Cómo se vive bajo el asfixiante régimen norcoreano según dos mujeres que lograron escapar
Dos desertoras relatan a LA NACION cómo el totalitarismo del país más aislado del mundo controló sus vidas, destrozó sus familias, y las decidió a filtrarse fronteras afuera
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Las dos perdieron seres queridos, padres o hermanos muertos o detenidos, amigos dejados atrás. Sufrieron lo indecible bajo la dictadura totalitaria de Corea del Norte, el país más aislado del mundo, cuyo gobierno se regodea amenazando a las naciones vecinas con pruebas de armas nucleares, y con un control social asfixiante, una economía inexistente y el hambre que siempre vuelve.
Hanbyeol Lee (40) se exilió de Corea del Norte en 1999, tras una fuga que organizó su madre y en medio de una hambruna medieval que mató a dos millones de personas. Yoonseo Chae (26) se escapó veinte años más tarde, en 2019, con el país hundido en otra crisis alimentaria y con los jóvenes de su generación sin muchas expectativas de salir adelante en la vida y progresar como sociedad.
Las dos mujeres son parte de las miles de personas de esa hermética nación que alcanzaron a filtrarse a duras penas fuera del país, a riesgo de ser descubiertas, encerradas y torturadas en prisiones de terrible reputación. El destino final es Corea del Sur, donde dejan atrás el infierno y rehacen sus vidas.
¿Pero qué pasa dentro de ese agujero negro que es Corea del Norte, de la que no se sabe mucho más que los relatos oficiales y las declaraciones amenazantes del líder supremo Kim Jong-un hacia sus vecinos? Los escasos turistas que la visita (unos pocos occidentales, bastantes más chinos y rusos) se deben desplazar en grupos cerrados bajo la estricta supervisión de guías locales, por lo que no recogen verdadera información de primera mano.
El control regimentado de la población local y la información también hacen imposible mostrar la realidad hacia afuera. Solo los refugiados, llamados también “desertores” en Corea del Sur, pueden ofrecer una ventana a lo que sucede fronteras adentro del régimen comunista, y sobre todo sus aspectos represivos, que en un estado totalitario se destacan de manera absoluta sobre la vida de los ciudadanos.
Partido único
“Hay que entender el trasfondo del problema estructural de Corea del Norte. Sigue manteniendo la dictadura de partido único. La ley supuestamente reconoce y garantiza que puede haber protestas de los ciudadanos, pero si uno lo hace paga las consecuencias. Y no solo esa persona, sino su familia. Por eso nadie puede alzar la voz”, dice Lee a LA NACION, quien viajó a Buenos Aires junto a Chae por invitación de la embajada de Corea del Sur para relatar sus experiencias.
Lee dejó Corea del Norte a los 17 años, en 1999, cuando el país atravesaba la etapa más dura de una hambruna que duró toda la década y que diezmó familias enteras. El derrumbe de la Unión Soviética había privado al país de un sustento clave, como sucedió en Cuba con su “período especial”. En Corea del Norte la situación fue más catastrófica, de privaciones y decadencia, de dolor y de muerte.
“Con el hambre que había la gente moría en las calles. Si era la vía pública sacaban los cadáveres, pero había lugares, por ejemplo, estaciones de tren o callejones lejos del mercado, donde quedaban más tiempo. También había muchos bebés muertos de hambre, y mucha gente tenía que vender lo poco que tenía para mantenerse y quedó arruinada”, dice Lee, que dirige una organización en Seúl por los derechos humanos en Corea del Norte.
La situación era tan grave que su familia pasaba hasta semanas enteras sin comer. La falta de higiene pública hizo que se infectara con un parásito por tomar agua de la canilla que la derrumbó con 42 grados de fiebre. Si no terminó también ella tumbada de inanición en la calle fue por la valentía de la madre, que logró hacerlas cruzar a China, sobornando a los guardias fronterizos.
Su padre murió y su hermano, que intentó cruzar por la frontera china diez años más tarde, fue atrapado y enviado a un campo de detención. Nunca tuvo más noticias.
“Es lamentable que vuelva a pasar el tema de la hambruna en Corea del Norte. Y eso es porque al actual gobierno no le interesa el bienestar de los ciudadanos, sino que le da mucha más importancia al desarrollo del armamento nuclear”, dice sobre las prioridades del régimen. Mientras vuelve a encenderse la alarma del hambre, en efecto, Kim Jong-un supervisó el año pasado más de 30 pruebas de misiles, incluso tres misiles intercontinentales.
