El sábado, tras el ataque y durante las siguientes 20 horas, mujeres canalizaron su horror e incredulidad sobre lo que estaba ocurriendo mientras los milicianos recorrían el vecindario matando a los residentes e incendiando sus casas
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“Dios no lo quiera”. A primera hora de la mañana del sábado 7 de octubre suena un mensaje en los teléfonos de las 200 madres que comparten un grupo de WhatsApp del kibutz de Be’eri. Minutos después llega otro texto: “Hay un terrorista en las escaleras. Llamen a alguien”. Hombres armados de Hamas acababan de iniciar en este kibutz del sur de Israel un ataque que se iba a prolongar por todo un día.
Durante las siguientes 20 horas las mujeres canalizaron su horror e incredulidad a través del chat, mientras los milicianos recorrían el vecindario matando a los residentes e incendiando sus casas. Escondidas en “habitaciones seguras”, estas mujeres -algunas junto a sus familias- describieron los gritos y explosiones que escuchaban afuera, se informaron de dónde estaban los hombres armados, compartieron consejos sobre cómo lidiar con el humo que penetraba en sus estancias y pidieron ayuda repetidamente.
A medida que pasaban las horas, comenzaron a preguntarse cosas como dónde estaba el ejército, por qué la ayuda tardaba tanto, si alguien podía rescatar a sus familiares, cómo asegurar la puerta de la habitación o si abrir o no a un hombre que decía ser un soldado. En algún momento, alguien cambió el nombre del grupo a “Madres de Be’eri, Emergencia”.
Una portavoz de la comunidad compartió este chat grupal con la BBC y brindó los detalles para que pudiéramos ver cómo se desarrolló el terror en ese día y cómo actuaron estas mujeres en las horas de mayor desesperación, y en algunos casos las últimas, de sus vidas.
No pudimos solicitar permiso a las 200 integrantes del grupo, pero tres de ellas aceptaron contarnos sus historias en detalle y dejamos en el anonimato todas las demás conversaciones, garantizando que no se pueda identificar a nadie para proteger su privacidad. Algunas de las personas están muertas o desaparecidas. Los sobrevivientes de la masacre estiman que unos 100 vecinos fueron asesinados y muchos otros tomados como rehenes.
Minuto a minuto, este chat revela en detalle cómo Hamas acechó, asesinó y quemó a personas en sus propios hogares, regresando una y otra vez. Aporta una idea de lo que se sintió en el sur de Israel cuando esos hombres armados cruzaron la frontera y arrasaron decenas de comunidades.
Muestra también cómo varios residentes sobrevivieron y se ayudaron entre ellos; pero también documenta, hora tras hora, su creciente desesperación a medida que comprendían que el Estado de Israel no los iba a rescatar en el corto plazo.
Dafna Gerster, de 39 años, estaba de visita desde Alemania y había pasado la noche del viernes con su familia en el kibutz (comunidad agraria) en el que creció. Se habían reunido en la casa de su padre para jugar al juego de mesa Camel Up hasta bien entrada la noche. Luego, ella y su marido durmieron en el apartamento de su hermano sabiendo que el día siguiente era sábado, el día de descanso judío en el que las familias podrían juntarse de nuevo.
La comunidad se encuentra junto a la frontera de Gaza y está acostumbrada a los misiles, pero cuando Dafna se despertó con el ruido de los cohetes a las 6:30 supo inmediatamente que esta vez era diferente. “Por lo general, hay una alarma y un estallido del Domo de Hierro (el sistema de defensa antimisiles de Israel). Esta vez no hubo alarma y fue muy fuerte. Fue un sonido que no pudimos identificar. Fui a la habitación de mi hermano y le pregunté, ‘¿qué es esto?’”, cuenta.
Al igual que otros en el kibutz, corrieron a la “habitación segura” o mamad, un refugio de hormigón armado con puertas y ventanas de acero herméticas diseñadas para resistir ataques con cohetes, habituales ante la cercanía de Gaza. Pero pronto quedó claro que los cohetes no eran la única amenaza. En el grupo de WhatsApp se difundió la noticia de que habían disparado a alguien y había hombres armados en las calles.
