Estado Islámico, el grupo jihadista que horrorizó al mundo en 2014
A mitad del año pasado, la milicia adquirió un nuevo nombre, instauró un “califato” en Siria e Irak y se convirtió en uno de los mayores temores y desafíos para Occidente
Estado Islámico (EI) es la última, y quizá la más alta, etapa del militantismo islámico nacido de las convulsiones socioculturales de la decadencia del Imperio Otomano a fines del siglo XIX y principios del otro. El grupo radical tuvo un protagonismo inusitado a nivel mundial en 2014 después de establecer un califato en Siria e Irak y horrorizar al mundo con sus decapitaciones y persecuciones a quienes consideran "infieles", convirtiéndose en uno de los mayores desafíos para Occidente en el año que hoy comienza.
Igual que otras organizaciones, partidos políticos y movimientos islamistas, Estado Islámico busca la inclusión de la Ley Islámica en la constitución, y, por lo tanto, la desecularización de la política y la sociedad, y la reunificación, por lo menos espiritual, de la "umma" (comunidad musulmana transnacional).
Estado Islámico se distinguió de todos los islamistas en tres sentidos: ignoró las fronteras de dos estados territoriales; reavivó como nunca la fractura entre los sunnitas y los chiitas; y declaró el "califato"
Sin embargo, se distinguió de todos los islamistas en tres sentidos. Primero, estableció su dominio sobre un territorio que ignoró y derogó las fronteras de dos estados territoriales (Irak y Siria). Segundo, en el amplio contexto de la "limpieza religiosa" a la cual se dedicó de Mosul (Irak) a Raqqa (Siria), ha reavivado como nunca antes la fractura interna del Islam entre los sunnitas y los chiitas. Tercero, ha declarado el "califato", una institución abolida en 1924 que ni la primera teocracia islámica del siglo XX, Arabia Saudita, ni los talibanes cuando estaban al poder, ni Osama ben Laden , el más carismático de todos los guerreros islamistas, se habían atrevido a hacer.
El regreso del califato
El islamismo, o el Islam político moderno, nació en reacción a los intentos reformistas del Imperio Otomano, el último califato, y, sobre todo, al movimiento de secularización sociocultural conocido como al-Nahda, precursor y fuente del nacionalismo árabe.
Esa reacción se expresó a menudo en forma violenta, pero la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, la creación de estados territoriales en Medio Oriente por diseño colonial franco-británico, y, sobre todo, la abolición del califato el 3 de marzo de 1924 -que decretó Mustafa Kemal, el fundador de Turquía, y ratificó la Asamblea Nacional- debilitaron al islamismo.
Nunca nadie pretendió, desde 1924, transformarse en califa, hasta que el año pasado Abu Bakr al-Bagdadi lo hizo
El nacionalismo árabe en sus distintas variantes, le negaron al islamismo el espacio político y, a menudo, lo persiguieron. La abolición del califato sobre todo privó a la "umma" de la institución que simbolizaba su unidad. Nunca nadie pretendió desde entonces expandir su dominio sobre todos los musulmanes y transformarse en califa, hasta que el año pasado Abu Bakr al-Baghdadi, entonces líder de Estado Islámico en Iraq y Siria (EIIS), lo hizo con un anuncio que conmocionó al mundo. Desde entonces, cambió el nombre del grupo jihadista simplemente a Estado Islámico.
El mundo, divido en dos
El racional de esa movida atrevida y desafiante se encuentra en su visión del conflicto que expresó en el discurso oficial que pronunció el 29 de junio de 2014 en la mezquita de Mosul, la ciudad iraquí que ocupó en una "guerra relámpago" unos 25 días antes, y dividió el mundo en dos: por un lado el campo del Islam y de la fe, y por el otro el campo del Kufr (descreencia) y de la hipocresía. Incluyó en el primero a los musulmanes y los muyahidín, y en el segundo a los judíos, cruzadas y sus aliados y a las demás naciones incluyendo a los chiitas.
A diferencia de todas las otras organizaciones islamistas, incluyendo a Al-Qaeda -de la cual, de hecho, había nacido-, EI hace de la fractura del Islam su principal base de legitimación de una lucha milenaria que aspira nada menos que a la resurrección de la "umma" y el restablecimiento del poder y la gloria del Islam. Pero por ello debe darle la batalla final a los chiitas, derrotarlos en la misma forma en que Abu Bakr, el primer sucesor del Profeta cuyo nombre adoptó el autoproclamado califa del EI, derrotó a Alí.
Con el "califato", Estado islámico dividió el mundo en dos: por un lado el campo del Islam y de la fe, y por el otro el campo del
Por más utópico que parezca el planteo, no carece de una racionalidad que básicamente explota el rencor hacia el empoderamiento de los chiitas y la expansión de la influencia de Irán que provocó el derrocamiento del régimen de Saddam Husein de parte de Estados Unidos. Que la administración de George W. Bush haya planificado la guerra en conocimiento o ignorancia de esta consecuencia es tema de debate. Pero la amenaza de "la media luna chiita", como advirtió el rey Abdullah de Jordania fines de 2005, ha sido profundamente sentido por los sunnitas desde las monarquías del Golfo hasta los seguidores de Recep Tayyip Erdogan en Turquía quienes en 2003 ya les habían negado a los estadounidenses el uso de su territorio para la invasión a Irak. Sobre todo cuando el controvertido presidente electo de Irán, Mahmoud Ahmadinejad , no hacía ningún esfuerzo para esconder sus aspiraciones al liderazgo de los musulmanes.
Ni siquiera el ocaso de Ahmadinejad y el auge de la figura de Erdogan a partir de 2009 pudieron calmar el rencor antichiitas de los sunnitas que ya explotaba la resistencia islamista a la ocupación estadounidense de Irak en su lucha contra el gobierno predominantemente chiita en Bagdad. De hecho, la guerra civil en Siria creó la gran oportunidad para debilitar la influencia de Irán mediante la ayuda a los grupos islamistas que luchaban contra el régimen de Bashar al-Assad , un esfuerzo al cual pronto se sumó Turquía.
Estado Islámico resulta ser útil para la contención geopolítica e ideológica de Irán y de los chiitas en general. Aunque, claro, queda el gran desafío de contener al propio Estado Islámico.
En este sentido, pese a ambicionar al "califato", EI resulta ser útil para la contención geopolítica e ideológica de Irán y de los chiitas en general. Aunque, claro, queda el gran desafío de contener al propio Estado Islámico. La batalla por el califato, por lo tanto, consiste en este desafío de "doble contención", un término que en la década de 1990 la administración de Bill Clinton había acuñado con respecto a Irak e Irán simultáneamente y que no hizo más que reflejar una profunda confusión.
El autor es doctor en Estudios Internacionales y profesor de la Universidad de San Andrés, especialista en temas de seguridad internacional y Medio Oriente.
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