Escape del infierno: la tragedia de la familia de Aylan, símbolo de la desesperación por la guerra en Siria
El chico de 2 años que murió ahogado en las costas de Turquía era apenas uno de los miembros de la familia Kurdi que huyeron del país luego de casi cinco años de conflicto
ESTAMBUL.- Cuando el cuerpito de Aylan Kurdi fue arrojado por las aguas a las costas de Turquía, obligando al mundo a abrir los ojos sobre la tragedia de los refugiados sirios, se supo que el chico de 2 años era apenas uno de los miembros de la familia que se habían escapado y desperdigado tras casi cinco años de guerra. Mientras el policía turco levantaba el cuerpo de Aylan, uno de sus primos viajaba solo en un ómnibus en Hungría, al huir de los enfrentamientos en Damasco.
Una tía de ambos quedó varada en Estambul, con un bebe de pecho, mientras su hijo y su hija trabajaban en turnos de 18 horas en un taller clandestino para que la familia tuviese algo que comer. Decenas de otros parientes de Aylan ya habían huido de Siria o planeaban hacerlo. Y poco después de que la imagen de Aylan conmocionara al mundo, en septiembre, otra tía se preparaba para hacer lo que se había prometido a sí misma no hacer nunca: embarcarse junto a cuatro de sus hijos en el mismo y peligroso viaje por mar.
"O morimos juntos o sobrevivimos juntos y nos forjamos un futuro", dice su hija de 15 años.
Aylan, cuya madre y hermano se ahogaron con él, pertenecía a un extenso clan de la oprimida minoría kurda que habita en Siria. Pero para la mayoría de sus parientes más cercanos esa identidad étnica era un tema secundario para la cosmopolita cultura de Damasco, donde crecieron. Apenas hablaban kurdo, se identificaban como sirios y no pertenecían a ninguna facción. Así que cuando estalló la guerra, y las filiaciones políticas, sectarias y étnicas pasaron a ser cuestión de vida o muerte, quedaron aislados.
Las entrevistas a 20 miembros de la familia revelan la historia de una familia despedazada consecutivamente por los diversos bandos del conflicto sirio: el gobierno de Bashar al-Assad, Estado Islámico (EI), los países vecinos y Occidente.
Desde la muerte de Aylan, unos 100 chicos más se ahogaron en el Mediterráneo. Más de un millón de refugiados ingresaron a Europa este año; la mitad de ellos, sirios.
El padre de Aylan, Abdullah (39), a veces se culpa a sí mismo y desearía volver el tiempo atrás para no subirse al fatídico barco. Él fue quien tomó el timón en medio del caos, mientras el barco era tragado por las aguas.
Para Hivrun, hermana de Abdullah, incluso después de la muerte de su sobrino arriesgarse al mismo viaje con sus hijos valía la pena. Semanas después de la tragedia, intentó nuevamente embarcarse con destino a Alemania, y se trepó a un gomón con sus hijos.
El abuelo de Aylan nació en Kobane, un enclave kurdo cerca de la frontera con Turquía. Tras cumplir con el servicio militar obligatorio, se mudó a Damasco y se instaló en un barrio de mayoría kurda. Abrió una peluquería y se casó con una kurda; tuvieron seis hijos. La mayoría abandonó la escuela para aprender el oficio familiar de peluqueros.
Fatima, la mayor, fue la primera en emigrar: en 1992 se mudó a Canadá para casarse con un kurdo iraquí. Después se divorciaron, y ella se ocupó de criar a sus hijos. Fatima se convirtió en una figura de autoridad a la que sus hermanos recurrían en busca de consejo y asistencia económica. Cuando estalló la guerra, Fatima fue su más ferviente defensora.
La onda expansiva del conflicto llegó a Damasco en 2011, justo cuando Abdullah había empezado a construir una familia con su esposa, Rihanna. Cuando las protestas contra Al-Assad empezaron a extenderse, Rihanna fue a Kobane para dar a luz a Ghalib, hermano mayor de Aylan.
