Extrema derecha, neofascismo, populismo: una guía para entender un fenómeno político que se extiende por el mundo
Desde Javier Milei en la Argentina, hasta Marine Le Pen en Francia o Viktor Orban en Hungría, los líderes se resisten a que los definan con un rótulo
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PARÍS.– Después de las elecciones el Senado de septiembre pasado, el partido Reunión Nacional (RN) de Marine Le Pen recurrió al Consejo de Estado cuestionando la calificación de “extrema derecha” que el Ministerio del Interior utilizaba para definir la pertenencia política de sus candidatos. La máxima jurisdicción administrativa de Francia ratificó en marzo esa calificación.
Pocos años antes, la justicia francesa había decidido que los opositores de Marine Le Pen, la presidenta del entonces ultraderechista Frente Nacional (FN) –después convertido en RN– tenían derecho de calificarla de “fascista”. Al año siguiente, cuando Norbert Hofer, líder del Partido de la Libertad austriaco, estuvo a punto de ganar la elección presidencial, el periódico The Guardian se preguntó: “¿Cómo tantos austriacos pueden flirtear con un fascismo apenas disfrazado?”. Y, casi al mismo tiempo, analizando el vertiginoso ascenso de Donald Trump –por entonces candidato presidencial–, el columnista conservador Robert Kagan advirtió: “Así es como el fascismo llega a Estados Unidos”.
En América Latina muchos critican a analistas y medios cada vez que utilizan “extrema derecha” para calificar a sus representantes. ¿Diferencia cultural? ¿Desconocimiento de las definiciones oficiales del otro lado del Atlántico? Muy probablemente.
“Argentinos, brasileños y estadounidenses rechazan ese adjetivo cuando se alude a Javier Milei, Jair Bolsonaro o Donald Trump, ignorando así que existe una derecha conservadora tradicional –como Los Republicanos en Francia, el Partido Popular en España o el Partido Conservador en Gran Bretaña– que se ubica a años luz del radicalismo ultraliberal y antisocial de esos tres presidentes”, analiza Pierre Dacheux, profesor en la Universidad Blaise Pascal, de Clermont Ferrrand.
Pero extrema derecha, populismo, neofascismo, nativismo… ¿Qué esconden precisamente cada una de esas corrientes políticas? ¿Qué relación tienen con el fascismo de los años 1930 y cuáles son sus peligros reales?
“Podríamos definir a la extrema derecha como formaciones que defienden ideologías nacionalistas, racistas, autoritarias, que rechazan absolutamente los sistemas democráticos y quieren hacerlos desaparecer, incluso por la violencia. Por ejemplo, a pesar de participar en las elecciones, el holandés Foro para la Democracia (FdV), que promueve teorías conspirativas y la creación de una ‘contrasociedad’, es considerado en Europa como de extrema derecha. Lo mismo que el neonazi Aurora Dorada griego”, analiza el historiador y sociólogo Marc Lazar, titular de la cátedra de Relaciones francoitalianas para Europa en la Universidad de Luiss (Roma).
“Esto permitiría distinguir a la ‘extrema derecha’ de las ‘derechas radicales’, que tienen una dimensión nacionalista y autoritaria, eventualmente racista, pero que se sitúan en sistemas políticos de los cuales aceptan más o menos las reglas, y que tienden a cambiarlas desde el interior. El problema es que, con mucha frecuencia, se trata de partidos que vienen de la extrema derecha”, agrega.
Extrema derecha, derecha radical o nacional-populismo
Tomemos el caso de la Reunión Nacional, partido nacido de una familia política bien conocida en Francia, aparecida en el siglo XIX, caracterizada por el nacionalismo, el racismo, la voluntad de crear un régimen autoritario y la violencia de los años 1930, después en la década de 1960 e incluso más recientemente, pues Jean-Marie Le Pen fue condenado por la agresión de una candidata socialista en 1997. Hoy, la organización dirigida por Marine Le Pen no pone en tela de juicio el principio electoral, acepta la posibilidad de ser derrotada en elecciones, pero conserva al mismo tiempo la filiación con sus orígenes mediante su discurso ultranacionalista y la insistencia de la ‘preminencia nacional’, que es el corazón de su programa.
“Lo mismo sucede con Hermanos de Italia, que viene del fascismo y se transforma en una formación que no responde exactamente al modelo-tipo de la extrema derecha. Pero que, sin embargo, sigue defendiendo muchos principios de su herencia original”, analiza Lazar.
A su juicio, la expresión “nacional-populismo” sería más apropiada que “extrema derecha” o “derecha radical”: “‘Nacional’ ilustra la relación jamás rota con la extrema derecha, y ‘populista’ la referencia permanente al pueblo que todos esos partidos invocan”, agrega el especialista.