Imágenes de cámaras de circuito cerrado verificadas por la BBC muestran a un pequeño grupo de militantes de Hamas llegando al portón del kibutz antes de las 6 de la mañana. Arriba un coche, se abre la puerta y los milicianos entran corriendo tras matar a tiros a sus ocupantes. Un vídeo grabado unos minutos después muestra a los mismos dos guerrilleros de Hamas caminando armados por una plaza.
A las 7:10 se comparten los primeros mensajes en el grupo de WhatsApp. El vídeo muestra tres motocicletas, cada una con dos milicianos de Hamas fuertemente armados, saliendo de la zona por el mismo portón. Otras imágenes, demasiado gráficas para reproducir aquí, muestran a milicianos en el kibutz a las 9:05, tres horas después de entrar por primera vez. Se ve el mismo auto al que dispararon en el primer video con al menos un cuerpo arrastrado, tirado en la carretera.
Al otro lado del kibutz, mientras la comunidad se atrincheraba en los mamads, una creciente sensación de temor en el chat precedió a un terrible hecho: muchas personas no lograban cerrar las puertas de sus refugios.
“¿Cómo se hace un cierre de emergencia? ¿Y cómo sabemos que está realmente cerrado?”, preguntó una de ellas. “¿Se puede cerrar la habitación segura?”, inquirió otra. “Para los misiles sí, para los terroristas no”, le contestaron. En el grupo de WhatsApp compartieron imágenes con tutoriales sobre cómo asegurar las puertas.
En la casa de Michal Pinyan, de 44 años, su marido había salido corriendo de la habitación segura para cerrar la entrada de la casa. La familia escuchó gritos en árabe afuera, seguidos de disparos. Después de regresar corriendo a la habitación segura, el esposo de Michal construyó un dispositivo de bloqueo con cuerdas y un bate de béisbol, que mantuvo agarrado durante las casi 19 horas que pasaron en la habitación.
En el terrorífico silencio de estas habitaciones seguras, donde la gente no se atrevía a gritar, escribían frenéticamente. Michal veía cómo llegaban los mensajes. No podían oír lo que sucedía fuera, solo sonidos amortiguados por las gruesas paredes. Pero, por lo poco que pudieron entender, trataron de comprender lo que estaba pasando.
Compartieron mensajes de “llamadas frenéticas” a sus puertas, mientras los hombres armados recorrían la comunidad casa por casa. “No están golpeando la puerta, son disparos”, dijo una de ellas.
Durante la primera hora del ataque, las madres decían en el grupo que escuchaban disparos en su vecindario o afuera de una casa en particular. Las respuestas llegaron inevitablemente: “Nosotros también”. “Entendimos que no se trataba de un solo terrorista, sino de un ataque masivo”, afirma Michal. “En cada barrio del kibutz escuchamos ‘están aquí, están aquí’”, agrega.
A medida que se hizo evidente la magnitud del asalto, mensajes frustrados y temerosos inundaron el chat preguntando cuándo llegaría el ejército y por qué no se había presentado ya. “Se pueden escuchar disparos cerca. Esperamos que sea el primer escuadrón de respuesta disparando”, escribió una mujer, refiriéndose a una pequeña unidad en el kibutz que responde a alertas de intrusos antes de que llegue el ejército.
El hermano de Dafna, Eitan Hadad, era parte de esa unidad y se apresuró a ayudar, dejando a la pareja en la habitación segura. Fue la última vez que lo vio. “Él salió, nos quedamos en la habitación segura y fue simplemente un horror”, lamenta. “No sabías lo que estaba pasando, solo escuchabas disparos todo el tiempo, bombas, una pelea… y no paraba ni un minuto”, recuerda.
La unidad de respuesta de aproximadamente 10 personas claramente no era rival para los militantes de Hamas. En WhatsApp, las madres reportaban cada vez más disparos y hombres hablando árabe afuera. Las peticiones desesperadas de ayuda se hicieron más frecuentes. “Estoy sola en casa y tengo mucho miedo”, escribió una residente.