Al principio, los problemas eran estrictamente económicos. Abdullah se trasladó a Estambul para trabajar mientras su esposa criaba a Ghalib; más tarde nació Aylan. Una cuñada, Ghousoun, y su familia vivieron durante un tiempo en un establo para ovejas, y ella se ganaba la vida como bagayera de ropa. Pero entonces llegó otra amenaza. EI se escindió de otros rebeldes que luchaban contra Al-Assad, autodeclaró un califato y se dedicó a perseguir a los kurdos y otras minorías.
Los viajes de ida y vuelta de Ghousoun se volvieron peligrosos. Su perfecto árabe y su atuendo conservador la ayudaban a ocultar su carácter kurdo en los controles ruteros de EI, pero la volvían sospechosa en los retenes de los kurdos.
Hacia septiembre de 2014, EI ya bombardeaba Kobane. Cuando allí se enteraron de que los milicianos se preparaban para invadir, muchas familias huyeron a Turquía.
La familia Kurdi pasó varios días buscando un cruce fronterizo junto a otros kurdos. Finalmente, el grupo intentó atravesar por la fuerza la frontera. La policía turca logró repeler a la mayoría, pero una mujer kurda del lado turco ocultó a la familia de Ghousoun en su establo. Allá en Kobane, los olivares del clan de los Kurdi fueron quemados y 18 de sus parientes, masacrados.
Varios sobrevivientes lograron llegar a Estambul, donde empezó una nueva serie de penurias. Abdullah se las había arreglado para enviar dinero desde allí; trabajaba y dormía en un taller clandestino de ropa. Pero cuando su familia finalmente llegó, la carga se le hizo insostenible.
Hivrun y su esposo fueron los primeros en llevar a sus hijos hasta la costa. Fueron con cuatro de ellos y con un sobrino adulto hasta Izmir, epicentro del tráfico de humanos en Turquía. Los traficantes los abandonaron en una zona boscosa para despistar a la policía y luego los subieron a una balsa con destino a una isla griega, pero el motor no funcionaba. Recién cuando Hivrun se quejó logró que el viaje fuera abortado. Su esposo y los hijos mayores quisieron intentarlo de nuevo. Hivrun se negó y se llevó a sus hijos de vuelta a Estambul, mientras que su esposo y su sobrino se embarcaron rumbo a Grecia. Poco después, Abdullah intentó el viaje con su familia. "Teníamos decidido irnos al paraíso", explica Abdullah, en referencia a una mejor vida, en Europa o en el más allá.
Horas después de la muerte de Aylan, Abdullah contó que la pequeña embarcación zozobró y dio vuelta campana apenas comenzado el viaje. Intentó aferrar a Ghalib y Aylan, mientras le gritaba a su esposa: "¡Mantené la cabeza fuera del agua!". Pero se ahogaron los tres.
Cuando el mundo se hizo eco de la noticia, Fatima, se puso en acción. Desde su hogar cerca de Vancouver, acusó a la burocracia canadiense y a la indiferencia del mundo. Luego fue a Europa para hacer campaña en defensa de los refugiados. Su crudo mensaje ayudó a despabilar a los países de Occidente, al menos durante un tiempo, y así fue que les abrieron las puertas a los sirios. Pero nada de eso hizo cambiar de idea a los miembros de la familia Kurdi, aún dispuestos a emprender la fuga.
Poco después de la tragedia, Abdullah estaba sentado y como fuera de lugar en un sofá de un hotel Erbil, en el Kurdistán iraquí. El mar le había arrebatado todos los atributos de su identidad: sus documentos, los números de teléfono de sus hermanas y hasta la dentadura postiza. "Me convertí en una sombra", dice.
Después de enterrar a su familia en Kobane, fue llevado hasta Erbil por el poderoso clan Barzani. Tenía decidido usar la atención que concitaron sus penurias para ayudar a otros compatriotas sirios, y los Barzani le prometieron su asistencia.
Fue a ayudar a los campamentos de refugiados, y se sentía más feliz al jugar con los chicos. Pero a menudo parecía aturdido.
Llamó a Fatima, que estaba juntando las pertenencias de su familia en Estambul. Ella había ido a verlo. Él le preguntó por el perro de peluche favorito de sus hijos, o tal vez la muñeca Teletubbies sin un ojo que había prometido arreglar. "Quiero algo con su olor", dijo.
Traducción de Jaime Arrambide
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