 años y un presidente impopular-, los republicanos terminaron la noche arañando votos de acá y de allá para alzarse con el control de la Cámara Baja, lo mínimo para salir a cantar victoria.
Todo indica que terminarán con la peor performance electoral que haya tenido un partido opositor contra un presidente en su primer mandato en muchas décadas, un crudo contraste con las 54 bancas que conquistaron los republicanos contra Bill Clinton en 1994, y las 64 contra Barack Obama en 2010.
Así que Estados Unidos sale de estas legislativas más o menos como estaba: un país ferozmente dividido y atrincherado en una franja muy estrecha del espectro electoral, lo suficientemente descontento con Biden como para favorecer un gobierno compartido, pero tampoco dispuesto a entregarse definitivamente a la política divisionista y ofensiva fomentada por el expresidente Donald Trump.
La polarización misma de la sociedad funciona como un careo donde las pasiones de uno desatan las pasiones del otro.
En la primera prueba nacional del estado de la política desde la toma por asalto del Capitolio que derribó todos los supuestos básicos de transferencia pacífica del poder, de una pandemia que trastocó a la sociedad, y de la decisión de la Suprema Corte de derogar el histórico derecho constitucional al aborto, los votantes dejaron un empate, un resultado que para los demócratas fue equivalente a un triunfo.
El electorado rechazó a Biden con suavidad, pero también demostró poco gusto por el abordaje de tierra arrasada que Trump ha imbuido en todo el Partido Republicano.
Los demócratas encararon esta elección diciendo que no era un referéndum sobre la gestión de Biden sino una prueba sobre el estado de la democracia en Estados Unidos, una oportunidad para rechazar la mentira de que la elección de 2020 había sido robada.
Pero desde el comienzo de las primarias hasta los últimos días de la campaña Trump y su partido siguieron aferrados firmemente a esa falsa premisa, machacando esas acusaciones sin fundamento y amenazando con desconocer el resultado de las elecciones si les era adverso.
El mejor reflejo del grado de penetración de esa mentira en el Partido Republicano es que más de 200 negacionistas del resultado electoral de 2020 fueron elegidos para ocupar bancas en el Congreso y las legislaturas de los estados. Y en Florida, que durante la pandemia se convirtió en centro de los republicanos, el partido obtuvo un abultado margen favorable, y varios condados tradicionalmente demócratas, como Miami-Dade y Palm Beach, cambiaron de color y se pintaron de rojo.
Sin embargo, y por tercera vez después de 2018 y 2020, el electorado norteamericano volvió a marcar su límite de tolerancia a la nociva cepa política de la era Trump, que por momentos parece aceptar y hasta fogonear la violencia, y que cuestiona el principio más elemental de la democracia: el votante emite su sufragio y los políticos aceptan el resultado.
De hecho, varias de las figuras que gozaron de mayor apoyo de Trump fueron derrotadas.
Candidatos como John Fetterman, el demócrata de Pensilvania que construyó su base de apoyo con cierto populismo de clase trabajadora, desafió la ley de gravedad y remontó la pésima imagen de Biden en su distrito con la fuerza de su propia marca política.
Hasta los últimos días de la campaña, los republicanos se jactaban de que cubrirían el mapa de rojo, adentrándose hasta el corazón del territorio azul demócrata, como Rhode Island o los estados del Noroeste del Pacífico.
“En los estados azules hay graves problemas de gestión”, dijo un día antes de la elección Dan Conston, presidente del Fondo de Liderazgo del Congreso, una gran agrupación republicana. “Desmanejo de la pandemia, extrañas políticas de seguridad, escuelas cerradas durante demasiado tiempo y penurias económicas.”
Sin embargo, los demócratas lograron evitar derrotas rotundas, en parte porque pudieron transformar la contienda, no un referéndum sobre un presidente impopular, sino en una elección entre normas democráticas y una alternativa de ultraderecha.
Atrás quedaron los grandes mensajes sobre cambios estructurales en cuestiones de desigualdad económica y racial de las primarias presidenciales demócratas de 2020. Esta vez, pocos candidatos ofrecieron promesas políticas audaces.
Por el contrario, los demócratas exhibieron el progreso gradual que lograron aprobar a duras penas con estrecha mayoría: mejoras en las rutas, impulso a la fabricación de semiconductores, una ley de seguridad de armas, más ayuda para los veteranos de guerra y control de precios sobre algunos medicamentos y la insulina para los beneficiarios del plan de salud Medicare.
Se esforzaron por mostrar avances en los problemas que afectan a la gente en su vida diaria: la seguridad y la delincuencia, el aumento de los precios y las deudas estudiantiles, entre otros.
Los demócratas y sus aliados gastaron más de 450 millones de dólares en anuncios de respaldo al derecho al aborto, y prometieron intentar aprobarlo por ley, una hazaña que requeriría no solo retener el control del Congreso sino también obtener el apoyo necesario para eludir las reglas del Senado que para aprobar la mayoría de las leyes exigen 60 votos a favor. Pero más allá de eso, ofrecieron poco y nada frente a un cambio abrupto que afecta a más de 22 millones de mujeres que viven en estados donde el aborto ahora está prohibido o severamente restringido.
En definitiva, la estrategia demócrata se basó en contrastarse con una mayoría republicana a la que consideraron fuera de la corriente principal en temas como el derecho al aborto, la protección de Medicare y la Seguridad Social, y la imposición de impuestos a las corporaciones y a los estadounidenses más ricos.
El tema del aborto demostró ser el gran motor que los demócratas apostaron que sería, y ayudó a impulsar a varios candidatos demócratas que se manifestaron abiertamente a favor del derecho de la mujer a decidir.
Las encuestas a boca de urna revelaron que, en general, lo que más le preocupa a la gente es la economía y la inflación, y que para solucionar la incertidumbre económica confiaban más en los republicanos. Pero el aborto también fue un factor importante: el 27% de los votantes dijo que había decidido su voto en función de ese tema.
Conflictos en puerta
Es probable que Biden igual tenga que sufrir el embate de una Cámara de Representantes liderada por republicanos y seguramente ansiosa por investigarlo y hasta iniciarle juicio político. Pero ahora le será más fácil borrar las dudas de su partido, que durante meses cuestionó en voz baja su debilidad política y su capacidad para ir por la reelección y cumplir un segundo mandato.
Los resultados del martes también podrían reconfigurar la dinámica de 2024 para Donald Trump, quien ya ha dejado en claro que la semana próxima anunciará su tercera postulación para la presidencia. Pero su historial de altibajos en las elecciones de mitad de mandato contrasta con el de su principal competidor en la interna republicana, Ron DeSantis, que no solo fue reelegido gobernador de Florida con una ventaja de dos dígitos, superando abismalmente el promedio del partido a nivel nacional, sino que también pintó de rojo los bastiones demócratas del sur de la Florida.
“La libertad llegó para quedarse”, dijo De Santis anta la multitud que lo aclamaba en durante el acto donde celebró su victoria el martes por la noche.
Lisa Lerer
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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