El testimonio de los jóvenes que buscan llevar al viejo continente y la tarea de rescate de una organización; las historias detrás de su intento por dejar África
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Mientras el gigantesco barco de salvamento rojo y blanco navega por el mar Mediterráneo, el horizonte se ve interrumpido por la imagen de un bote hinchable azul oscuro, repleto de cabezas que se balancean.
Los rescatistas de la ONG SOS Mediterranée se ponen cascos y chalecos salvavidas y salen disparados hacia el lugar en lanchas rápidas. Suben a los migrantes rápidamente a bordo uno por uno, contándolos.
Apenas han pasado dos semanas desde el naufragio en el que cientos de migrantes murieron frente a las costas griegas.
Los niños y jóvenes, la mayoría de Gambia, llevan en el mar 15 horas y han recorrido 54 millas náuticas desde la ciudad libia de Castelverde, cerca de Trípoli. Están angustiados.
Algunos aseguran luego que, poco antes de que llegaran los rescatistas, casi se había desatado una pelea a bordo del abarrotado bote. Algunos estaban decididos a seguir adelante, mientras que otros suplicaban que se dieran por vencidos y que lo intentaran de nuevo más tarde. A uno se le cayó el teléfono al mar en el tumulto.
Uno de ellos viste la camiseta azul pálido del Manchester City, otros llevan iPhones. Pocos trajeron agua o comida. Muchos no saben nadar, y solo llevan unas cámaras de aire de neumáticos para usar como flotadores en caso de que terminen en el mar.
El pánico se desata durante el rescate cuando un barco de la guardia costera libia aparece en el horizonte. Muchos de los chicos ya han sido llevados de vuelta a Libia en otras ocasiones por la guarda costera, a la que la Unión Europea ha proporcionado barcos, formación y financiación.
Algunos de los migrantes sonríen mientras se sientan en la lancha rápida de rescate; uno incluso se toma un selfie con su teléfono. Otro relata después que cuando agarró la mano de uno de los rescatistas, pensó: “Ahora he entrado en Europa”.
El grupo regresa rápidamente al barco de SOS Mediterranée, el Ocean Viking, donde se someten a controles médicos y reciben ropa nueva y bolsas con provisiones como cepillos de dientes.
La ONG alerta a las autoridades italianas, que asignan rápidamente la ciudad sureña de Bari como puerto de desembarque, diciéndoles que se dirijan allí “sin demora”.
La orden responde a una nueva ley que requiere que dichos barcos se dirijan inmediatamente a un puerto en lugar de continuar patrullando en busca de más barcos de migrantes.
A Bari se tardará casi tres días en llegar.
El barco cuenta con instalaciones médicas, y ha habilitado zonas para alojar a los migrantes en la cubierta. Muchos de ellos hablan inglés, aunque todos sus nombres han sido cambiados.
Los migrantes aseguran que no ignoraban los riesgos a los que se enfrentaban. Muchos dicen que este no fue su primer intento de llegar a Europa: algunos incluso se habían visto al borde de la muerte cuando fueron rescatados y llevados de vuelta a Libia.
“Lo he intentado siete veces”, confiesa un joven de 17 años.
Cada uno de ellos tiene amigos que han muerto intentando el mismo viaje. Algunos también siguieron por redes sociales la noticia del desastre griego, uno de los naufragios de migrantes más mortíferos de los últimos años, en el que se cree que murieron hasta 750 personas, ocurrido apenas dos semanas antes. Esos migrantes también habían zarpado desde Libia.
Según uno de ellos, la noticia no le desanimó, ya que cree que esos migrantes tendrían la misma mentalidad que él.
“O llegas a Europa o mueres en el mar”, asegura el adolescente. “Solo hay dos opciones”.
SOS Mediterranée había recibido la alerta sobre la lancha neumática de Alarm Phone, una línea de ayuda de emergencia para migrantes en el mar, y de la agencia fronteriza europea Frontex.
Más del 80% del grupo son menores no acompañados. Muchos de los muchachos habían comenzado su viaje años antes, cuando se fueron de casa con la esperanza de ganar dinero para enviar a sus familias.
