La capital de Bosnia y Herzegovina fue uno de los escenarios del conflicto bélico posterior a la disolución de Yugoslavia que dejó más de 10.000 muertos
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Hace 30 años comenzó el sitio de Sarajevo, el más largo de la historia moderna, que mantuvo a unas 350.000 personas atrapadas durante casi cuatro años.
El asedio era parte de la guerra de 1992-1995 en Bosnia y Herzegovina, una de las consecuencias del colapso de Yugoslavia, aquella frágil unión de seis repúblicas socialistas, que incluía a Bosnia, Croacia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Eslovenia, formada en 1945.
En la década de 1990, las crecientes tensiones entre las diferentes repúblicas vieron un resurgimiento nacionalista que terminó desgarrando la nación, con una guerra sangrienta que vería algunas de las peores atrocidades en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Mientras que gran parte del país se convirtió en escenario de brutales combates y limpieza étnica, la cosmopolita capital de Bosnia fue cercada militarmente y sometida a francotiradores, morteros y bombardeos diarios, primero por parte del Ejército Popular Yugoslavo y posteriormente por las fuerzas de la autoproclamada República Srpska.
Muchas de las instituciones culturales, los monumentos históricos, las instalaciones deportivas y la infraestructura social y económica más importantes de la ciudad fueron destruidas o gravemente averiadas.
Los civiles, que ya sufrían las privaciones causadas por el corte del suministro de gas, electricidad y agua, no solo fueron víctimas del fuego cruzado, sino que también blanco deliberado de proyectiles y disparos de francotiradores.
El primero de esos 1425 días
La actriz Vedrana Seksan fue una de las ciudadanas de Sarajevo que se convirtieron en prisioneros. Este es su testimonio. “Crecí en la guerra. Me convertí en lo que soy hoy en tiempos de guerra”, expresó. Tenía 15 años cuando comenzó el asedio.
“Recuerdo la noche en que me quedó claro que la guerra comenzó. Me estaba preparando para salir con mi novio, y llevaba ropa negra y maquillaje negro, y mi madre dijo: ‘Solo saldrás de esta casa sobre mi cadáver’. Me enojé mucho, y fui a mi habitación”, rememoró.
“Vivíamos en el 7º piso de un edificio en una parte de Sarajevo que es visible desde todas las colinas donde estaban los atacantes. “Estaba sollozando y tratando de llamar a mi novio para decirle que no podía salir y escuché disparos. Fue una gran sorpresa porque nunca en mi vida había escuchado un disparo. Podía ver las colinas y el cielo, y parecían fuegos artificiales”, recordó.
“Luego nuestro vecina del primer piso vino y dijo ‘van a pasar la noche en mi casa’. Y por la mañana, fuimos a nuestro departamento y encontramos una bala antiaérea en la cama de mi madre. Si nos hubiéramos quedado esa noche en nuestras camas, esa bala habría ido directamente a su estómago”, continuó.
“Mi cumpleaños es a finales de abril y recuerdo que le pregunté a mi madre: ‘¿Creés que esto terminará para el momento de mi cumpleaños?’, y ella dijo: ‘¡Por supuesto que sí!’. Y llegó ese cumpleaños y cuatro más, pero no terminó”, lamentó.
“Una marca roja detrás de mí”
El 5 de febrero de 1994, 68 personas fueron asesinadas en el mercado Markale. El que alguna vez había sido el corazón y el alma de la ciudad, se convirtió en el escenario de la mayor pérdida de vidas durante el asedio.
El proyectil del tanque de 105 MM llegó a las 12.30 con precisión. Funcionarios en la cercana sede de las Naciones Unidas observaron desde sus ventanas cómo se estrellaba cuando el área estaba llena de civiles esperando para tomar un autobús o comprar pan y comestibles, todas actividades mundanas que en Sarajevo se habían convertido en un desafío y podían tener un costo terrible.
“Yo llegué 30 segundos después del proyectil y vi toda la sangre y a gente sin partes de su cuerpo. Pisé sangre humana y no me di cuenta hasta que noté que estaba haciendo un sonido extraño con mis zapatos y miré hacia abajo y vi que estaba dejando una marca roja detrás de mí. Pero cuando pienso en la guerra, no pienso en eso. Pienso en el sentimiento de humanidad que compartimos. La gente realmente se ayudaba entre sí”, sostuvo.
