Estados Unidos y el virus, el peor fracaso de liderazgo político desde la Guerra de Vietnam
NUEVA YORK.- Uno de los fracasos de liderazgo más mortales de la era moderna se produjo en Sudáfrica a principios de la década de 2000, con la propagación del SIDA durante la presidencia de Thabo Mbeki.
Mbeki menospreció la ciencia, abrazó teorías conspirativas, vaciló mientras la enfermedad se esparcía y rechazó los tratamientos que podrían haber salvado vidas. Según un estudio de la Universidad de Harvard, el negacionismo de Mbeki costó 330.000 vidas humanas.
Ninguno de los que escribimos sobre aquella debacle soñamos jamás que algo parecido pudiera pasar en Estados Unidos. Sin embargo, hoy los expertos en salud suelen referirse a Trump como "el Mbeki norteamericano".
"Es lamentable, pero estamos en ese mismo lugar –dice Anne Rimoin, epidemióloga de la Universidad de California en Los Ángeles–. Mbeki se rodeó de lamebotas, abjuró de la ciencia y le costó cientos de miles de vidas a su pueblo, y nosotros estamos sufriendo el mismo destino".
Uno de los roles del periodismo es establecer responsabilidades, y eso es particularmente importante en la antesala de una elección. Trump dice que se merece un 10 felicitado por su "fenomenal trabajo" en el manejo de la pandemia, pero el juicio de la historia seguramente será mucho menos indulgente.
"Lo veo como un colosal fracaso de liderazgo –dice Larry Brilliant, un veterano epidemiólogo que ayudó a erradicar la viruela en la década de 1970–. De los más de 200.000 norteamericanos que han muerto a la fecha, creo que 150.000 murieron por incompetencia".
Hay culpa de sobra para repartir, que recae en demócratas y republicanos por igual, pero Trump en particular "desperdició vidas inconscientemente", según palabras del inusual editorial del New England Journal of Medicine. Tal vez los certificados de defunción digan que la causa de muerte fue el coronavirus, pero en sentido más amplio hay un inmenso número de norteamericanos que murieron por incompetencia del gobierno de Estados Unidos.
Cada diez días mueren tantos estadounidenses por Covid-19 como soldados en 19 años de guerra en Irak y Afganistán, y los economistas David Cutler y Lawrence Summers estiman que el costo económico de la pandemia en Estados Unidos será de 16 billones de dólares, o sea, unos 125.000 dólares por hogar norteamericano, muy por encima del valor familiar neto promedio. Y a eso se suma el incalculable costo en "poder blando", con Estados Unidos de rodillas frente al mundo.
"Es muy triste ver que Estados Unidos pasa de ser campeón en salud global a ser el hazmerreír del mundo –dice Devi Sridhar, profesor de Salud Global de la Universidad de Edimburgo–. Es una tragedia de la historia que Donald Trump sea presidente justo ahora".
A lo largo de las últimas décadas, Estados Unidos ha cometido muchos otros errores terribles, como la Guerra de Irak y la guerra contra las drogas. Pero en términos de destrucción de vidas norteamericanas esta pandemia puede convertirse en el mayor fracaso de gobierno que haya vivido Estados Unidos desde la Guerra de Vietnam.
Mejor preparados que nadie
La paradoja es que hace un año Estados Unidos parecía bien preparado para manejar este tipo de crisis. En octubre, un estudio de 324 páginas realizado por la Universidad Johns Hopkins revelaba que Estados Unidos era el país mejor preparado para una pandemia.
De todos modos, en la transición presidencial de 2016, los asesores del entonces presidente Barack Obama le advirtieron a la administración entrante que uno de los mayores riesgos para la seguridad nacional era una enfermedad contagiosa. Los expertos privados repetían advertencias similares. Y ya en 2015 Bill Gates había dicho que "de las cosas capaces de matar a más de 10 millones de personas, por lejos la más probable es una pandemia".
Trump acusa al gobierno de Obama de agotar las reservas de suministros médicos para que cuando ellos llegaran "el armario estuviera vacío", pero lo cierto es que los republicanos del Congreso no autorizaron ni siquiera los modestos desembolsos que Obama pedía para reponer los faltantes. Y el propio gobierno de Trump tampoco hizo nada durante sus tres primeros años para reponer las reservas.
El 31 de diciembre, cuando la comisión de salud de Wuhan, China, anunció que había identificado 27 casos de una neumonía desconcertante, Taiwán actuó a la velocidad del rayo y envió inspectores de salud a abordar todos los vuelos que llegaban de Wuhan, para examinar a los pasajeros antes de permitirles desembarcar.
