Las llamadas a la línea de quejas que mencionan roedores han aumentado marcadamente este año: están un 15% por encima de los niveles previos a la pandemia
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Diem Boyd estaba sentada afuera de un restaurante del barrio de Greenwich Village de Nueva York en septiembre, cuando una manada de ratas corrió apresuradamente entre sus pies.
“En pocos segundos todos dimos un salto”, dice. “Perdimos el apetito”.
Todo el mundo en Nueva York tiene una historia similar que contar, explica. “Estamos pasando por una completa y total explosión de ratas”.
“Las ves cuando sales de noche”, coincide Deborah González, que, como Diem, vive en la zona sudeste de Manhattan. “Cuando caminas por esta cuadra las vez corriendo de un lado a otro”.
Es difícil calcular las cifras precisas, pero las llamadas a la línea de quejas de la ciudad de Nueva York que mencionan roedores han aumentado marcadamente este año: están un 15% por encima de los niveles previos a la pandemia.
“Es obvio que Nueva York siempre ha tenido ratas”, señala Marcell Rocha, quien también vive en el vecindario, pero ahora “son más grandes y atrevidas, y te saltan enfrente. Son gimnastas, hacen volteretas”.
Entonces, ¿qué ha cambiado?
Diem, Deborah y Marcell echan la culpa de esta nueva plaga directamente a la moda de cenar al aire libre que se popularizó en la ciudad durante la pandemia, exhortando a mucha más gente a comer en mesas exteriores.
Cientos de calles en Nueva York están repletas -a ambos lados- de casetas construidas para ese uso, cambiando completamente el aspecto del paisaje urbano. Hay más de 11.000 nuevos sitios de comida al aire libre.
Algunos de estos locales cuentan con poco más de un marco y unos cuantos asientos, otros tienen estructuras más sólidas con piso, farolitos, macetas con flores y calentadores eléctricos.
Diem, Deborah y Marcell afirman que las casetas generan pilas “kilométricas” de bolsas plásticas negras de basura que se acumulan en las aceras y proporcionan la guarida perfecta para las ratas debajo de su entarimado.
Sin embargo, estos locales se han vuelto inmensamente populares entre la clientela en el último año y medio. De hecho, demasiado populares para los lugareños.
“Esto es un infierno por las muchedumbres y el ruido”, se queja Marcell. El sector del sudeste siempre ha sido un vecindario animado, pero este verano pasado se sintió como si estuviera “viviendo en un festival”, explicó.
Al inicio de la pandemia, el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, lanzó el programa “Restaurantes Abiertos”. Fue parte de una visión más amplia de una ciudad menos dominada por el tráfico automotriz y más enfocada en los residentes y visitantes. Pero, sobre todo, fue un salvavidas para la industria de la hotelería y los restaurantes.
Y mientras que el permiso inicial para montar áreas de comida al aire libre fue una medida de emergencia temporal, a finales de 2020, cuando el servicio interior empezó a reanudarse, el alcalde anunció que quería volver la comida al aire libre un modelo amplio y permanente.
“Restaurantes Abiertos fue un experimento grande y audaz en apoyo a una industria vital y al rediseño de nuestro espacio público, y funcionó, declaró Bill de Blasio.
“A medida que iniciamos un recuperación a largo plazo, estamos orgullosos de extender y expandir este esfuerzo para que Nueva York siga siendo la ciudad más vibrante del mundo”.
El Concejo Municipal -el ente electo que administra los asuntos de Nueva York -se encuentra actualmente en el proceso de debatir y votar el retiro de las regulaciones de gestión de suelo urbano que limitan la comida al aire libre.
Esa medida tiene enardecidos a Diem, Marcell y Deborah. Sostienen que no se ha realizado una evaluación apropiada del impacto de las casetas de los restaurantes. Ellos y otro grupo de más de doce residentes, han interpuesto una demanda para tratar de forzar a la ciudad a que analice más de cerca el efecto que tendrá una expansión permanente de la comida y la socialización al aire libre.
“Ese no era el plan”, arguye Deborah. Añade que cuando el programa de emergencia se lanzó, los residentes lo respaldaron, en aras de apoyar el sector de hotelería y los restaurantes que estaba en apuros. Pero ahora sienten que sus opiniones están siendo ignoradas.
Dice que las ratas, las multitudes, los vómitos y la mugre son muy molestas, pero también les preocupa el problema de los residentes más ancianos tratando de navegar las aceras congestionadas.
Los camiones de bomberos tienen que reducir la velocidad a paso de tortuga en las calles que tienen casetas de restaurantes, indica. Otras personas han hecho quejas similares, y en mayo el Departamento de Bomberos de la Ciudad de Nueva York tuiteó que las casetas los habían demorado en llegar a la escena de un incendio en un restaurante chino en el centro de Manhattan.
Desde el Barrio Chino hasta Queens, desde Brooklyn hasta Greenwich Village, los residentes están exigiendo una reevaluación del impacto del servicio de comida al aire libre.