Muchos dicen que han perdido a uno o ambos padres y, como hijos mayores de sus familias, se sienten responsables de mantener a sus seres queridos.
En su mayoría son de Gambia, a más de 3.200 kilómetros al suroeste de Libia.
Gambia es uno de los países más pobres del mundo, y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) asegura que los gambianos han emigrado en mayor proporción que ningún otro país africano en los últimos años.
Según sus datos, entre 2015 y 2020, más de 32.000 gambianos llegaron a Europa a través de lo que se conoce como migración “irregular”. Aseguran que un número similar llegó entre 2020 y 2022.
El Mediterráneo central es la principal ruta migratoria hacia la Unión Europea. Frontex detalla que en los primeros cinco meses de este año, el número de cruces detectados -50.318- más que duplicó los registros del mismo período en 2022. Es la cifra más alta registrada desde 2017.
Contrabandistas
Aliviados por estar en un barco rumbo a Europa, los muchachos se relajan lo suficiente como para contar cómo llegaron allí.
Tomaron diferentes rutas para llegar a Libia, utilizando redes de contrabandistas que les ayudaron a cruzar varios países desde el oeste de África hasta la costa norte.
Suma, de dieciocho años, relata que su viaje comenzó cuando se puso en contacto con un “agente” en la cercana Mali, con quien planeó el inicio de su viaje a Europa, que pasaría por Argelia hasta Libia. En el camino, asegura que los traficantes lo ataron, lo golpearon y le negaron comida.
Ninguna de las personas con las que había viajado a Libia estaba en el barco con él, y la BBC no pudo verificar de forma independiente sus afirmaciones, pero otros chicos cuentan historias similares.
En el tiempo que el Ocean Viking tarda en llegar a tierra, los migrantes se adaptan a la vida en el barco, juegan al fútbol, a las cartas, al Conecta Cuatro y bailan al ritmo de la música que suena en un altavoz.
Hay un momento de emoción cuando les devuelven la ropa con la que viajaron. Examinan una gran pila para encontrar sus propios artículos y los llevan a cubos de agua con jabón para lavarlos, antes de colgarlos en cuerdas para que se sequen.
Para muchos, estas prendas son sus únicos artículos personales; todo lo demás tuvo que dejarse en casa o en Libia.
La vida en el barco marca un cambio radical con respecto a la forma en que vivían antes de zarpar.
En Libia, aseguran que vivían en recintos controlados por los contrabandistas mientras intentaban juntar el dinero para cruzar el Mediterráneo. Muchos dicen que este tramo del viaje les costó 3.500 dinares libios (US$727).
El padrastro de Suma le envió parte del efectivo, y otro chico dice que su familia había pedido un préstamo para ayudar a financiar el viaje.
Otros hacen referencias vagas sobre haber trabajado para los contrabandistas.
“Este viaje no lo pagué... así que tengo mucha suerte”, afirma uno. “Trabajaba con el hombre. Le ayudé a organizar las cosas”.
Muchos de los adolescentes aseguran que también pasaron meses en centros de detención libios después de ser detenidos por la guardia costera libia cuando intentaron cruzar. Allí dicen que los torturaron y les dieron poca comida. Muchos de ellos tienen sarna.
Cuando lograron reunir suficiente dinero para cruzar el Mediterráneo, los migrantes contactaron a los agentes para hacer los preparativos.
Suma explica que ha aprendido a no confiar en ellos: “Lo que te dicen y lo que hacen es algo diferente la mayor parte del tiempo”.
Según él, le dijeron que lo llevarían en un barco con unas 55 o 60 personas a bordo, sin embrago se encontró con una pequeña balsa neumática con entre 80 y 90 pasajeros.
“Hay que creer y dejarlo todo en manos de Dios. Y todos tienen que subir a ese bote de goma”, señala.
Adama cuenta que estuvo en un barco con unos 125 ocupantes que naufragó. Él fue uno de los 94 sobrevivientes.