En Estados Unidos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) emitieron un aviso sobre el brote de Wuhan el 1° de enero, y a partir de entonces hicieron poco y nada. Esa primera quincena de enero representa una gran oportunidad perdida para el mundo. Si Estados Unidos, la Organización Mundial de la Salud y los medios de comunicación mundiales hubieran insistido en sus preguntas y hubieran presionado a China, tal vez el gobierno central de Pekín habría intervenido antes en Wuhan.
Y si el confinamiento de Wuhan hubiese empezado dos semanas antes, es posible pensar que toda esta catástrofe global se habría evitado.
Enfrentarse a la ciencia
Es probable que el pecado original de Estados Unidos ante la pandemia se remonte a la chapucería con los testeos. Sin testeos, los funcionarios de salud luchan a ciegas: no saben dónde se esconde el virus y no pueden aislar a los infectados ni rastrear a sus contactos.
Pero los CDC desarrollaron una prueba defectuosa, y las luchas dentro del gobierno federal impidieron el uso de otros tipos de análisis. Corea del Sur, Alemania y otros países desarrollaron rápidamente pruebas eficaces que se distribuyeron por todo el mundo. Hasta Sierra Leona, en África Occidental, tuvo kits efectivos antes que Estados Unidos.
Es injusto culpar por completo a Trump de la catástrofe de las pruebas, ya que los fracasos se produjeron en niveles de jerarquía más bajos, pero eso se debió también a que sus designados –como Robert Redfield al frente de los CDC– simplemente no son de primera línea.
Como sea, quien establece las prioridades de sus subalternos es el presidente, y si Trump hubiese presionado a sus funcionarios para tener testeos confiables con la misma fuerza con que expulsa a refugiados y migrantes, Estados Unidos seguramente habría contado con testeos efectivos desde principios de febrero y se habrían salvado decenas de miles de vidas.
De hecho, en retrospectiva, Trump hizo casi todo mal. Desalentó el uso de barbijo, su gobierno nunca implementó el rastreo de contactos, perdió la oportunidad de aislar a los infectados, no protegió adecuadamente los asilos de ancianos, difundió consejos que confundieron aún más a la gente y delegó responsabilidades en estados y localidades que no estaban preparados para la situación. Su mayor logro tal vez haya sido acelerar el desarrollo de una vacuna, pero hasta el año que viene eso no será de mucha ayuda.
En parte, los pasos en falso de Trump se derivan de haber canalizado una corriente antiintelectual profundamente arraigada en Estados Unidos, desdeñando a los científicos y respondiendo ante el virus con un optimismo radiante y aparentemente destinado a apuntalar los mercados financieros. "Va a desaparecer –dijo Trump el 27 de febrero–. Un día, milagrosamente, desaparecerá". Esa falsa seguridad y esas dilaciones fueron letales.
Ecos de la Unión Soviética
Los norteamericanos solían decir que la Unión Soviética era un lugar donde la ideología le pasaba por encima a la ciencia, y con desastrosos resultados. Por supuesto que la ciencia inevitablemente también se equivoca y luego se autocorrige. Pero el tiempo pasaba y Trump no corregía su rumbo.
Más sorprendente aún es que nunca haya desarrollado un plan integral para luchar contra el Covid-19. Su "estrategia" fue menospreciar el virus y mantener funcionando la economía, su mejor argumento electoral.
También falló. La mejor manera de proteger la economía era controlando el virus, y no ignorándolo, porque la propagación del Covid-19 causó desajustes económicos que devastaron hasta los hogares donde nadie se enfermó. Según la Universidad de Columbia, desde mayo, 8 millones de norteamericanos cayeron en la pobreza y 1 de cada 7 hogares con niños informó en un censo que no tuvo suficiente para comer en la última semana. Y, según un estudio de junio de los CDC, más del 40% de los adultos dice estar teniendo problemas de salud mental y un 13% ha iniciado o aumentado el consumo de sustancias prohibidas o controladas. Más de una cuarta parte de los jóvenes adultos dice haber considerado seriamente el suicidio, y los expertos en adicciones calculan que las recaídas han aumentado un 50% durante la pandemia.
O sea que en el país indiscutidamente más rico de la historia del mundo la mala praxis política nos condujo a la pandemia de una enfermedad contagiosa, seguida de pobreza, enfermedades mentales, adicciones y hambre. Y lo peor es saber que no tuvo por qué ser así.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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