Unos aseguran que está alterando el carácter fundamental de los vecindarios que antes no estaban dominados por una ruidosa vida nocturna. En otras zonas se están exacerbando los problemas exsistentes.
A medida que el tiempo se ha vuelto más frío, las casetas se han cubierto en láminas de plástico, acabando con el propósito original de salud y seguridad en una espacio bien ventilado. Ahora se ve grafiti escrito en las casetas, algunas de las cuales ya no están en uso y van cayendo en el abandono.
“Es como una favela”, señala Diem.
Pero no todos lo ven de esa manera.
Jacob Siwak, chef principal y dueño del restaurante italiano Forsythia, en frente de donde vive Deborah, encuentra exasperante la crítica contra el programa de comida al aire libre.
“Me parece una locura que la gente se esté enfocando en estas minucias, que pueden ser levemente negativas, cuando hay tantos aspectos radicalmente positivos”, sostiene.
Siwak dice estar seguro de que su restaurante ha añadido valor a toda la cuadra. “Y me permite emplear más gente. Tengo muchas personas de planta a las que puedo pagarles un salario adecuado para vivir en Nueva York”.
Hay reglas de qué tanto puede ocupar de la calle para poner su caseta, señala, el equivalente al ancho de un auto estacionado. De manera que piensa que las quejas sobre los vehículos de emergencia teniendo dificultades en pasar son “inválidas”.
Reconoce que Nueva York tiene un problema con la recolección de basura, pero asegura que las casetas de comida no son las culpables. Y su restaurante no está empeorando la situación. “Usamos platos de cerámica, servilletas de lino y cubiertos de metal. No estamos acumulando basura”, expresa.
Andrew Rigie, director ejecutivo de la Alianza Hotelera de Nueva York dice que volver permanente el programa de comida al aire libre podría ser el catalizador que la ciudad necesita para enfrentar el duradero problema de basura.
Los neoyorquinos dejan la mayoría de su basura al lado de la calle en bolsas de plástico negras para que sean recolectadas por firmas públicas o privadas -dependiendo de si es basura casera o comercial -un sistema que se ha visto interrumpido por la pandemia y las casetas.
Riggie concuerda con que el sistema necesita mejorarse, pero dice que eso no debería obstaculizar el servicio de comida al aire libre.
“La realidad actual es que los restaurantes y el público disfrutan de las cenas al aire libre. Hay demanda para volverlo permanente”.
Pero el programa temporal actual -establecido durante el auge de la crisis- no se volverá permanente. En cambio, se está forjando una nueva lista de estándares y regulaciones para abordar las preocupaciones de los residentes, incluyendo las prácticas de aseo, ruido nocturno y las actividades que serán permitidas.
“Tendrán las personas diferentes opiniones sobre si quieren o no diferentes tipos de actividad en la calle? Por supuesto. La ciudad de Nueva York es un lugar grande y complejo con muchos usos en competencia por el espacio público”, dice.
La ciudad informó que los principios clave del programa serán la accesibilidad, la apariencia -incluyendo limpieza e igualdad-, permitiendo la participación de todos los vecindarios, garantizando que los montajes de los restaurantes funcionen en el contexto y seguridad del vecindario, incluyendo el acceso para los vehículos de emergencia.
El Departamento de Transporte, que supervisará el programa permanente, y el Departamento de Planeación lanzaron una consulta pidiendo la opinión de los neoyorquinos sobre la mejor manera de lograr esas metas.
“El increíble éxito del servicio de comida al aire libre muestra cómo podemos imaginar de nuevo nuestro entorno urbano para mejor servir nuestros vecindarios”, declaró el comisionado del Departamento de Transporte, Hank Gutman.
Gutman dice que consultará con el público para “elaborar guías” que aumentarán el acceso y la seguridad y abordarán problemas como el ruido, horas de operación y aseo.
Pero muchos residentes permanecen profundamente escépticos. Dicen que la consulta no llegará a muchas partes de la comunidad, especialmente a aquellos que no son activos en Internet. Sostienen que el programa ha sido pobremente vigilado y piensan que lo mismo sucederá con uno nuevo.
Aún si se acuerdan y se controlan condiciones más estrictas, tienen sospechas de las fuerzas que actúan entre bambalinas.
“Esto ya no se trata de recuperación”, afirma Diem. “Doblar la capacidad de los restaurantes permitiéndoles el uso libre de las calles, significa que a los propietarios les están adjudicando la mayor expropiación de tierra pública en la historia de la ciudad de Nueva York”.
Podrán subir los arriendos y, como resultado de ello, favorecerán a los bares y restaurantes sobre los pequeños negocios, arguye, minando aún más el carácter de muchos vecindarios.
“Básicamente, ese es nuestro argumento, fuera de que es un peligro de salud pública, a todo nivel”, resalta Diem. “Esto es para el beneficio de los urbanizadores y propietarios a expensas de los neoyorquinos comunes y corrientes”.
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