Es muy probable que gobierne con mano de hierro y guante de seda
El martes, un minuto antes de las 22, envié a LA NACION esta nota que imaginé se publicaría hoy.
Tanto que en el "asunto" del mail escribí: una nota para antes de la fumata blanca. No imaginé que el cónclave iba a acelerarse. Es más, por las informaciones que recibía sospeché que sólo hacia fines de semana habría acuerdo de los cardenales.
Por suerte, Elisabetta Piqué, corresponsal de LA NACION en Italia, logró una muy buena información. Lo mío era intuitivo.
El cónclave -decía el martes por la noche- busca elegir a un papa que tenga la suficiente energía como para terminar con la corrupción y la pederastia, dos flagelos que enturbian la imagen de la sede vaticana y la de algunos países occidentales desarrollados. Y que fueron, con el cansancio y la ausencia de energía, los que determinaron la decisión de Benedicto XVI de renunciar al papado.
Un gesto que no estaba previsto y que el obispo de la correntina Santo Tomé, Hugo Santiago, consideró como la última encíclica no escrita del papa renunciante.
El cardenal Jorge Bergoglio, que acostumbra a medir sus palabras, consideró como revolucionario este gesto. Es decir, que para el primado argentino la renuncia papal apunta a un cambio rápido y profundo en la institución eclesial, con lo cual se ubica en la postura de modificar el statu quo de la actual conducción curial, que lógicamente es defendida por quienes actualmente son integrantes de la burocracia vaticana, de los que se ubicaron en cargos importantes dentro del IOR -el banco vaticano- y de los que buscan eludir las acusaciones de pederastia o de apañarlas.
Energía es lo que aparece como la primera virtud y capacidad para afrontar este crítico período de la Iglesia Católica.
Dentro de esta línea, los vaticanistas apuntaron sus ojos en la figura del joven cardenal filipino Luis Antonio Tagle, de 55 años. Pero el recuerdo del extenso papado de Juan Pablo II no es evocado con mucho entusiasmo.
El tema de la energía del nuevo papa es sin duda fundamental.
Pero hay un aspecto de la renuncia de Benedicto XVI que todavía no ha sido plenamente asimilado por amplios sectores de la Iglesia.
Lo más revolucionario de su gesto es que a partir de esta renuncia el papado dejó de ser una carga que se asume hasta la muerte, como lo fue durante veinte siglos, y podrá interrumpirse cuando los nuevos pontífices lo decidan.
Es decir, que la edad no será un elemento que deberá ser considerado como fundamental.
Por eso no es de extrañar que Bergoglio, de 76 años, comnezara a sonar como uno de los candidatos para hacer un papado de transición al estilo de Juan XXIII, e incluso hubo un vaticanista que aventuró que en cuatro años podría hacer una limpieza en la estructura curial y luego retirarse.
Bergoglio es un hombre sumamente respetado por haber tenido una actuación destacada en uno de los últimos sínodos, lo cual le permitió en el año 2005 -en la elección del papa alemán- contar con un alto número de votos de quienes no simpatizaban con Joseph Ratzinger.
Los comentarios periodísticos de aquellos años hablaron de la renuncia de Bergoglio y de su respaldo al que luego fue elegido papa. Lo cual engrandeció su prestigio y por eso se lo consideraba ya antes del cónclave como uno de los kingmakers , junto con el alemán Walter Kasper.
Pero, además, Bergoglio es conocido ampliamente en el Vaticano por no usar automóvil. En Buenos Aires utiliza los medios de transporte públicos y hubo varias personas que testimoniaron esa actitud.
Desde una señora que en las cartas de los lectores relató que había viajado con el cardenal en el colectivo 106, hasta un grupo de villeros que discutió si era o no era Bergoglio el hombre que estaba en un ómnibus cuando iba a visitar a sus sacerdotes villeros, a quienes siempre acompañó.
Conviene recordar que Bergoglio institucionalizó años atrás al equipo de curas villeros para darle la categoría de vicaría episcopal para la pastoral de villas de emergencia, rehabilitando así a este sector que, en sus comienzos, no contó con el respaldo de las autoridades eclesiásticas de aquellos años.
Pero además Bergoglio se propuso ganar las calles de Buenos Aires, respaldó a los sacerdotes que emplazan una carpa en sitios muy concurridos para predicar y celebró la misa en plaza Constitución en contra de la trata laboral y sexual de las mujeres y por los chicos en situación de calle, porque considera que viven en situación de esclavitud.
Mi duda, el martes al final de la nota, era si Bergoglio se sentía con la energía suficiente como para afrontar una situación tan difícil como la que la Iglesia atraviesa en esta instancia. Lo debe haber meditado seriamente y decidió jugarse.
Su tarea no será nada fácil. Es probable que en su nuevo rol de Papa tendrá mano de hierro y guante de seda.
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