Una y otra vez, en escenarios o en salas de instituciones médicas, ella mostraba su capacidad de soportar grandes dolores mientras permanecía serena
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“¡La sensación de la era!”, “¡La mujer que se ríe de la muerte!”, “¡No la puedes matar!”, decían los anuncios promoviendo su show a finales del siglo XIX. Pero más allá del espectáculo, Evatima Tardo, fue un enigma para la ciencia.
Quien era “sin duda la mujer más extraordinaria y extraña del mundo”, según el New York Times en 1897, era “conocida por la fraternidad médica por años y ha sido un misterio para los miles de doctores en el Continente y en Estados Unidos que la han visto”.
Lo que habían visto, tanto los científicos como el público en general, era no sólo impresionante sino también inexplicable. Una y otra vez, en escenarios o en salas de instituciones médicas, los presentes eran testigos de su capacidad de soportar potentes venenos y graves lesiones, mientras permanecía serena.
No sólo eso. “En una hora o dos, las heridas se curan”. “Además controla la circulación de su sangre”, continuaba informando el New York Times. “Le pueden hacer un corte en donde no hay manera que un cirujano detenga el flujo de la sangre. La señorita Tardo, sin embargo, puede detenerlo en un segundo y luego permitir que la sangre vuelva a fluir”.
En el escenario
Aunque es aconsejable leer los diarios del siglo XIX con sano escepticismo, “me parece poco probable que todos los periodistas estuvieran mintiendo sobre lo mismo, que todos los doctores estuvieran errados y que hasta Houdini hubiera sido timado”, le dijo a BBC Mundo la escritora Bess Lovejoy, quien ha investigado la historia de Evatima Tardo.
Una historia que inspiró, además de pasajes en libros que trataban de explicar lo inexplicable, innumerables artículos en varios diarios que reportaban sobre lo que pasaba en sus shows y sobre los experimentos que se hacían lejos de la mirada del público general, con declaraciones de los doctores que la examinaban en ambos entornos.
En su artículo “El extraordinario cuerpo de Evatima Tardo” escrito para Wellcome Collection, Lovejoy nos transporta a un día de 1898 en Chicago en el que Evatima Tardo, una “joven pálida de cabello oscuro”, llegó al teatro “vestida con un abrigo largo negro y un vestido de seda negro escotado”.
En el escenario “metió las manos en una caja y el silbido de las serpientes de cascabel se elevó por el pasillo. Una hundió los dientes en su brazo desnudo; un médico gritó: ‘¡Dios mío!’ pero Evatima no se inmutó, sacó tres más y sonrió beatíficamente mientras hundían sus colmillos en su carne”.
Ser mordida por una serpiente cascabel, le dijo Evatima Tardo al diario Inter Ocean de Chicago, “es tan excitante como tomarse un whisky” y el whisky, aclaró, no la emborrachaba. Podía tomarse un cuarto de galón sin sentir sus efectos.
Tras recibir sonriente los feroces ataques de cascabeles y cobras, la inusual mujer guardaba los reptiles en sus cajas y avanzaba hacia una cruz “incompleta, pues tiene solo un brazo”, reportó el Topeka State Journal el 19 de febrero de 1898.
“La señorita Tardo dice que podría soportar que le clavaran ambas manos y pies; no lo hace, sin embargo, por temor a ofender a aquellos con fuertes creencias religiosas”. Cuenta que Tardo había sido “clavada a esa cruz, por tercera vez en dos días” frente a “más de mil personas”, entre ellas varios médicos que fueron invitados a la plataforma, “examinaron los clavos, el martillo, la cruz y la mujer (...) y se mantuvieron cerca mientras los clavos extragrandes atravesaron su pie izquierdo y mano derecha, fijándolos a la madera”.
“Luego se frotaron los ojos para confirmar que lo que veían era cierto, se pellizcaron para probar que estaban despiertos y finalmente declararon que se trataba de un capricho de la naturaleza, como ninguno registrado jamás en la historia médica”.
Relata que le siguieron clavando objetos punzantes en su cuerpo mientras ella sonreía y charlaba con quienes se acercaban a observarla, y que permaneció en su media cruz desde las 8 hasta las 11 de la noche, sin mostrar signos de fatiga.
A ella lo que desconcertaba a los doctores y estremecía al público, la entretenía: “Yo más bien disfruto al ser crucificada. Me divierte ver los rostros horrorizados de mis espectadores. Hay más de diez desmayos en cada sesión, pero siempre vuelven a verme”.
En el laboratorio
Aunque el escenario era distinto, lo que sucedía cuando le hacían pruebas científicas era igual de sorprendente. “Cultivos tan mortales como los de gérmenes de cólera, difteria, tisis (tuberculosis) y fiebre tifoidea han sido inyectados en su sangre pero ella no le teme al contagio pues nunca le han dado problemas”, reportó el New York Times.
El Inter Ocean informó el 30 de enero de 1898, que “científicos médicos de Chicago” habían estado estudiando a Tardo. “Un día, la semana pasada, la señora Tardo se sometió a un experimento en el Colegio Médico Rush, donde el doctor J. M. Dobson le hizo el test”.
