España, en el limbo: ganó Rajoy, pero sin respaldo para formar gobierno
Aunque fue la fuerza más votada, el PP quedó muy lejos de la mayoría absoluta; la gran sorpresa fue Podemos; el fin del bipartidismo abre una nueva era política
MADRID.- La nueva era política en España empezó con un tsunami. El agónico escrutinio de las elecciones generales arrojó anoche una fragmentación del poder sin precedente que impide discernir todavía quién será el próximo presidente y pone al país ante el peligro de la ingobernabilidad.
Mariano Rajoy, actual presidente y candidato del conservador Partido Popular (PP), se anotó un triunfo amargo, con el 28,7%, insuficiente para garantizar su reelección. Sufrió una sangría de votos y no le alcanzaría para retener el mando ni siquiera en un pacto con los liberales de Ciudadanos, que se desinflaron hasta el cuarto lugar (13,9%).
"Hemos ganado las elecciones. Voy a intentar formar un gobierno estable porque es lo que España necesita", dijo a la medianoche Rajoy, rodeado de caras largas, desde un balcón de la sede madrileña del PP. No explicó cómo hará para conseguirlo.
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en el peor desempeño en 38 años de democracia, quedó segundo, con el 22%. Aun así, su líder, Pedro Sánchez, podría explorar la formación de una administración de izquierda en un acuerdo con los indignados de Podemos, que irrumpen en el Congreso de manera rutilante con el 20,6%. Sería una operación complejísima y acaso imposible, que requeriría, entre muchas carambolas, la ayuda de los partidos independentistas de Cataluña. Sánchez descartó reclamar por ahora ese derecho. Se presentó en público con tono lúgubre, felicitó al PP por ser la primera fuerza y dijo: "Creemos que el señor Rajoy tiene el derecho y la responsabilidad de intentar formar gobierno".
La alternativa que se instaló a medida que avanzaba el escrutinio era una versión de la Gran Coalición alemana entre el PP y el PSOE. Los socialistas podrían facilitar un gobierno conservador si se abstuvieran en la sesión de investidura presidencial. Era un tabú hasta hace ayer mismo. Ahora se vislumbra como una reacción posible de la política tradicional -bajo presión del poder económico- para evitar el caos. ¿Facilitará Sánchez la consagración de un hombre al que llamó "indecente" en el debate televisado del lunes pasado? ¿Renunciará y llegará otro líder al partido para completar la faena? Silencio.
El gran ganador de la noche era el desconcierto. La suma y resta de diputados arrojaba escenarios inimaginables para alcanzar el número mágico de 176 que se necesita para investir al jefe del gobierno. Nadie quiso adelantar cómo jugará a partir de ahora. El PP encendió de inmediato la alarma de un "pacto de perdedores para romper el país". Más cauto después de oír a Sánchez, Rajoy evitó agresiones y se dedicó a festejar una victoria todavía incompleta.
El ambiente en la sede del partido en la madrileña calle de Génova se tornó triste desde que a las 20 se difundió la megaencuesta a boca de urna encargada por la TVE, que predijo con bastante precisión el resultado. Costó encender la euforia para arropar el discurso al país de Rajoy.
Desde el fin de la dictadura franquista rigió en España un bipartidismo casi perfecto, de alternancia entre conservadores y socialistas. Nunca hizo falta una coalición para gobernar. El líder que menos bancas tuvo al llegar a La Moncloa fue José María Aznar en 1996, con 156.
Rajoy pasó ayer de los 186 que tenía a 123. Albert Rivera, de Ciudadanos, cosechó 40. Un eventual bloque de centroderecha entre ambos se quedaría corto y todas las demás fuerzas con representación rechazan de plano convalidar otro turno del PP.
El PSOE sumó 90 bancas (-20) y Podemos, 69. La opción de una coalición de izquierda requeriría sumar el apoyo de Izquierda Unida (2), de los independentistas catalanes (dos bloques que suman 17 diputados) y/o los nacionalistas vascos (8, repartidos a medias entre los conservadores y la izquierda antiespañola).
Cualquier opción augura una Navidad agitada en España. La ley no establece fechas para resolver el recambio presidencial. Hasta ahora la sesión de investidura se había convocado en un plazo no mayor a un mes de la celebración de las elecciones. A partir de ese trámite hay 60 días para consagrar al presidente. Si no se logra, hay que llamar a nuevas elecciones. El rey Felipe VI tiene la facultad constitucional de encargarle la formación del gobierno a un ciudadano que no haya integrado ninguna lista electoral, siempre que considere que puede lograr la confianza de la mayoría parlamentaria.
Ante el fantasma del bloqueo, que anoche empezaba a causar preocupación en Europa, hasta la opción insólita de que se forme un gobierno técnico dejaba de ser una simple hipótesis apocalíptica.
Lo que pasó ayer aparecía anunciado en todas las encuestas, pero nadie terminaba de creérselo. Las consecuencias del larguísimo invierno económico que empezó en 2008 sacudió el tablero político e hizo explotar el desprestigio de los partidos tradicionales, agrietados por los recortes sociales y por una infinidad de casos de corrupción.
"Durante estos cuatro años hicimos lo que creímos mejor para los ciudadanos y con ese espíritu intentaremos seguir gobernando, porque España necesita certidumbre, seguridad y estabilidad", afirmó Rajoy, en lo más parecido a una autocrítica que se coló en su alocución.
Los nuevos movimientos políticos llegaron para quedarse, como mostraron en las elecciones regionales de mayo pasado. El bipartidismo pasó del 73,4% de 2011 al 50,8% de ayer.
El retrato más nítido de esa transformación es el éxito de Pablo Iglesias, el líder de Podemos. Este profesor universitario de 37 años emergía como vencedor moral, con más del 20% de los votos. Fue primera fuerza en Cataluña (por encima de los independentistas) y el País Vasco y superó al socialismo en regiones clave como Madrid, Valencia y Galicia.
"España empieza una nueva Transición. La gente ha votado el fin del bipartidismo. Hace falta un cambio constitucional y somos los únicos en condiciones de liderarlo", dijo Iglesias, que Ratificó su polémica propuesta de permitir un referéndum soberanista en Cataluña.
Igual que el resto dejó a los españoles en la confusión de lo impensable. Otra certeza se desvanece: las elecciones no siempre terminan con un ganador.
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