Estimada China, ¿de qué lado estás en Ucrania?
El gobierno de Xi Jinping parece estar aislándose de la realidad bélica, pero no puede estar desconectado del mundo globalizado por mucho tiempo; el crecimiento continuo de la nación asiática depende de estabilidad de los mercados, ahora sacudidos por las sanciones a Putin
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Cada día que pasa, la guerra en Ucrania se convierte en una tragedia más profunda para el pueblo ucraniano, pero también en una amenaza cada vez mayor para el futuro de Europa y del mundo en general. Hay un solo país que podría tener el poder de frenar esta tragedia ahora mismo, y no es Estados Unidos: es China.
Si anunciara que en vez de mantenerse neutral va a sumarse al boicot contra Rusia —o el menos condenar la invasión y exigir su retirada de Ucrania—, el golpe para Putin sería suficiente para detener esta salvaje guerra. O por lo menos impondría una pausa, ya que a Putin no le quedaría ningún otro aliado de peso, salvo por la India.
¿Pero por qué Xi Jinping habría de adoptar esa postura, que conspira contra su sueño de apoderarse de Taiwán como Putin intenta apoderarse de Ucrania? En pocas palabras, la respuesta es que las últimas ocho décadas de relativa paz entre las grandes potencias permitieron la rápida globalización del planeta y han sido la clave del vertiginoso auge económico de China y de la salida de la pobreza de unos 800 millones de chinos desde 1980. La paz ha sido extremadamente beneficiosa para China. Su crecimiento continuo depende de la capacidad de China para exportar y aprender de ese mundo de mercados libres en proceso constante de integración y modernización.
El pacto de Fausto con el diablo entre el Partido Comunista y el pueblo chino —el PCCh gobierna mientras el nivel de vida de la gente mejora sistemáticamente— depende en gran medida de la estabilidad de la economía y el comercio internacionales.
A los estrategas chinos atrapados en el viejo esquema de pensamiento —que cualquier guerra que debilite a los dos principales rivales de la China moderna, Estados Unidos y Rusia, es intrínsecamente buena— les diría lo siguiente: cada guerra trae consigo innovaciones (nuevas formas de luchar, ganar y sobrevivir), y la guerra en Ucrania no es la excepción.
De hecho, ya hemos visto tres “armas” desplegadas en formas nunca vistas o no vistas desde hace mucho tiempo, y China haría bien en estudiarlas, una por una. Porque si China no ayuda a detener a Rusia ahora, esas armas terminarán por someter a Putin —lo que significa que algún día podrían usarse contra China, en caso de que se apodere de Taiwán—, o dañarán tanto a Rusia que sus efectos económicos irradiarán hacia los cuatro puntos cardinales. Estas armas hasta podrían incitar a Putin a hacer lo impensable, usar armas nucleares, socavando o incluso destruyendo los cimientos globales sobre los que descansa el futuro de China.
La innovación más importante en esta guerra es el uso del equivalente económico de una bomba nuclear, desplegada simultáneamente por una superpotencia y por personas superpoderosas. Estados Unidos, junto con la Unión Europea y el Reino Unido, han impuesto sanciones que están paralizando la economía rusa, amenazan gravemente a sus empresas y licúan los ahorros de millones de rusos a una velocidad y un alcance que recuerdan a una explosión nuclear.
Putin ya se dio cuenta y lo dijo explícitamente el sábado: las sanciones impulsadas por Estados Unidos y la Unión Europea son “similares a una declaración de guerra”. (Y eso que todavía no sentiste ni la mitad, Vladimir).
La segunda innovación armamentística es la de un mundo totalmente interconectado, donde individuos, empresas y grupos de activistas sociales superempoderados pueden sumar sus propias sanciones y boicots, por decisión propia y sin que se los ordene ningún gobierno, profundizando el aislamiento y la asfixia económica de Rusia aún más allá del perjuicio que puedan infligirle los gobiernos nacionales. Estos nuevos actores —una especie de movimiento global ad hoc de solidaridad con Ucrania—, están cancelando colectivamente a Putin y Rusia. Podría ser la primera vez en la historia que un país tan grande y poderoso es cancelado políticamente y paralizado económicamente con tanta velocidad.
La tercera arma es novedosa y vieja a la vez, espiritual y al mismo tiempo emocional: Occidente ha redescubierto su voz. Frente al ataque burdo y primitivo de Rusia contra una democracia defectuosa pero con aspiraciones, como Ucrania, el mundo libre se despabiló. Estados Unidos y las sociedades liberales en general suelen parecer tontos y actuar divididos, hasta que dejan de serlo y parecerlo. Si no, pregúntenle a Adolf Hitler.
De la teoría a la práctica
Estas tres armas deberían ser suficientes para concitar la atención y el interés de China. Así que analicemos más detalladamente cómo funcionan esas armas en la práctica.
En su esfuerzo por disuadir a Putin de invadir Ucrania, el gobierno de Biden armó un demoledor paquete de sanciones económicas de fondo y amplio alcance, y le advirtió que seguir con sus planes implicaba jugárselo todo: la viabilidad económica de su país y de su régimen. Trágicamente, Putin apostó hasta los pantalones y las consecuencias han sido rápidas e implacables.
