Experimento mortal: el terrible destino de los voluntarios que filmaron las pruebas de las bombas atómicas
Entre 1945 y 1963 se realizaron más de 300 detonaciones nucleares en el desierto norteamericano, registradas por cronistas y fotógrafos; solo unos pocos sobrevivieron
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Los cinco voluntarios del experimento atómico permanecen juntos en el medio del desierto, con la mirada puesta en el cielo de Nevada y sin ningún tipo de protección más que la de sus uniformes. De repente, una luz cegadora los impulsa a taparse los ojos; segundos después, un cimbronazo: el cielo cambia de color y la temperatura se eleva como en el mismo infierno.
“Se siente un pulso de calor. Una luz muy brillante, una bola de fuego. Es rojo. El cielo se ve negro alrededor. Está hirviendo sobre nosotros”, relata, excitado, uno de los participantes, miembro de la fuerza aérea de los Estados Unidos.
La película registra la detonación de una bomba atómica de dos kilotones que ha estallado a poco más de cinco mil metros de altura, justo arriba de las cabezas de cinco oficiales.
Dice uno: “Es una enorme bola de fuego. Los montículos todavía resuenan por aquí. ¿No fue una toma perfecta?”.
La detonación ocurrió el viernes 19 de julio de 1957 y el experimento fue una manera de mitigar las críticas que recibía el gobierno de Dwight David “Ike” Eisenhower en el marco de la carrera militar con la Unión Soviética por el desarrollo de armas de destrucción masiva.
El objetivo del ensayo consistía en tranquilizar a la población probando, mediante acciones de propaganda con películas filmadas al estilo de Hollywood, que las lluvias radiactivas no eran tales y que explosiones atómicas controladas eran “seguras”.
Tiempo después, cuatro de los cinco voluntarios morirían de cáncer.
Una hazaña extremadamente peligrosa
Akira George Yoshitake fue el fotógrafo del Departamento de Defensa de los Estados Unidos que filmó la película y captó el momento en el que dos aviones de combate F-89 Scorpion lanzaron el misil con la ojiva nuclear que estalló poco después sobre sus cabezas.
Si bien Yoshitake no era un improvisado, nunca supo de qué se trataba el evento hasta que llegó al lugar; era un experimento súper secreto, porque pocos sabían, hasta entonces, cómo iba a resultar. Como fotógrafo civil del gobierno, había registrado centenares de ensayos atómicos a varias millas de distancia, pero nunca había estado tan cerca de la “zona cero”.
“Todos se felicitaron unos a otros porque todavía estaban vivos”, dijo Yoshitake, poco antes de morir, cuando sus fotografías y películas vieron la luz pública luego de haber sido recuperadas Peter Kuran, un viejo creador de efectos especiales de Star Wars, en 1976. Con este material desclasificado, Kuran hizo un documental, Trinity and Beyond: The Atomic Bomb Movie (1995) y un libro, Cómo fotografiar una bomba atómica (2006).
“Recuerdo que uno de los muchachos incluso sacó puros y los repartió”, agregó Yoshitake. Los voluntarios estaban felices de estar vivos y celebraban. “Amigos, fue una emoción maravillosa ver entrar ese interceptor, ese cohete irse a la cuenta cero”, dijo uno. “Esta cosa se disparó con un destello blanco. Fue simplemente hermoso”.
El cohete nuclear que detonó sobre sus cabezas representaba, en términos de capacidad destructiva, el 12,5 por ciento de la bomba lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, que mató en el acto a más de 80.000 personas, dejando otras tantas heridas.
Los voluntarios que vieron el estallido fueron el coronel Sidney Bruce, el teniente coronel Frank P. Ball, el mayor Norman “Bodie” Bodinger, el mayor John Hughes y Donald Allen Luttrell. Solo este último llegó a viejo.
“Una hazaña extremadamente peligrosa que no se logró antes ni después”, describe el obituario de Luttell, que murió en 2014 a los 90 años. Sus compañeros no tuvieron la misma suerte.
La era atómica
Con el final de la Segunda Guerra Mundial y los ataques atómicos a Hiroshima y Nagasaki, los ensayos nucleares de las principales superpotencias se aceleraron vertiginosamente.
Los Estados Unidos y la Unión Soviética detonaron cientos de armas nucleares antes de firmar el Tratado de Prohibición Parcial de Pruebas en 1963, que restringía las pruebas nucleares en superficie.
En ese contexto, Yoshitake hacía su trabajo como miembro de un equipo súper secreto de cineastas contratados por el Gobierno. Desde 1947, documentó al menos 30 pruebas nucleares.
