Fallo histórico en EE.UU.: para Donald Trump, el veredicto de “culpable” tal vez no importe
El autor del artículo considera que el histórico fallo en Manhattan podría ser un “acelerador” de la carrera del expresidente de cara a las elecciones de noviembre
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NUEVA YORK.- El primer expresidente de Estados Unidos llevado a juicio ahora también es el primer expresidente norteamericano en ser declarado culpable de un delito penal. Ese tipo de hitos deberían ser lápidas: los humanos normales no se levantan de su tumba política.
¿Pero Donald Trump? Ya lo veo escabulléndose del cementerio para volver a la Casa Blanca. También veo que el veredicto de “culpable” podría ser apenas un pequeño bache en el camino, y hasta lo veo como un acelerador de su carrera, como sin duda terminará siendo su condena.
Y eso es porque Trump ha pasado gran parte de su vida y de su carrera política preparándose para un capítulo como éste, tejiendo cuidadosamente y repitiendo hasta el cansancio un relato según el cual hay fuerzas operando en su contra, dispuestas a apelar a los ardides que sean y a cuyas acusaciones nunca, pero nunca hay que darles crédito.
Ya he perdido la cuenta de las veces que la frase “caza de brujas” salió de su boca o de su teclado. Lo mismo con la palabra “amañado”. No se estaba descargando, estaba calentando motores, como un fabulador amoral que insiste con una historia y con una moraleja diferente a la que pretenden instalar esos malvados ejemplares del establishment. Trump llegó a entender que con controlar la atención de la gente no alcanza, pero que si controla la realidad de la gente puede salirse siempre con la suya.
O no, porque lo que sucedió en el tribunal de Manhattan, donde el jurado lo condenó por los 34 cargos que se le imputaban, y de la actual coyuntura política norteamericana no tiene precedentes. No hay forma de saber cómo evolucionarán los hechos.
Varias encuestas de intención de voto realizadas en los últimos meses auguraban problemas para Trump si el jurado determinaba lo que acaba de determinar: su condena. En una encuesta de ABC News/Ipsos publicada a principios de mayo, el 16% de los encuestados que se identificaron como partidarios de Trump dijeron que reconsiderarían su apoyo si era condenado penalmente, mientras que el 4% dijo que directamente no lo votaría. En una carrera electoral aparentemente tan reñida, ese último grupo por sí solo podría ser lo suficientemente grande como para inclinar la elección a favor del presidente Joe Biden.
Pero esos votantes opinaban hipotéticamente, antes de conocer el detalle de las deliberaciones del jurado, antes de que el evento en cuestión realmente sucediera, antes de que Trump esperara su turno para tergiversar el resultado, como sin duda lo hará furiosa y desbocadamente en los días y semanas por venir.
De hecho, ya arrancó el miércoles a la mañana, justo después de que el juez Juan Merchan le diera las instrucciones finales al jurado. Frente a las puertas del tribunal, Trump se quejó diciendo que “ni la Madre Teresa podría defenderse de estos cargos” frente a instrucciones como las del juez Merchan, al que llamó “corrupto”.
“Es una causa armada en base a acusaciones amañadas”, dijo el expresidente. Y ese miércoles a la noche se volcó a la red social Truth Social: “Ni siquiera sé cuales son los cargos que se me imputan en esta causa armada”, bramó. “Tengo derecho a la especificidad como cualquier otra persona. ¡No hay delito!”, escribió.
El jurado no determinó lo mismo, pero nunca creí que los seguidores de Trump fueran a abandonarlo si era condenado. Esa idea no tenía ni tiene sentido. Si no lo abandonaron por sus dos juicios políticos, por su despreciable rol en los levantamientos del 6 de enero de 2021, por sus viles ataques a todo aquel que los desafía y a todo aquello que se interponga en su camino, ni por su corrupción constante y generalizada, ¿por qué habría de ser causal de divorcio político la opinión subjetiva de 12 neoyorquinos que debieron decidir si creerle a ese pintoresco elenco de testigos, por decirlo suavemente, y además surfear en ese mar de tecnicismos legales?
Según entiendo, esa teoría se basa en que sus seguidores no podrán conciliar las palabras “delincuente” y con la palabra “presidente”, o “condenado” con “comandante en jefe”. Según esa teoría, sería demasiado perverso. Pero una vez más, esa idea no cierra: Trump viene incendiando las tradiciones y pisoteando las normas desde su campaña presidencial de 2016. Y la tierra arrasada que dejó a su paso es terreno fértil para el ninguneo de la palabra “culpable”. Ya hace tiempo que el constante fogoneo de Trump hizo que una parte importante del electorado norteamericano se olvidara del decoro político y el cuidado de las formas.
Además, hoy en día grandes sectores del electorado son inamovibles: ya eligieron su tribu, perfeccionaron su tribalismo, y sin importar los puntos oscuros o los antecedentes penales de su cacique, decidieron que los ideólogos y delincuentes del otro bando son peores. Es por eso que hay muy pocos votantes indecisos y que hay poco corte de boleta, aunque este año hay informes de que podría aumentar. En parte, eso explica por qué Trump probablemente no esté acabado.
La probabilidad de su supervivencia política se refleja en las pocas deserciones que hubo en su equipo de campaña desde que quedó claro que el juicio en Manhattan empezaría y terminaría mucho antes de las elecciones de noviembre. Sus aliados y operadores políticos siempre supieron que el veredicto de “culpable” era una posibilidad real, pero casi ninguno de ellos salió a despegarse. Es más, ni siquiera se alejaron más de un centímetro de Trump.
Los aplaudidores que competían por ser sus compañeros de fórmula se humillaron de manera no menos pública y patética. El presidente de la Cámara de Representantes estuvo presente en el juicio, y otros legisladores republicanos repitieron obedientemente su relato sobre el martirio que estaba sufriendo y trataron de redirigir la atención hacia el comportamiento de Joe Biden, de Hunter Biden y de Alejandro Mayorkas. Si estaban preocupados por el inminente fin de la viabilidad política de Trump, seguro que hicieron una magistral pantomima de lo contrario.
¿Y Trump? Llevó su hipérbole y su histrionismo a niveles inauditos, afirmando falsamente la semana pasada que el gobierno de Biden había autorizado su asesinato cuando los agentes federales allanaron su residencia en Mar-a-Lago en busca de los documentos clasificados que retenía después de abandonar la presidencia. Con un veredicto a la vuelta de la esquina, Trump les seguía recordando y repitiendo la lección a sus seguidores: soy una víctima, son una presa y mis depredadores son despiadados.
Ese es el único prisma relevante para observar lo que está pasando, porque el juicio y su conclusión encajan perfectamente en esa visión de “el mundo está en contra de mí” que Trump ha fomentado de manera tan asertiva y con tanto éxito, como lo demuestra la posición que mantiene en la cima del Partido Republicano. En realidad, el objetivo de instalar y fogonear ese relato era una vacunación preventiva contra circunstancias potencialmente catastróficas, como el veredicto del jueves.
A los ojos de muchos de esos votantes, su procesamiento demostró que Trump es un perseguido político, y el veredicto fue al mismo tiempo una confirmación y una denuncia. Pero sobre todo, es una razón más para que él, y todos ellos, sigan adelante.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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