En otra parte del kibutz, Shir Gutentag intentaba tranquilizar a sus hijas de ocho y cinco años, mientras seguía con incredulidad el chat de WhatsApp. “Al principio, cuando me di cuenta de que teníamos terroristas en el kibutz, me estremecí. Estaba en shock. Pero muy rápidamente pensé: ‘Tienes que mantener la calma, porque mis hijas ven mi reacciones y están empezando a entrar en pánico’”, asegura. “Así que les dije que estaba bien. Todo estará bien”, agrega.
Habían pasado horas desde que comenzó el ataque y la crisis no hacía más que empeorar. Hamas irrumpía en las casas de la gente y asediaba las habitaciones seguras mientras las miembros del chat pedían ayuda. Michal leía las peticiones de ayuda mientras enviaba mensajes a su propia familia en otro grupo de WhatsApp. Ella compartió con la BBC el contenido de este grupo, que ofrece una visión aterradora de la desesperación de una familia en pleno ataque de Hamas en tiempo real.
Alrededor de las 9:30, la madre de Michal escribió en el chat familiar que podía oír voces en árabe fuera de su casa. Al cabo de 15 minutos, otro mensaje confirmó que su padre había resultado herido. Michal, que había tratado de permanecer en silencio en su habitación segura hasta ese momento, simplemente no pudo más y llamó a su madre, que cogió el teléfono y susurró: “Están aquí, dispararon a papá, no está bien”. “Y luego colgó”, recuerda Michal.
Su madre continuó escribiendo en el chat familiar: “Ayuda. Ayuda”. Hombres armados de Hamas habían atravesado con un arma la puerta de la habitación segura y habían disparado al padre de Michal mientras intentaba defenderse. Luego arrojaron granadas. Su mamá escribió una última petición de ayuda a las 10:15. Después de eso, los mensajes que le enviaban quedaron sin respuesta. A ella también la habían matado.
Mientras sus padres sufrían el ataque, Michal enviaba textos desesperados en el chat de las madres, pidiendo que alguien los ayudara. Continuaría publicando mensajes sobre ellos durante todo el día con la esperanza de que, de alguna manera, hubieran sobrevivido.
Ella no fue la única. Otros rogaban continuamente que alguien, cualquiera, ayudara a sus padres, amigos o primos. Pero nadie podía: todos estaban en la misma situación, atrincherados en sus propios mamads. Los rifles y granadas eran las principales armas de los milicianos de Hamas, que también incendiaban casas.
“Toda la casa está llena de humo”, escribió una residente. “¿Qué debo hacer? Díganme qué hacer”. “Tenemos un incendio dentro de la habitación segura”, “toda la ventana está negra”, se lee en otros mensajes.
En la hilera de viviendas más cercanas a Gaza estaban incendiando la casa del padre discapacitado de Dafna, Meir Hadad. En su propio chat familiar, la cuidadora filipina de Meir, Bhing Sol, de 52 años, suplicó a sus hijos que buscaran ayuda. “Están aquí”, escribió, refiriéndose a Hamas, en un mensaje a las 09:44. “Estaba lleno de terroristas”, dijo Bhing más tarde, y reveló que saquearon la casa antes de prenderle fuego.
“La habitación segura estaba llena de humo. Sigo pidiendo a todos que nos ayuden porque tal vez nos quemen vivos. Pero nadie pudo ayudarnos porque todos estaban aterrorizados”, rememora. En el grupo de las madres, otras personas pidieron que se ayudara a Meir.
Aunque poco podían hacer para responder a todas estas súplicas, se ofrecieron mutuamente sugerencias prácticas: pequeños consejos de supervivencia caseros que los mantuvieron alerta, y tal vez incluso salvaron vidas. Este era el espíritu del grupo de WhatsApp, no solo hoy, sino durante los años que existió. Era un lugar para que las madres se desahogaran, se dieran consejos y se apoyaran unas a otras.
“Toda la casa está llena de humo, ¿qué debo hacer?”, preguntó alguien. “Intenta ponerte un paño húmedo en la cara. U orina”, respondió otra residente. En otra conversación, una de ellas escribió: “No puedo respirar en la casa, creo que hay un incendio aquí, ayuden urgentemente”. “Quédense en el cuarto seguro, no salgan, pónganse un paño en la nariz”, respondió un vecino.