El recuerdo de su primera prueba de bomba de hidrógeno en el Pacífico lo acompañó hasta su muerte. “El resplandor púrpura en el cielo era tan espeluznante”, recordó en una entrevista con The New York Times. “Ni siquiera estábamos cerca, a unos 30 kilómetros de distancia. Llenó todo el cielo. Era aterrador, creeme”.
Otros ensayos fueron todavía más estremecedores. En una oportunidad, los científicos dispusieron a diferentes distancias de la detonación un grupo de cerdos para experimentar los efectos de la bomba en sus cuerpos. Esta vez, Yoshitake estaba a unos diez kilómetros de la explosión. “Se podía oler la carne quemándose. Si fueran humanos habrían sufrido terriblemente”.
En 1955, el fotógrafo de ascendencia japonesa comenzó a trabajar para el estudio Lookout Mountain Lab de Los Ángeles que, contratado por el gobierno estadounidense, registró centenares de detonaciones atómicas, tanto atmosféricas como subterráneas. “Yo había sido camarógrafo de películas en Panamá y Washington, y cuando vi que Lookout Mountain estaba buscando más camarógrafos, presenté una solicitud”.
Como cualquier estudio de Hollywood, Lookout Mountain Lab tenía contratados medio centenar de cineastas y fotógrafos para documentar las pruebas que se realizaban en lugares inhóspitos como Bikini, en las Islas Marshall, o en el desierto de Nevada.
El valor científico pero sobre todo simbólico del material registrado fue de tal magnitud que las autoridades decidieron clasificarlo y no volvió a ver la luz sino hasta 35 años después cuando, en 1997, Hazel Reid O’Leary, secretaria de Energía del gobierno de Bill Clinton, pidió la desclasificación de todos los archivos.
Parte de ese material tomó Peter Kuran para hacer su impactante libro y el documental que, entre otras cosas, sacó de las sombras el trabajo de cientos de personas anónimas, como los voluntarios de la fuerza aérea o como el fotógrafo Akira George Yoshitake quienes, sin ningún tipo de protección especial, se expusieron a la implacable e invisible lluvia de partículas radiactivas.
Kuran los llamó “patriotas anónimos”, porque nadie escapa ileso de una explosión nuclear, ni siquiera quienes filman de lejos. Las explosiones del pasado siguen causando problemas de salud en la actualidad, de acuerdo con un trabajo de Business Insider elaborado con cifras del Instituto Nacional del Cáncer de 1997, el cual determinó que las 56 detonaciones nucleares realizadas en Nevada entre 1952 y 1957 contaminaron con altos niveles de yodo-131 radiactivo varios kilómetros a la redonda. Esa podría ser la causa de entre 10.000 y 75.000 casos de cáncer de tiroides.
Cuando las consecuencias de las explosiones en territorio estadounidense se hicieron cada vez más evidentes, el Congreso sancionó la Ley de compensación por exposición a la radiación, en 1979, por iniciativa del senador Edward M. Kennedy, que establecía una reparación “por los daños que surjan de ciertas pruebas nucleares realizadas en el sitio de pruebas de Nevada a personas que residieron en el área afectada”, entre otros lugares como “la mina de uranio en Colorado, Nuevo México, Arizona o Utah”.
En 1992 se actualizaron los montos: el gobierno estadounidense debía pagar 50.000 dólares a las personas que pudieran haberse visto expuestas a la radiación en Nevada, 75.000 dólares a los trabajadores que participaron en esas pruebas y 100.000 dólares a los transportistas encargados de manipular material radiactivo.
En 2010, cuando la verdadera historia de los ensayos nucleares llegó hasta el último rincón de los Estados Unidos, Yoshitake tenía 80 años y era uno de los pocos protagonistas que aún seguía con vida.
Como si fuera un veterano de guerra, había participado de la mayoría de las pruebas, como la célebre Operación Plumbbob realizada entre el 28 de mayo y el 7 de octubre de 1957, que consistió en 29 explosiones controladas, entre ellas la famosa detonación del cohete nuclear sobre la cabeza de los cinco voluntarios, cuya película filmó Yoshitake.
Cuando lo entrevistaron, dijo que la mayoría de los camarógrafos que registraron pruebas nucleares murieron de cáncer, pero aclaró que no estaba seguro de que estos padecimientos hubieran estado relacionados con las explosiones.
Él también sufría la enfermedad, pero murió de otra cosa. Un ACV se lo llevó repentinamente, el 17 de octubre de 2013, a los 84 años.
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