Lee recuerda que se creó un círculo vicioso que envolvió a amplios sectores de la sociedad. A la par de la miseria, los jerarcas y otros sujetos poderosos exprimieron al resto de los norcoreanos, que se la rebuscaban como podían. Creció la delincuencia, se agravaron las penas, y los derechos fueron más pisoteados y abandonados… igual que los cadáveres de las estaciones y los callejones.
“La hambruna no afectó solo a la clase baja, sino también a los de niveles económicos más altos. Los miembros del partido también sufrían toda esta crisis económica, y como tenían el poder lo que hacían era quitarle lo poco que tenían los demás y se volvieron cada vez más corruptos”, dice Lee.
Huérfana del régimen
Veinte años después, en 2019, fue el turno de Chae de escapar de Corea del Norte. Era solo una adolescente, igual que Lee dos décadas antes. Su madre escapó a China siendo ella chica, y luego también el padre dejó el hogar, quizás por problemas vinculados a la fuga de la mujer. Chae no lo culpa. No culpa a nadie. Solo culpa al régimen, totalitario y hambreador, que la hizo huérfana. Creció con su abuela y su tía.
Antes del escape, Chae trabajaba de enfermera, con un sueldo que alcanzaba para comprar el equivalente a unos 200 o 250 gramos de arroz. Los demás oficios y profesiones no ofrecían mucho más, y el poder adquisitivo no mejoró en estos últimos años. El resto de los ingresos de una familia, es decir casi todas sus entradas, se consiguen dedicándose a la compraventa en el mercado negro.
Chae cuenta que fue parte de un conflicto generacional sobre la mirada de la sociedad hacia el gobierno. Los más viejos seguían fieles al régimen comunista, o al menos se creían sus cuentos de grandeza. Los más jóvenes desdeñaban en cambio las glorias de la propaganda oficial, omnipresente en el país.
“Los jóvenes éramos más abiertos a recibir noticias y cultura desde el exterior y lo absorbíamos más rápidamente, y el partido del gobierno quería reprimirnos. Había diferencias, por ejemplo, con mi abuela, que tenía respeto hacia el gobierno y decía que lo que estaba pasando en Corea del Norte no era culpa del gobierno, sino de las presiones exteriores”, dice Chae.
Ni ella ni sus amigos sentían el menor respeto por los jerarcas. Sentían más bien desprecio. Y si bien es una locura criticar abiertamente al líder supremo Kim y sus secuaces, a pequeña escala los jóvenes pueden al menos evitar que la propaganda contamine sus relaciones.
“Cuando te reunís con tus amigos, si alguien habla bien del gobierno, entonces se queda fuera del grupo, nadie quiere ver a esa persona”, señala. Para ventilar las proclamas de Kim ya están los medios de comunicación, orientados a la obediencia. Y las redes sociales están amordazadas. Por las dudas, se instauraron nuevas normas de censura que controlan la difusión de contenidos extranjeros.
“Igualmente hay un motivo por el cual el pueblo no puede oponerse o desobedecer abiertamente al gobierno. Cuando el gobierno da un trabajo, no se lo da a una persona individual, sino a un grupo, o cuando le quita un bien no se lo quita a una persona individual”, dice Chae. “Cuando se lo quita a uno, se lo quita a todo el grupo. Por eso, para no perjudicar a tu vecino o a tus amigos, es muy difícil que uno pueda rebelarse contra el gobierno”.
Pecados individuales, castigos colectivos. Así es la norma. Castigos divinos, podría decirse, dada la divinidad con que se presenta la dinastía reinante. Según el Reporte Mundial 2024 de Human Rights Watch, “el gobierno mantiene una obediencia temerosa mediante amenazas de tortura, ejecuciones, encarcelamientos, desapariciones forzadas y trabajos forzados. Niega sistemáticamente las libertades básicas, incluida la libertad de expresión, asociación y religión. No tolera el pluralismo y prohíbe los medios de comunicación independientes, las organizaciones de la sociedad civil y los sindicatos”.
¿Qué sigue ahora? La dinastía prepara su cuarta generación, la hija del dictador, Kim Ju-ae, de solo diez años, pero ya nombrada generala. Para que se vaya acostumbrando al poder. “La están imponiendo entre la gente, la están introduciendo con un lavado de cerebro colectivo”, dice Lee. Y asegura que, como viene la mano, será la próxima líder.
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