La Bolsa que cotiza en rublos no opera desde que las principales instituciones financieras de Rusia fueron sancionadas o expulsadas del SWIFT, como se conoce al sistema transacciones financieras globales, según informó la revista Barron’s, “pero las cotizaciones secundarias denominadas en dólares de las empresas rusas en Londres todavía se siguen negociando, y la destrucción de su valor de mercado es pasmosa”. El informe agrega que las acciones de Sberbank, el banco más grande de Rusia, “se derrumbaron más del 99% desde mediados de febrero, cuando sus acciones cotizaban a alrededor de 14 dólares”. El miércoles pasado, en las operaciones en la Bolsa de Londres, señaló Barron’s, “las acciones tocaron fondo en 1 centavo de dólar la unidad”.
El jueves, las agencias de calificación Fitch y Moody’s “rebajaron la calificación de Rusia seis escalones, a nivel ‘basura’, y agregaron que las sanciones occidentales pusieron en duda su capacidad para pagar la deuda y que debilitarían la economía”.
Desde las sanciones que le impusieron en 2014 tras la anexión de Crimea y el apoyo a los rebeldes del este de Ucrania, Putin fue acumulando reservas en oro y moneda extranjera por un valor de unos 630.000 millones de dólares, para blindar a Rusia de más sanciones globales y darle poder de fuego a su banco central para defender el valor del rublo. O eso pensó.
“Pero resultó que la estrategia de reservas de divisas de Rusia tenía una grave falla: casi la mitad del dinero estaba retenido en bancos en el extranjero, y ahora Rusia no puede acceder a esos fondos debido a las sanciones”, señaló Fortune. Conclusión: los ahorros en rublos de millones de rusos se están pulverizando.
A eso hay que agregarle las nuevas sanciones, los boicots y los puntos de presión provenientes de actores no estatales superempoderados. Mi favorito es Jack Sweeney, un estudiante de la Universidad de Florida Central de 19 años que creó la cuenta de Twitter @RUOligarchJets (“jets oligarcas rusos”) para rastrear los aviones privados de los multimillonarios rusos vinculados a Putin. “Si bien el joven de 19 años no es la única persona que ofrece tales servicios”, informó Bloomberg, “su cuenta se diferencia porque es de fácil acceso y ofrece una incitante ventana a la vida de los compinches de Putin.”
La cuenta sumó 53.000 seguidores en solo unos días y ya tiene casi 400.000: un solo pibe de 19 años, Jack Sweeney, les está haciendo imposible pasar desapercibidos y ocultar su riqueza mal habida a los oligarcas rusos.
Es la globalización de la indignación moral: desde un video en las redes sociales que muestra a soldados rusos disparando artillería contra una planta de energía nuclear ucraniana, a ese video en Facebook de un grupo de empleados que envían correos electrónicos a sus jefes, no para pedirles a que hagan algo, sino para decirles que si no hacen algo, empezarán a perder trabajadores y clientes.
Y eso está ocurriendo en empresas de todo el mundo. Poco después de que Putin invadiera Ucrania, la petrolera británica BP avisó unilateralmente que abandonaba sus operaciones en Rusia tras más de 30 años de de trabajar con una empresa petrolera rusa. Para Rusia es un tremendo golpe perder el talento en ingeniería petrolera de BP.
Ahora Rusia y los rusos sufren la cancelación desde todas direcciones —bailarinas y equipos de fútbol, empresas y orquestas— una cancelación impulsada cada vez más por individuos y pequeños grupos empoderados. Y cuando la maquinaria de la cancelación se pone en marcha a nivel mundial, es implacable. Como informó The New York Times la semana pasada, “Apenas un día después de que los organizadores de los Juegos Paralímpicos de Invierno aceptaran que los atletas rusos y bielorrusos participaran en la competencia, el comité giró sobre sus talones y prohibió la participación de los atletas de ambos países la víspera misma de la inauguración”.
Esas tres armas innovadoras, sin embargo, también entrañan graves peligros. Si la bomba nuclear económica que Estados Unidos y sus aliados acaban de detonar destruye la economía rusa tan rápido y a fondo como sospecho que lo hará, existe el peligro, por remoto que sea, de que Putin llegue a extremos mayores, incluso impensables, como lanzar una verdadera arma nuclear.
El segundo peligro —y algo que China debería tener especialmente en cuenta— es que si bien por crudas razones pragmáticas los Estados-nación pueden optar en algún momento por levantar sus sanciones, es posible que los actores no estatales no lo hagan, porque son organizaciones altamente descentralizadas.
Cuando Anonymous, el consorcio mundial de piratas informáticos, anunció que estaba intentando derribar algunos sitios web rusos, no fue por orden del gobierno: actuaron motu proprio o simplemente por sí solo. ¿Con quién tendría que comunicarse Rusia para que Anonymous acepte un alto el fuego?
Putin era un ignaro absoluto del mundo donde vivía, y apostó hasta los pantalones en el casino de la globalización del siglo XXI, donde, al final, la casa siempre gana, o directamente desaparece…
Hay señales de que China entiende al menos en parte esta nueva realidad: que en este mundo interconectado, ningún país, por grande que sea, está a salvo de ser cancelado. Pero el instinto inicial de China parece ser tratar de aislarse de esa realidad, en vez de dar un paso al frente para ayudar a revertir la agresión de Putin. ¡Buena suerte con eso! China no puede estar conectado y desconectada del mundo al mismo tiempo.
Por lo tanto, no solo espero que los líderes de China no apuesten sus pantalones a una toma relámpago de Taiwán. Espero que Pekín se una a Occidente y a gran parte del resto del mundo para oponerse a Putin. De hacerlo, China asomaría realmente como un verdadero líder mundial. De lo contrario, si elige el bando de los proscritos, el mundo será menos estable y próspero hasta donde alcanza la vista, especialmente China.
¿De qué lado estará Xi?
Por Tomas L. Friedman
Traducción de Jaime Arrambide
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