Lo que hacían era inyectarle veneno de serpiente cascabel y, en esa ocasión, Dobson “raspó el veneno de la herida y se lo inyectó a una rata, matando al roedor en menos de 10 minutos”. Cuentan que en el Colegio Médico de Mujeres habían hecho un experimento similar con un gato, y los resultados fueron los mismos: muerto el animal, viva Evatima Tardo. Otros doctores se disponían a hacer más experimentos, mientras que la mujer que tanto les intrigaba le ofreció a los periodistas una respuesta al interrogante que ocupaba a los científicos.
Una cobra
Contaba era que cuando tenía 5 años de edad, en su nativa isla caribeña de Trinidad, la mordió una cobra -nombre que se le da a muchas de las víboras más peligrosas que existen-, pero que “la mordedura tuvo el efecto de una poción fuerte para dormir”.
Tras pasar varias horas inconsciente se recuperó y más tarde descubrió que era inmune al veneno de todo tipo de reptiles. “Ella explica que la víbora debió haber tenido solamente suficiente veneno para inocular su sistema, teniendo el mismo efecto que la inoculación moderna contra enfermedades infecciosas”, reportaba el Inter Ocean, una explicación con la que concordaban algunos de los médicos que intentaron resolver su caso.
De hecho, se sabe de casos similares, aunque no con una sola mordida: el legendario director del Serpentario de Miami, Bill Haast, quien murió en 2011 a los 100 años tras haber sido mordido más de 170 veces por serpientes, convirtió su propia sangre en un antídoto inyectándose pequeñas cantidades de veneno todos los días durante décadas, y las transfusiones de su sangre salvaron al menos a 20 personas.
La experiencia con la cobra le sirvió a otro doctor, William J. Byrnes, quien la examinó en Minneapolis, a explicar incluso su incapacidad de sentir dolor. “Atribuyo su condición anómala actual a la mordedura de cobra que recibió cuando era niña. Esa mordedura paralizó los nervios sensoriales e inoculó su sistema con el veneno”, escribió en un comunicado de prensa.
Algunos pensaban que quizás su sistema nervioso funcionaba de una manera diferente a lo normal. Otros, como el The Pacific Coast Journal of Homeopathy, sospechaban de mañas más turbias.
“Pasa unos veinte minutos preparándose en silencio antes de realizar sus hazañas, y esto lleva a sospechar que la posibilidad de que la cocainización sea la causa de su falta de sensibilidad o tal vez que el suyo sea un caso de autohipnotización”.
No fueron los únicos en pensar que se valía de una combinación de anestésico y fuerza de voluntad, “antes de concluir que no había un anestésico en la Tierra lo suficientemente fuerte”, señala Lovejoy. Hoy hay otra explicación posible a su falta de sensibilidad que no estaba al alcance de los médicos de la época: se han identificado genes asociados con una insensibilidad congénita al dolor.
¿Trucos?
“A mí me gusta que sea un misterio”, confiesa Lovejoy. “Pero si me obligaran a explicar su caso, lo único que podría decir es que quizás era una combinación de insensibilidad congénita al dolor, inoculación desde temprana edad, alguna condición que le permitía curarse muy rápido, más algún elemento de magia escénica... pero ¿cómo controlaba la circulación?”.
Pero ¿qué hay de la posibilidad de que se valiera de esa “magia escénica”? Un experto en ese campo que la observó de cerca para descubrir su secreto fue el mago Harry Houdini, quien actuó en ella Museo Dime de Kohl & Middleton en Chicago “cuando la gran estrella era Evatima y él aún no era famoso”.
El que se convertiría en uno de los ilusionistas más grandes de la historia estaba ya desde entonces interesado en descubrir cómo otros artistas hacían sus trucos y atento a los fraudes. Pero respecto a Tardo declaró que “no había absolutamente nada falso adjunto a su sorprendente actuación”.
“Mi afirmación puede tomarse con toda seriedad por la sencilla razón de que trabajé a menos de 12 pies (unos 3,5 metros) de ella”, escribió en su libro de 1920 “Traficantes de milagros y sus métodos”, en el que destapó los engaños de algunos de los espectáculos de la época.
Ante tal enigma, la gente llegó a preguntarse si sería inmortal, y los médicos respondían sin pudor.
Había, informó el New York Times, “tres maneras que terminarían con la vida de la misteriosa mujer”.
“La penetración de los centros ganglionares, justo sobre el corazón, resultaría en muerte instantánea. Los científicos creen que una lesión directa en el cerebro o la médula espinal también destruiría su vida”.
Al final, lo que la mató fue lo mismo que tristemente sigue cobrándose la vida de muchas mujeres en el mundo: un hombre.
Siempre feliz
Fue lo que por mucho tiempo se llamó “crimen pasional”, restándole responsabilidad al perpetrador, y que hoy se llama “feminicidio”.
Una tarde de mayo de 1905, Evatima estaba tomándose unas copas en el Arkansaw Club, un bar donde vivía con el propietario Hal B Williamson, cuando llegó un hombre llamado Thomas McCall.
Estaba enamorado de ella, pero ese día una adivina le había dicho que otro hombre se interponía en su camino.
Enfurecido y borracho, McCall le disparó a Williamson y Tardo y, unas horas después, se suicidó.
A Evatima Tardo, que para entonces tenía 34 años, una bala le atravesó el corazón. Probablemente no le dolió.
“Algunas personas piensan que soy desafortunada. Yo creo que soy bendita. Nunca he tenido un día de enfermedad en mi vida. Nunca sentí un dolor en mi vida; no sé qué es el dolor. Siempre estoy feliz, nunca triste”, dijo alguna vez.
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