Mientras la esposa y los hijos de Golan Abidbol, de 44 años, se refugiaban en la habitación segura de la familia, él permanecía con un arma en su cocina, observando a los militantes de Hamas lanzar un cóctel molotov contra otro edificio. Vio a una familia saltar desde la ventana del segundo piso y correr hacia la habitación segura de un vecino. “Estaba lleno de adrenalina. Si alguien hubiera venido a mi casa, habría dado el combate de mi vida”, asegura.
“Envié fotos al vecino de abajo porque su casa empezó a arder. Le dije: ‘Ahora. No veo a nadie. Es un buen momento’”. Entonces se mudó al refugio de otro vecino”. Golan explica que esta es la “esencia del kibutz”. “Somos una gran familia. Si necesitamos abrir nuestra puerta cuando hay terroristas fuera y dejar entrar a los vecinos para que puedan sobrevivir, lo haremos. Nadie lo dudó siquiera”, relata.
Alrededor del mediodía, dos o tres hombres intentaron entrar en la casa de Golan. Este apretó el gatillo. “Devolvieron el fuego a la casa y luego se fueron. No sé por qué lo hicieron, pero decidieron irse y no atacarme más”, dice. Al mismo tiempo, los mensajes en el grupo seguían reportando que Hamas estaba irrumpiendo en casas e intentando penetrar en las habitaciones seguras. “Disparan a la puerta de nuestra habitación segura”, decía un mensaje.
Mientras tanto, en la casa en llamas de Bhing Sol y Meir Hadad hombres armados habían comenzado a disparar a la habitación segura mientras esta se llenaba de humo. “Me arriesgué: abrí la ventana de la habitación segura pensando que, aunque hubiera poco espacio, entraría el aire”, asevera Bhing.
“Siguieron bombardeando, con una granada o algo así, dentro de nuestra casa. Sabía que estaba ardiendo porque la puerta estaba caliente como el fuego. Pero seguí sosteniendo la puerta con una manta porque no sabía si podían abrirla”, rememora. Más tarde en el día, en lo que Bhing describe como un milagro, se formó una grieta en el techo de la habitación y comenzó a gotear agua sobre la cabeza de Meir. Ella agarró sus mejillas con alegría después de caer las primeras gotas y se frotó la cara con las manos.
Mientras esperaban, la pareja pudo escuchar cómo capturaban rehenes para llevarlos a Gaza. “Oí a tanta gente que habían sacado fuera, luego escuché gritos y luego los de Hamas se reían y se regocijaban de haber atrapado a alguien”, dice Bhing.
La primera referencia en el chat de madres sobre los secuestros fue a las 12:09. La BBC verificó imágenes tomadas ese día que muestran a militantes de Hamas transportando cinco rehenes, incluida una anciana, por la carretera del kibutz Be’eri; desconocemos a qué hora se tomaron esas fotografías. Según Israel, 150 personas en total fueron secuestradas y llevadas a Gaza, y no está claro cuántas pertenecían al kibutz Be’eri.
Mientras Hamas se llevaba a algunas personas, otras se preguntaban cuándo llegaría el ejército. Shir Gutentag leía los mensajes mientras intentaba consolar a sus hijas apoyando continuamente su mano sobre cada una de ellas. “Escuché mensajes de voz con historias terribles”, dice. “Había una mujer que decía que su hija pequeña estaba muerta. Lloraba pidiendo ayuda. Otra vio cómo mataban a su madre y esperó en la habitación segura durante muchas horas suplicando ayuda y diciendo ‘sálvenme, no quiero morir’”, relata.
Otros mensajes de WhatsApp en el grupo mencionan heridas horribles, incluido un miembro de la familia que no paraba de sangrar. No pudimos determinar el destino de todas las personas que publicaron mensajes en el chat.
Mientras esperaban en las habitaciones seguras a que llegaran los soldados israelíes, los residentes continuaron brindándose apoyo entre sí. Shir hizo llamadas en voz baja a las vecinas que habían publicado mensajes de angustia, diciéndoles “respiren conmigo”. “Publiqué sobre todo cosas alentadoras, como que estaba segura de que el ejército estaba ahí y vendría, que tuvieran paciencia, que respiraran hondo”, relata. Otras en el grupo hicieron lo mismo.
