El internado para varones en la ciudad de Windsor, Reino Unido, capturó la imaginación británica en películas, libros y programas de televisión durante décadas
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A unos pocos kilómetros de Heathrow, el aeropuerto más transitado de Europa, se encuentra la escuela más famosa de Reino Unido, Eton College, un internado para varones en la ciudad de Windsor que capturó la imaginación británica en películas, libros y programas de televisión durante décadas. ¿Por qué?
¿Será porque Eton es el crisol para generaciones de líderes políticos, con 20 de los 57 primeros ministros británicos educados allí, incluido el primero, Robert Walpole, y el reciente Boris Johnson? Solo eso ya le da un nivel de fama que se perpetúa a sí mismo.
¿O será por la larga historia de la escuela (fue fundada hace casi 600 años), el precio de una educación allí (US$58.000 al año), sus tradiciones o incluso su uniforme, que incluía sombreros de copa hasta la década de 1960 y sigue siendo un frac?
Estos elementos fomentan la mitificación y la sensación de que la escuela es un mundo aparte, una fantasía ficticia de la educación superior que se transmite de generación en generación de familias cuya riqueza, como dijo el antiguo escritor etoniano James Wood, “se extendía tan atrás que el origen de su prosperidad era invisible”.
Okwonga mismo instó a su madre a que lo enviara a Eton tras ver la escuela en un documental de televisión y visitarla en un viaje escolar. “Era consciente de lo que te da la educación, dondequiera que vayas, incluso si sales de un país”, le dijo a BBC Culture.
Pertenecía a una familia de refugiados de clase media de Uganda y “pensé, este es el tipo de educación que te lleva a cualquier parte”. Además: comparte su cumpleaños (11 de octubre) con la fecha de fundación de la escuela. “¡Estaba destinado!”, dice.
Okwonga llegó a Eton lleno de ambición: sus memorias muestran cómo se tomó en serio su costosa educación, calculando que le estaba costando a su madre US$27 por día que estuviera allí. “Básicamente, dirigí o me uní a todas las sociedades que pude”, dice. “Mis días estaban llenos de listas de cosas por hacer que iba tachando”. Tan ocupado estaba que en los 5 años que estuvo en Eton, sólo fue a casa dos veces, a pesar de vivir “más cerca de casa que nadie en la escuela”.
La determinación que mostró Okwonga es una cualidad que se ve en los exalumnos que escalaron el grasiento poste de la política:“Nadie aquí nos dice jamás en voz alta que los habitantes de Eton son líderes naturales”, escribe en sus memorias. “Para eso está la arquitectura”.
Asociamos a Eton con la riqueza, porque son los exalumnos ricos y famosos quienes llaman la atención. Pero las historias que le dan sabor a los hechos son a menudo de ficción; aunque dado el escepticismo del mundo literario sobre el éxito material (el fracaso es más interesante), la interpretación que hace un novelista de los chicos de Eton puede ser poco halagadora, o peor.
Villanos y tontos
Un ejemplo es Bertie Wooster, uno de los personajes cómicos más vívidos de la literatura inglesa, narrador de la serie de novelas y cuentos cortos Jeeves de P.G. Wodehouse. El etoniano es un idiota amable, miembro menor de la aristocracia inglesa, un rico holgazán a quien su inteligente e infalible valet, Jeeves, saca de numerosos líos.
Por otro lado, está el villano archienemigo de Peter Pan, el Capitán Garfio (quien, por cierto, fue de Eton a Balliol College, Oxford, un camino seguido por Boris Johnson). Su educación se revela al final de la obra de JM Barrie cuando Hook salta hacia la muerte por cocodrilo, murmurando “Floreat Etona” (“Que florezca Eton”), el lema de la escuela.
Hook era, bromeó un rector de la escuela en 1927, “un gran etoniano, pero no uno bueno”, y en un discurso pronunciado en Eton ese año, Barrie señaló irónicamente que “quizás fue que en Oxford tuvo malas compañías - harrovianos” (Harrow es otra escuela con una historia similar a la de Eton).
Y ¿qué mejor representante ficticio podría tener Eton que el mayor espía del siglo XX, James Bond? Nuestro conocimiento del tiempo de Bond en la escuela es limitado, pero la novela de Ian Fleming, Solo se vive dos veces, incluye un obituario escrito por el maestro de espías M cuando se presume que Bond está muerto: “Debe admitirse que su carrera en Eton fue breve y mediocre y, después de solo dos trimestres, a consecuencia […] de un supuesto lío con una de las empleadas de los muchachos, se le pidió a su tía que lo sacara”.