El repollo
“Vivía con mi madre, mi hermano y mi abuela, porque mi padre murió cuando yo tenía seis años. Mi madre es muy fuerte, pero también es muy justa. Y ella sigue las reglas, pero las reglas se volvieron realmente extrañas”, comentó.
Con ese difícil escenario, explicó: “Durante la guerra, era una batalla sobrevivir. Pero incluso si había algo de comida y podías pedirle a alguien que te diera, mi madre no quería hacerlo. Así que básicamente nos estábamos muriendo de hambre”
“A veces teníamos algo de comida, algo de ayuda humanitaria, que era principalmente fideos y arroz. Otras veces conseguimos luncheras del ejército norteamericano que contenían lo suficiente para un soldado, pero mi madre lo extendía a cuatro personas durante dos días”, recordó.
La ayuda humanitaria que llegaba a la ciudad a menudo tenía que detenerse debido a los bombardeos. Vedrana todavía puede recordar el día en que su novio les trajo un repollo fresco: “Estábamos todos alrededor de nuestra mesa, y recuerdo que lloré pensando ‘esta es la primera comida real que he visto en dos años’. Realmente no me gusta el repollo, pero fue increíble”.
“¡Estaba esperando a que muriéramos!”
La falta de comida, sin electricidad, la guerra, estaba sucediendo frente a las cámaras del mundo. Las imágenes de sarajevos esquivando balas en la famosa snipers alley o avenida de los francotiradores, de campos de detención y cuerpos destrozados y madres llorando eran transmitidas a las salas de estar noche tras noche mientras la comunidad internacional permanecía impotente.
Vedrana logró conseguir empleo en la televisión nacional. “Fui con la ropa de mi madre y mucho maquillaje para parecer mayor y dije que tenía 27 años”, contó.
Para llegar al trabajo todos los días, tenía que cruzar un puente que estaba a la vista de un francotirador serbobosnio: “En algún momento apareció de la nada un tipo y se paró detrás de un quiosco quemado para que el francotirador no pudiera verlo.
“La primera mañana que cruzamos el puente y lo vimos preparando su cámara, nos preguntamos qué estaba haciendo. Entonces nos dimos cuenta de que estaba esperando a que uno de nosotros recibiera un disparo”, revivió.
Al principio, Vedrana dice que estaban furiosos: “’¡Somos como animales en un zoológico!’, dijimos. Pero después de una semana comenzamos a reírnos de su mala suerte: ¡Ninguno de nosotros había recibido un tiro!”.
“Le decíamos al pasar: ‘¡Hola! ¿Tuviste suerte hoy?, lo cual era absurdo, y hasta morboso… ¡pero es que había un tipo esperando que muriéramos! Sentimos que todo el mundo está viendo estas terribles imágenes y no haciendo nada al respecto”, explicó en relación con los medios de comunicación.
Miedo al final
Más de 10.000 personas murieron durante el asedio de Sarajevo. Muchos eran soldados, pero muchos eran civiles. Vedrana perdió a un primo y a un buen amigo.
Finalmente, en diciembre de 1995, las partes beligerantes firmaron el Acuerdo Marco General Para la Paz en Bosnia y Herzegovina, también conocido como Acuerdos de Dayton o Protocolo de París, que supuso el fin de la guerra de Bosnia.
Para Vedrana y muchos otros, aquellos últimos meses del asedio, curiosamente, fueron los más aterradores: “En 1993, pensé que iba a vivir en una guerra por el resto de mi vida. Mis hijos vivirán en la guerra. Sus hijos vivirán en la guerra. No quedaría nadie. Pero no tenía miedo”.
“Sin embargo, cuando la guerra estaba llegando a su fin, me asusté mucho porque no quería ser la persona que moría al final de la guerra pues eso era una ironía… sencillamente una broma horrible”, declaró.
El 29 de febrero de 1996, los últimos cañones serbobosnios fueron retirados de las colinas alrededor de Sarajevo. Después de casi cuatro años, la ciudad era libre. “Esperaba que hubiera una gran felicidad y celebración y todo. ¡Ja! Hubo solo silencio, sin ninguna alegría”, concluyó.
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