Etiopía: la guerra amenaza la estabilidad del Cuerno de África
BARCELONA.– Dos décadas después del alto el fuego entre Eritrea y Etiopía, la guerra vuelve a asolar Etiopía. Esta vez se trata de una conflagración civilentre las tropas del ejército federal y los combatientes afiliados al Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF), una región del nordeste del país. El conflicto amenaza no solo hacer descarrilar la transición pilotada por el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, sino la integridad del país, y podría agravar la inestabilidad en una región tan maltrecha como la del Cuerno de África.
La guerra estalló hace tres semanas después de que una base militar del ejército en Mekele, la capital de Tigray, fuera presuntamente atacada por milicianos del TPLF. El inicio de las hostilidades fue el corolario de una escalada de tensión entre el gobierno federal y el gobierno autónomo de Tigray, dominado por el TPLF. En septiembre, este partido decidió celebrar elecciones en su región desobedeciendo las instrucciones de Adis Abeba, que había optado por aplazar las elecciones generales hasta mediados del año próximo a causa de la pandemia. Desde entonces, el Ejecutivo federal considera ilegítimo al regional por haber surgido de unos comicios ilegales, mientras que el de Tigray tacha igualmente de ilegítimo al central por haber expirado su mandato constitucional.
Aunque el pueblo tigray representa poco más del 6% de los más de 110 millones de ciudadanos etíopes, el TPLF desempeñó un papel central en la insurgencia contra el régimen del dictador comunista Mengistu Haile Mariam, y tras su caída, en 1991, el partido pasó a dominar la política etíope liderando una coalición de diversos partidos. En 2018, después de dos años de revueltas populares, especialmente en la región de Oromía, Abiy Ahmed asumió el poder con la intención de liberalizar el sistema. El nuevo primer ministro renovó las bases alianza gubernamental, y el TPLF sostiene que lo excluyó del poder, lo que constituye raíz del conflicto actual.
Gracias a la firma de la paz con Eritrea, Ahmed obtuvo el Premio Nobel de la Paz de 2018 y goza de una buena reputación a nivel internacional. Sus seguidores argumentan que es un reformista que pretende democratizar el país y que sus medidas están destinadas a fortalecer el Estado central para hacerlo más sólido y eficiente. Sus detractores, como el TPLF, pretenderían tan solo mantener los privilegios que se arrogaban durante el antiguo régimen.
Por su parte, el TPLF argumenta que Ahmed ha puesto en marcha una política de centralización del poder con el fin de convertirse en un nuevo dictador. Además, denuncian que su objetivo no es solo desarticular el TPLF, sino reprimir a la entera nación tigray. Como prueba de ello, señalan la destitución de diversos funcionarios de las instituciones federales originarios de Tigray, así como el arresto de decenas de ciudadanos de esta etnia residentes en otras zonas del país. Con las comunicaciones cortadas en la región, es difícil verificar las alegaciones de ambos bandos, que incluyen masacres contra civiles e incluso denuncias de crímenes de guerra.
En un intento de hacer sonar las alarmas de la comunidad internacional, algunos expertos han comparado la situación en Etiopía con la de Yugoslavia a inicios de los años 90. Al igual que en el Estado balcánico, en Etiopía conviven diversas etnias (unas 80) y los conflictos de tipo nacionalista en diversas regiones se han disparado después de la caída de un régimen represivo que había sofocado este tipo de demandas. Aunque el país se constituye como Estado federal, e incluso reconoce a sus diversas entidades autónomas el derecho a la secesión, no existe un consenso respecto de la distribución de poderes entre los diversos niveles administrativos. Por esta razón, una prolongación o intensificación de las hostilidades en Tigray podría provocar la implosión del país.
Las consecuencias del descenso de Etiopía en el caos afectarían al entero Cuerno de África. De hecho, el TPLF ya bombardeó el aeropuerto de Asmara, la capital de Eritrea, alegando que este país prestaba su apoyo a Adis Abeba. De momento, el conflicto ya ha segado la vida de centenares de personas y ha provocado la llegada de una ola de refugiados formada por decenas de miles de personas a Sudán, un país que, como su vecino Sudán del Sur, experimenta una delicada transición no exenta de peligros ni de tensiones regionales. Ahora bien, quizás el país que podría verse afectado de una manera más negativa es Somalia, donde se hallan desplegados más de 4000 soldados etíopes con la misión de asistir a las autoridades somalíes en su lucha contra la insurgencia del potente grupo jihadista Al-Shabab.
Así las cosas, la comunidad internacional presiona para que ambas partes firmen un alto el fuego y resuelvan el conflicto de forma negociada. No obstante, de momento, sus posiciones son antagónicas. Ahmed tacha a sus adversarios de "criminales" y confía en una pronta victoria militar, algo improbable a tenor de la experiencia de los combatientes del TPLF y el rugoso territorio de Tigray, apto para alojar guerrillas. Mientras, el TPLF exige la creación de un gobierno de transición en el que no figure Ahmed, algo todavía más difícil.
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