“Vi a mi amigo morir. Ayudé a muchos pero no pude ayudarlos a todos... los vi, se iban”.
A medida que el barco se acerca a la costa italiana, la esperanza crece, pero también algunos rastros de arrepentimiento. Suma dice que extraña su hogar, pero que sería una “humillación” para él regresar después de haber pedido dinero prestado a sus seres queridos para el viaje.
“Es una deshonra”, confiesa.
Algunos sabían muy poco sobre el plan de su peligroso viaje o hacia dónde se dirigían, más allá de la promesa de Europa, mientras que otros tenían la mente puesta en atracar en la isla italiana de Lampedusa, un punto de entrada habitual para los inmigrantes.
Varios también reconocen que siempre confiaron en ser recogidos en el mar por el Ocean Viking de SOS Mediterranée, y que no creen que hubieran podido llegar solos hasta Italia.
Un adolescente asegura que rastreó el barco en su teléfono antes de partir.
“Me gustan las redes sociales, también los rastreadores de barcos, los tengo todos en mi teléfono. (Antes de partir) miré el clima y (dónde están) los barcos de rescate”, reconoce.
Quienes critican a grupos como SOS Mediterranée, argumentan que actúan como un factor de atracción que anima a los inmigrantes a realizar viajes peligrosos.
Sin embargo, SOS Mediterranée asegura que el hecho de que ellos patrullen o no no afecta al número de travesías de migrantes.
“La gente se va sin importar que haya barcos o no”, sostiene Claire Juchat, responsable de comunicación de las operaciones.
Agrega que, en las 72 horas que siguieron al rescate de los adolescentes, cuando no había ningún barco de ONG patrullando, 5.000 migrantes llegaron a la isla de Lampedusa.
También señala que la mayoría de los rescates son realizados por las autoridades.
Según cifras de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, más de 64.000 personas han llegado a Italia cruzando el Mediterráneo Central en lo que va de año. Más de 1.000 de ellos eran de Gambia.
Los adolescentes aseguran que ven a Europa como un lugar de seguridad y estabilidad, donde pueden volver a la escuela y conseguir un buen trabajo.
En el barco, la tripulación imparte al grupo una lección de italiano básico, mientras ellos, sentados en la cubierta, toman notas cuidadosamente y repiten frases.
Si bien algunos tienen amigos que cruzaron antes que ellos y han compartido detalles de sus nuevas vidas, Europa es principalmente una idea abstracta para los migrantes. Gran parte de su conocimiento se basa en sus equipos y jugadores de fútbol favoritos.
“Quiero ser futbolista. Como Ronaldo”, dice uno. “¡Marcus Rashford!”, exclama otro. Muchos están emocionados de desembarcar en Italia, el país de la liga Serie A y su nuevo campeón, el Napoli.
Pero su futuro sigue siendo incierto.
Cuando el barco atraca en el puerto de Bari, los adolescentes, que anteriormente habían estado cantando y bailando en la cubierta, se quedan en silencio, agarrando mantas grises y documentos para presentar a las autoridades. Algunos tiemblan mientras esperan ser llamados.
Son recibidos en el puerto por sanitarios y funcionarios fronterizos, así como por trabajadores de la Cruz Roja y de Naciones Unidas. A algunos se los llevan en ambulancias pediátricas para recibir tratamiento sanitario. A otros los suben a autocares para llevarlos a instalaciones de acogida, donde se someterán a más evaluaciones.
Sara Mancinelli, encargada de operaciones de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, que también viaja en el barco, explica que su derecho a permanecer en Europa estará determinado por sus circunstancias individuales.
“Aunque en su país no haya guerra ni sufran persecución, pueden tener alguna razones por las que se les reconozca algún tipo de protección”, señala.
Chiara Cardoletti, representante de ACNUR para Italia, asegura que debido en parte a un “impresionante aumento de las llegadas”, la capacidad de recepción en el país es “actualmente insuficiente para responder a las necesidades de los migrantes no acompañados y otros”.
Por Alice Cuddy
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