En una conversación, alguien preguntó: “¿Hay algo que alguien pueda decir para calmarnos?”. En cuestión de segundos, un vecino respondió: “Te lo diré”. Antes de describir cómo el ejército podría manejar la situación.
Alrededor de las 15, Shir recibió una llamada de vecinos pidiéndole entrar a su casa porque la suya se estaba llenando de humo. Corrió hacia la puerta de entrada y comenzó a desmantelar una pila de muebles que había colocado para evitar intrusiones y dejó pasar a la familia de cuatro, guiándolos a la habitación segura antes de volver a armar la barricada. Unos minutos más tarde, otra mujer se puso en contacto para pedir acceso y Shir hizo el proceso nuevamente.
Mientras su familia esperaba un rescate sin saber si se iba a producir, Michal explicó que puso sus manos sobre sus tres hijos y “les dio besos, pero en voz baja”. Un mensaje en el grupo de WhatsApp ofrecía consejos sobre cómo mantener en calma a los niños. El mensaje decía que el miedo era normal y que había que tranquilizarlos con un abrazo.
Por la tarde, las actualizaciones compartidas en el grupo sugerían que los soldados israelíes habían llegado y estaban comenzando a avanzar. “Los soldados ahora están luchando... Otras dos fuerzas están en camino”, decía un mensaje poco después de las 15:30. Las miembros del grupo seguían publicando sus direcciones con la esperanza de que alguien acudiera al rescate, añadiendo información breve, como “terroristas escondidos”.
Pero la confusión seguía dominando y nadie parecía saber cuántos soldados habían llegado, o si eran un grupo organizado que podría empezar a controlar la situación. Algunas reportaron haber escuchado gritos de “¡FDI, FDI!” (Fuerzas de Defensa de Israel) afuera, pero no sabían si se podía confiar. Podrían ser miembros de Hamas camuflados que trataban de engañar a los residentes para que abrieran.
Golan había seguido de pie en la cocina con su arma y dijo que vio a milicianos armados gritando “FDI, FDI”. “Envié mensajes de texto a mis vecinos diciéndoles que no creía que fueran las FDI, que tenían acento y no vestían apropiadamente; llevaban uniformes, pero no los usaban correctamente”. Este mensaje también se transmitió en el grupo. “También están disfrazados de soldados, no contesten a nadie de fuera”, dijo una de ellas.
A medida que se acercaba la noche, los mensajes se volvieron más esperanzadores. Los sonidos que la gente escuchaba desde las habitaciones seguras estaban cambiando. Muchos escuchaban más voces hebreas.
Habían estado esperando ayuda durante casi un día entero. En uno de los primeros mensajes en el chat, un miembro dijo que la gente no debía preocuparse y que no necesitan al ejército; todo terminaría pronto. Pero, unos minutos más tarde, la gente rogaba que vinieran soldados.
Ahora que finalmente había llegado la ayuda, los residentes intentaron coordinarse con los soldados, indicando los lugares donde se enviaría a las tropas de las FDI a luchar. “¿Quién necesita ayuda y dónde? Envíen la ubicación de las casas”, escribió una persona.
Poco antes de las 18 circuló un mensaje diciendo que las fuerzas más importantes del ejército estaban atendiendo el incidente: “Hasta ahora fueron valientes, sigan en las habitaciones seguras y esto terminará. Todos están al tanto de la situación y la información llega todo el tiempo”.
Fue en esos momentos cuando rescataron a Bhing y Meir de su habitación segura. La casa que los rodeaba, donde la familia jugaba juegos de mesa la noche anterior, ahora estaba en cenizas. De alguna manera habían sobrevivido, atrapados dentro de una pequeña habitación mientras todas sus pertenencias se quemaban. Bhing se giró mientras los soldados los escoltaban y tomó una fotografía de los restos con su teléfono.