La estadía del creador de Bond en Eton fue más larga pero no más distinguida. Ian Fleming tomó la ruta tradicional a la escuela (era hijo de un etoniano mayor del ejército), pero no tuvo un desempeño académico bueno y su madre lo sacó de la escuela antes de que no pudiera graduarse. Pero inició su carrera como escritor en Eton, publicando su primera historia en la revista escolar The Wyvern.
Fleming también nombró al villano de Bond, Blofeld en honor a un antiguo compañero de clase, pero sus sentimientos por Eton se resumen mejor en un trofeo que le dio a la Old Etonian Golfing Society: un orinal.
Fleming no es el único escritor que tiene una relación complicada con la escuela. George Orwell, quien asistió con una beca y cuya corbata de la vieja escuela no le quedaba del todo bien a un líder del pueblo, más tarde despreció a Eton y dijo que aunque estuvo “relativamente feliz” en la escuela, “no hice mucho trabajo y aprendí muy poco”.
En su ensayo de 1941, El león y el unicornio, escribió que “probablemente la batalla de Waterloo se ganó en los campos de juego de Eton, pero las batallas iniciales de todas las guerras posteriores se perdieron allí”.
“Uno de los hechos dominantes en la vida inglesa durante los últimos tres cuartos de siglo -continúa- fue la decadencia de la capacidad de la clase dominante”. La escuela, impertérrita, mantiene el Premio Orwell en su nombre, ofreciendo plazas totalmente financiadas “a niños talentosos cuyas oportunidades de vida han sido limitadas”.
Un lugar de extremos
Eton inspiró, incluso, a escritores que no asistieron a la escuela. John le Carré enseñó allí durante un año y lo describió como “un lugar de extremos” donde “se puede ver lo mejor y lo peor de la clase alta inglesa. Los buenos alumnos suelen ser brillantes [...] y te llevan al límite de tus conocimientos”.
“Los peores alumnos”, agregó, “proporcionan una visión única de la mente criminal”. Eso era una “riqueza” para un novelista, y Le Carré usó Eton como inspiración para la escuela ficticia Carne en su novela Asesinato de calidad. O tomemos el caso de Evelyn Waugh, el envidioso cronista de la clase alta, quien probablemente deseó haber ido a Eton en lugar del más humilde Lancing College.
En un típico acto de superioridad, envió allá a su personaje Sebastian Flyte en su novela más nostálgica, Retorno a Brideshead. “Gracias a Dios fui a Eton”, suspira Sebastian durante una oscura discusión filosófica entre familiares y amigos.
Sebastian, significativamente, comienza el libro como el epítome del glamour, pero sufre un declive a medida que avanza la historia. (Los sentimientos encontrados de Waugh hacia Eton también pueden haber sido influenciados por el hecho de que su primera esposa, también llamada Evelyn, tuvo una aventura con un exalumno de Eton).
Como indica este desfile de escritores, Eton fue un invernadero para el desarrollo literario. Al igual que Fleming y Orwell, el novelista estadounidense Paul Watkins comenzó a escribir en Eton, y cuenta en Stand Before Your God que ataba un lápiz al marco de su cama para poder garabatear ideas en la pared cuando se despertaba por la noche. Escribió los dos primeros borradores de su primera novela Night Over Day Over Night en Eton, cuando tenía 16 años: “La biblioteca de Eton tiene el borrador original, que escribí a mano”, dice.
¿Qué le enseñó Eton? “La nobleza en la búsqueda de un objetivo, no solo del objetivo en sí mismo”, le dice a BBC Culture. “Cuando salí al mundo, a nadie le importó que estuviera escribiendo libros hasta que esos libros se publicaron”. La lección más valiosa que Eton le enseñó “fue tener el coraje de hacer lo que sentía que estaba hecho para hacer, y no solo lo que otros querían que hiciera”.
Para Okwonga, fue una sensación de cumplir con las expectativas de la sociedad, pero también con las suyas propias, a partir de una educación tan privilegiada. “Sabía que era una oportunidad que muy pocas personas negras tienen. Y creo que la llevé toda mi carrera, esta sensación de ‘tengo que lograr algo, tengo que hacer que mi tiempo valga la pena’”.
“Una amiga que vive en los Estados Unidos me escribió ‘no desperdiciaste tu talento’, lo cual es algo muy poderoso, porque cuando vas a un lugar como ese es un gran privilegio, y lo sientes intensamente cada semana que estás allí. Sales al mundo y dices: ‘Tengo que hacer algo con esto’”.
*Por John Self
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