Populismo
Se inscriben en la corriente del populismo todos aquellos partidos que afirman “representar directamente la expresión de la voluntad del pueblo”. Y todo aquello que se interponga en ese diálogo bilateral –prensa independiente, sistema judicial, instituciones– debe ser debilitado y hasta eliminado. Obviamente, el populismo no se limita a la extrema derecha: muchos partidos de izquierda y de extrema izquierda también son considerados populistas. Por ejemplo la agrupación checa Dirección (Semer) del primer ministro Robert Fico o La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Melenchon. Sin olvidar a América Latina, escenario histórico y predilecto de populistas tanto de derecha como de izquierda.
Neofascismo
Ante el avance de esos partidos de extrema derecha, parte de la izquierda mundial considera que estamos viviendo un retorno a los años 1930, al fascismo original. Para los estudiosos, habría que ser más preciso. Hay, en efecto, dos interpretaciones del fascismo. La primera es histórica y reducida a la experiencia del fascismo de 1919 a 1945. Una segunda concepción, más extensiva, se utiliza para todos los movimientos que tienen algo en común con el fascismo original. Resumiendo: el corazón del fascismo y del nazismo era la ambición prometeica de forjar un hombre nuevo; actuar no solo sobre las condiciones en las cuales viven los seres humanos, sino sobre el hombre mismo. La gran mayoría de los partidos de extrema derecha-populista actuales no tienen esa ambición, aunque cada vez aparezcan más individuos, como Elon Musk y sus admiradores, que reivindican ese objetivo mesiánico.
Puntos en común
En todo caso, en Europa, el punto común de todos esos movimientos es el de colocar en el corazón de sus ideologías la defensa de la identidad europea, en el sentido étnico del término, que es un banal ocultamiento del racismo.
“En vez de adherir al ideal de la integración europea de los federalistas de centro, centroizquierda, centroderecha y liberales, esas formaciones reivindican una ‘Europa de naciones’. Yace bajo ese concepto la añoranza de la vieja Europa blanca y cristiana. Aunque ahí también haya diferencias. Así, el primer ministro húngaro Viktor Orban y su partido Fidesz, de la derecha conservadora radicalizada, y la italiana Giorgia Meloni, afirman la preminencia de la Nación concebida como una entidad cultural y étnica. Según ellos, Europa reposa en los valores cristianos y la familia tradicional”, analiza Gilles Ivaldi, investigador y profesor en Sciences Po París.
“Pero esto no es para nada la posición del RN, pues Marine Le Pen insiste en el laicismo y ataca la religión musulmana argumentando la violación de los derechos de la mujer. En Holanda, la formación de Geert Wilders, el Partido de la Libertad (PVV), apenas alude a la dimensión cristiana de Europa, y ataca al mismo tiempo a los musulmanes. Todos esos movimientos tienen puntos en común, pero también divergencias profundas”, agrega.
Nativistas
Una de esas coincidencias es esa convicción de que sus respectivos Estados deberían estar habitados exclusivamente por una sociedad de nativos, étnica y culturalmente originales. Y que los no-nativos son quienes amenazan la homogeneidad de la Nación. Algunos autores califican estos partidos de “nativistas”. Entre ellos se encuentra el RN de Le Pen, el PVV holandés, Vox en España y el Fidesz en Hungría. Poniendo en práctica el racismo a través de la exclusión a ultranza, todos esos movimientos de derecha radical no solo rechazan otras religiones y otros grupos étnicos, también lo hacen contra las minorías sexuales.
Frente a la evolución de Marine Le Pen, ¿por qué entonces el Consejo de Estado francés considera que su partido sigue perteneciendo a la extrema derecha? Porque conserva una continuidad: la prioridad nacional. En el fondo, es –con otras palabras– la permanencia del viejo eslogan de hace un siglo, “Francia para los franceses”.
“La preferencia nacional es la columna vertebral del RN, el elemento cardinal. Existe pues una filiación con la extrema derecha”, afirma Lazar.
En la actualidad, el mundo enfrenta un nuevo peligro: por un lado esas formaciones extremas y radicales avanzan hacia el centro del juego político –es la famosa “desdiabolización” de Marine Le Pen– donde se trabaja para disociar la imagen partidaria de la extrema derecha. Y por el otro lado, sus reivindicaciones –menos inmigración, mayor seguridad y autoridad– consiguen difundirse.
“Al punto que los partidos de derecha tradicional son presa de una deriva autoritaria que los acerca del extremo, como acaba de suceder en Francia con una parte de Los Republicanos. Pero no solo en Francia. En Austria y en Holanda, los partidos conservadores o liberales se han dejado infeudar por las temáticas de la extrema derecha”, concluye Gilles Ivaldi.
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