De regreso al grupo, a las 18:08 se envió un mensaje que decía: “Están iniciando un proceso de evacuación”. A esto siguieron los primeros mensajes de personas que decían que estaban a salvo. Pero el proceso fue lento. Muchos continuaron pidiendo ayuda hasta bien entrada la noche. “Aquí también hay muchas balas. Esto no para. Por favor, están aquí”, decía un mensaje poco después de las 19.
Los militares llegaron al departamento del hermano de Dafna a las 20 y dijeron a Dafna y a su marido que serían rescatados en una hora. Las madres del grupo comenzaron a compartir palabras clave que los soldados debían decir para que los residentes pudieran confiar en que realmente eran ellos. La gente seguía preocupada de que realmente fuera Hamas quien intentaba entrar en sus casas.
Mientras tanto, los sonidos de los tiroteos continuaban. Les decían que todo había terminado pero, como habían pasado un día sin ver nada y solo escuchando, sentían que no podían distinguir nada ni confiar en nadie.
Cuando los militares llegaron a la casa de Michal, ella inicialmente se negó a abrir la puerta. Una de las personas de la unidad de emergencia del kibutz llamó al marido de Michal para asegurarle que realmente eran las FDI. “Le dijeron que iban a regresar y que iban a gritar. Y él dijo que les pidieran que gritaran nuestro nombre y entonces abriríamos”, afirma Michal.
Los soldados formaron un círculo alrededor de la familia y su perro mientras los escoltaban fuera del kibutz. “Nos dijeron ‘permanezcan tranquilos y en algún momento tienen que tapar los ojos a los niños porque hay muchos cuerpos afuera’”. “Así que caminamos con el perro. Creo que nos tomó 15 minutos salir del kibutz donde reunieron a toda la gente. Los soldados actuaron con cada familia de esta misma manera, así que nos tomó mucho tiempo”, cuenta.
Michal cubrió los ojos de sus hijos, pero mantuvo los suyos abiertos. “Quería mirar. Vi cadáveres. Mi marido dijo que vio cadáveres de personas del kibutz, pero yo vi cadáveres de terroristas”, dice. Otros no soportaron ver así a su comunidad. “Estaba mirando hacia abajo”, recuerda Shir, que prosigue. “Creo que esto salvó mi alma”.
Mientras esperaban a que se los llevaran, un hombre armado abrió fuego cerca. El ataque no había terminado del todo. Los residentes fueron llevados en camiones militares a una ciudad cercana antes de ser trasladados a un hotel en el Mar Muerto.
Dafna, que había visto a los militares por primera vez a las 20, no fue rescatada hasta después de la 01. Había pasado las últimas 19 horas en tal estado de estrés y horror que no se había preocupado demasiado por su hermano. Más tarde supo que había muerto. No era el único.
Una mujer que había estado pidiendo ayuda todo el día después de que Hamas irrumpiera en su casa envió una avalancha de mensajes alrededor de las 17. Comenzaban con una susurrada e inquietante nota de voz: “Necesito ayuda”. Le dijeron que aguantara. A las 18 volvió a publicar. “Tienen que sacarnos”, escribió. Estos fueron los últimos mensajes suyos que vio la BBC en el chat de WhatsApp. Sus amigos creen que está muerta o secuestrada.
Las madres del grupo echan la vista atrás, a la vida anterior a ese primer mensaje (“Dios no lo quiera”), a una época en la que su kibutz era lo que consideraban un paraíso. Describen un hermoso paisaje, una comunidad de madres y amigas que confiaban unas en las otras y cuidaban de sus vecinos.
Los residentes supervivientes aseguran estar buscando fuerzas para recomponer su comunidad rota, pero no pueden olvidar a los muertos y desaparecidos. “Son nuestros amigos, son nuestra familia, lo son todo para nosotros”, dice Golan. “Los conocemos. Fueron parte de nuestras vidas desde que nacimos y los queremos de vuelta”, agrega.
Los residentes habían construido durante décadas su comunidad en el kibutz Be’eri. Para ellos, se sentía inquebrantable. Ahora muchos no saben a dónde ir ni qué hacer. “No sé si tendremos una casa a la que ir después de esto”, lamenta Dafna. “Vivíamos en la ilusión de que estábamos a salvo”, concluye.
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